Francisco Fernández-Carvajal 06 de abril de
2020
@hablarcondios
— Jesús condenado a muerte.
— El Rey de los judíos. Un reino de santidad y de
gracia.
— El Señor quiere reinar en nuestras almas.
I. El Señor, atado,
es conducido a la residencia del Procurador Poncio Pilato. Tienen prisa por
acabar. Jesús, en silencio, y con esa dignidad suya que se refleja en su porte,
pasa por algunas callejuelas camino de la residencia de Pilato. «Era ya de día,
los habitantes de la ciudad se habían despertado y salían a sus puertas y
ventanas para ver a un preso tan conocido y admirado por su santidad y sus
obras. El Señor iba con la manos atadas, y la cuerda que ataba sus manos se
unía al cuello: esta es la pena que se daba a quienes habían usado mal de su
libertad en contra de su pueblo. Tendría frío en aquella madrugada, y sueño; la
cara, desfigurada de golpes y salivazos; despeinado de los últimos tirones que
le dieron; cardenales en la mejillas, y la sangre coagulada y seca. Así
apareció en público el Señor por las calles, y todos le miraban espantados y
sobrecogidos. Estaba claro para todos que, tal como le habían tratado y le
llevaban, no era sino para condenarle»1.
Jesús pasa de la jurisdicción del Sanedrín a la
romana, porque las autoridades judías podían condenar a muerte, pero no
ejecutar la sentencia. Por eso acuden cuanto antes –a primeras horas de la
mañana– a la autoridad romana, con el fin de obtener, por todos los medios, que
dé muerte a Jesús. Quieren acabar con Él antes de las fiestas. Se empieza a
cumplir al pie de la letra lo que Él ya había anunciado: el Hijo del
hombre será entregado a los gentiles, y se burlarán de él, será insultado y
escupido, y después de azotarlo, lo matarán, y al tercer día resucitará2.
Se está produciendo una situación insólita. El que
días antes hablaba libremente en el Templo con tanta majestad –nadie ha
hablado jamás como este hombre–, el que había entrado en Jerusalén aclamado
por todo el pueblo, iba ahora preso y maltratado por las autoridades judías.
Quien había realizado tantos milagros y era seguido por una muchedumbre de
discípulos, es tratado como un malhechor. La gente estaría admirada y no se
hablaría de otra cosa en la ciudad. Se llamarían unos a otros para ver un
acontecimiento tan sorprendente: ¡Jesús de Nazaret había sido apresado!
Condujeron a Jesús a la plaza del pretorio. Pero los
que le acusaban no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder
comer la Pascua3, pues los judíos quedaban legalmente impuros si entraban en
casa de extranjeros. «¡Oh ceguera impía! –exclama San Agustín–. Les parece que
van a contaminarse con una casa extraña, y no temen quedar impuros con un
crimen propio»4. Se cumplen, una vez más, las palabras fortísimas que el Señor
les había dicho tiempo atrás: ¡Guías ciegos!, que coláis un mosquito y
os tragáis un camello5.
Pilato salió fuera donde estaban ellos6, Jesús se encuentra de pie ante Pilato7; este puede comprobar la paz y serenidad del acusado, en
contraste con la agitación y la prisa de los que querían su muerte.
Pilato le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos?8. Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo; si mi
reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que no fuera entregado
a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Pilato le dijo: ¿Luego, tú eres rey?
Jesús contestó: Tú lo dices: yo soy Rey9. Esta será la última declaración ante sus acusadores que haga
el Señor; después callará como oveja muda ante el que la esquila10.
El Maestro se encuentra solo; sus discípulos ya no
oyen sus lecciones: le han abandonado ahora que tanto podían aprender. Nosotros
queremos acompañarle en su dolor y aprender de Él a tener paciencia ante las
pequeñas contrariedades de cada día, a ofrecerlas con amor.
II. Pilato, pensando
quizá que con esto se aplacaría el odio de los judíos, tomó a Jesús y
mandó que lo azotaran11. Es la escena que contemplamos en el segundo misterio
doloroso del Rosario: «Atado a la columna. Lleno de llagas.
»Suena el golpear de las correas sobre su carne rota,
sobre su carne sin mancilla, que padece por tu carne pecadora. —Más golpes. Más
saña. Más aún... Es el colmo de la humana crueldad.
»Al cabo, rendidos, desatan a Jesús. —Y el cuerpo de
Cristo se rinde también al dolor y cae, como un gusano, tronchado y medio
muerto.
»Tú y yo no podemos hablar. —No hacen falta palabras.
—Míralo, míralo... despacio.
»Después... ¿serás capaz de tener miedo a la
expiación?»12.
Y a continuación, los soldados, tejiendo una
corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y lo vistieron con un manto de
púrpura. Y se acercaban a él y le decían: Salve, Rey de los judíos. Y le daban
bofetadas13. Hoy, al contemplar a Jesús que proclama su realeza ante
Pilato, conviene que meditemos también esta escena recogida en el tercer
misterio doloroso del Rosario: «La corona de espinas, hincada a martillazos, le
hace Rey de burlas... (...). Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le abofetean... y
le escupen (...).
»—Tú y yo, ¿no le habremos vuelto a coronar de
espinas, y a abofetear, y a escupir?
»Ya no más, Jesús, ya no más...»14.
Pilato salió de nuevo fuera y les dijo: He aquí que os
lo saco fuera para que sepáis que no encuentro en él culpa alguna. Jesús, pues,
salió fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les
dijo: «Ecce homo». He aquí al hombre15.
El Señor, vestido en son de burla con las insignias
reales, oculta y hace vislumbrar al mismo tiempo, bajo aquella trágica
apariencia, la grandeza del Rey de reyes. La creación entera depende de un
gesto de sus manos. Cuando más débil se le ve, no duda en afirmar ese título
que tiene por derecho propio. Su reino es el reino de la Verdad y la
Vida, el reino de la Santidad y la Gracia, el reino de la Justicia, el Amor y
la Paz16. Mientras contemplamos estas escenas de la Pasión, los
cristianos no podemos olvidar que Jesucristo es «un Rey con corazón de carne,
como el nuestro»17. Tampoco podemos olvidar que son muchos los que lo ignoran y
rechazan.
«Ante ese triste espectáculo, me siento inclinado a
desagraviar al Señor. Al escuchar ese clamor que no cesa y que, más que de
voces, está hecho de obras poco nobles, experimento la necesidad de gritar
alto: oportet illum regnare! (1 Cor 15, 25),
conviene que Él reine»18.
Muchos ignoran que Cristo es el único Salvador, el que
da sentido a los acontecimientos humanos, a nuestra vida; Aquel que constituye
la alegría y la plenitud de los deseos de todos los corazones, el verdadero
modelo, el hermano de todos, el Amigo insustituible, el único digno de toda
confianza.
Al contemplar al Rey con corona de espinas le decimos
que queremos que Cristo reine en nuestra vida; en nuestros corazones, en nuestras
obras, en nuestros pensamientos, en nuestras palabras, en todo lo nuestro.
III.
Jesucristo es rey de todos los seres, pues todas las cosas han sido
hechas por Él19, y de los hombres en particular, que hemos sido comprados
a gran precio20. A María ya le dijo el Ángel: Darás a luz un hijo...
al cual dará Dios el trono de David... y su reino no tendrá fin21. Pero su reino no es como los de la tierra. Durante su
ministerio público no cede nunca al entusiasmo de las multitudes, demasiado
humano y mezclado con esperanzas meramente temporales: sabiendo que le
buscaban para proclamarlo rey, huyó22. Sin embargo, acepta el acto de fe mesiánica de
Natanael: tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel23. Es más, el Señor evoca una antigua profecía24 para confirmar y dar profundidad a sus palabras: veréis
el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar en torno al Hijo del
Hombre25.
Jesús afirmó su condición de Mesías y de Hijo de Dios26. Las autoridades judías, en la ceguera de su incredulidad,
llegan a reconocer al César romano un poder político exclusivo con tal de
rechazar la realeza de Jesús y acabar con Él. A pesar de todo, en el madero de
la Cruz estará para siempre escrito: Jesús nazareno, Rey de los judíos.
A Pilato le ha dicho que su Reino no es de este mundo.
A nosotros nos dice que su reinado es de paz, de justicia, de amor; Dios
Padre ha arrancado (a los hombres) del dominio de las
tinieblas para trasladarlos al Reino de su Hijo, en quien tienen la redención27.
Sin embargo, ahora son también muchos quienes lo
rechazan. Parece oírse en muchos ambientes aquel grito pavoroso: no
queremos que reine sobre nosotros. Con gran pena debió el Señor comentar
aquella parábola que refleja la actitud de muchos hombres: Sus
ciudadanos le odiaban –dice Jesús en la parábola– y enviaron
una embajada tras él para decirle: no queremos que éste reine sobre nosotros28. ¡Qué misterio de iniquidad tan grande es el pecado!
¡Rechazar a Jesús!
El reino del pecado –donde el pecado habita– es un
reino de tinieblas, de tristeza, de soledad, de engaño, de mentira. Todas las
tragedias y calamidades del mundo, y nuestras miserias, tienen su origen en
estas palabras: Nolumus hunc regnare super nos, no queremos que
éste (Cristo) reine sobre nosotros. Nosotros, ahora, acabamos nuestra oración
diciéndole a Jesús otra vez que: «Él es Rey de mi corazón. Rey de ese mundo
íntimo dentro de mí mismo donde nadie penetra y donde únicamente yo soy señor.
Jesús es Rey ahí en mi corazón. Tú lo sabes bien, Señor»29.
1 L.
de la Palma, La Pasión del Señor, p. 90. —
2 Lc 18,
32. —
3 Jn 18,
28. —
4 San
Agustín, Coment. al Evangelio de San Juan, 114, 2. —
5 Mt 23,
24. —
6 Jn 18,
29. —
7 Mt 27,
11. —
8 Jn 18,
33. —
9 Jn 18,
36-37. —
10 Is 53,
7. —
11 Jn 19,
1. —
12 San
Josemaría Escrivá, Santo Rosario, segundo misterio doloroso.
—
13 Jn 19,
2-3. —
14 San
Josemaría Escrivá, Santo Rosario, tercer misterio doloroso.
—
15 Jn 19,
4-5. —
16 Prefacio
de la Misa de Cristo Rey. —
17 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 179. —
18 Ibídem.
—
19 Jn 1,
3. —
20 1
Cor 6, 20. —
21 Lc 1,
32-33. —
22 Jn 6,
15. —
23 Jn 1,
49. —
24 Dan 7,
13. —
25 Jn 1,
51. —
26 Mt 27,
64. —
27 Col 1,
13. —
28 Lc 19,
14. —
29 J.
Leclerq, Siguiendo el año litúrgico, Rialp, Madrid 1957, p.
357.
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