Paulina Gamus 22 de mayo de 2022
Se
supone que en enero de 2024 los venezolanos decidiremos, mediante el voto,
quién gobernará nuestro país por los siguientes seis años. Para cualquier plan
personal, año y medio parece mucho tiempo. Pero para organizar unas elecciones
presidenciales transparentes, que inspiren confianza y animen a votar, la fecha
es muy cercana, Destaco el “se supone” porque en una democracia no
hay dudas sobre el cumplimiento de la ley en cuanto a lapsos electorales y a
cualquier otra materia que haya sido objeto de legislación. Pero en los
regímenes autoritarios o –para ser más directa– en las dictaduras, las leyes
son interpretadas y aplicadas de acuerdo al capricho de quienes ejercen el
poder. Por tal razón las elecciones presidenciales en Venezuela podrían ser en
2024, en 2023, en 2025 o simplemente no ser.
El tan denostado Luis Vicente León acaba de tuitear algo que percibo sino como exacto al menos cercano a la realidad: «La gente está agotada del tema político porque 90% perdió la esperanza en que la oposición institucional pueda producir el cambio político que el 75% de los venezolanos desea». Se deduce que el otro 25% no desea un cambio y está feliz con su situación actual.
Mucha
gente, quizá la mayoría, está sino agotada al menos desilusionada,
desinteresada o quizá resignada con el devenir político y especialmente con el
político partidista. Es cierto que la democracia no se concibe sin la
existencia de partidos políticos y precisamente ahí radica nuestro problema: no
vivimos en democracia y una parte importante de la población –los menores de 30
años– ni siquiera tuvieron ocasión de experimentar cómo era la vida cotidiana
antes de Hugo Chávez: con medios audiovisuales independientes y críticos y no
los de ahora que, bajo presión, guardan silencio ante los atropellos
oficialistas y son voceros oficiosos del gobierno. No han conocido unas
elecciones libres y transparentes y tampoco lo que significa vivir sin miedo a
que una opinión, una imagen y hasta un gesto, puedan ser motivo para pasar años
en la cárcel sin derecho a juicio.
Algo
que tampoco conocen es al actual liderazgo de oposición. Sin pretender
ofenderlos creo que a un potencial elector que acaba de cumplir 18 años de
edad, no le dicen mucho los nombres de los dirigentes políticos que acaban de
participar en una sesión remota convocada en la primera semana de mayo, por la
Comisión de Enlace entre el Parlamento Europeo y el Mercosur.
La
misma sirvió para exponer las profundas diferencias entre los principales líderes
de la oposición tradicional venezolana. ¿Quiénes fueron los líderes
participantes?: Juan Guaidó, Henrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo
López, Gerardo Blyde, Nicmer Evans y Antonio Ecarri. Nicmer Evans,
dijo algo que en pocas palabras es una fotografía de la actual oposición
partidista venezolana: “ La mayor evidencia de lo que pasa en Venezuela
es que la única manera de que los convocados hoy a esta sesión se encuentren en
un mismo espacio y a un mismo tiempo, estando todos en Caracas, es que el
Parlamento Europeo nos convoque. Desde ahí parten nuestros problemas”.
¿Cuándo,
cómo y porqué se extraviaron en el camino esos dirigentes incapaces de ponerse
de acuerdo al menos en el poder del voto como único medio democrático para el
cambio? ¿Es posible que algunos crean todavía que la solución a la tragedia
venezolana está en una acción militar foránea? ¿Imaginan ustedes, respetados
lectores, cómo serán las primarias que están en el tapete del debate político,
si aquellos dirigentes que no creen en las elecciones en dictadura, aspiren sin
embargo la candidatura presidencial?
La
gente está agotada del tema político porque observa y juzga a quienes han
ofrecido soluciones a término que no sucedieron. La gente está asqueada de los
nuevos partidos que surgen de divisiones por razones crematísticas. Para
decirlo más crudamente: porque se cuadraron con el régimen de Maduro que
financia sus traiciones.
Pero
la gente también está hastiada de ver una misma cara, durante más de dos
décadas, al frente de un partido que fue “el del Pueblo”. ¿Cuál
es la diferencia con el afán de eternizarse en el poder que tuvo Hugo Chávez,
que tiene Maduro y que tienen el castrismo en Cuba, Putin en Rusia y el
orteguismo en Nicaragua?
La
democracia en el mundo vive horas menguada. Pareciera que una demencia
contagiosa lleva a los electores a decidirse por gobernantes demagogos,
corruptos y autoritarios. La reciente elección en Filipinas del hijo del
dictador Ferdinand Marcos, como presidente y de la hija del actual dictador y
muy corrupto Rodrigo Duterte, como vice presidenta, es una muestra de esa
demencia colectiva o al menos de una pérdida absoluta de la memoria.
De
repente uno recuerda aquel lema peronista al retorno del ya anciano Juan
Domingo Perón a la Argentina: “Ladrón o no ladrón queremos a Perón”. Ese
declive del sistema democrático ha favorecido a Nicolás Maduro, lo hace
sentirse más seguro de que no hay mecanismos internacionales para evitar que
las democracias naufraguen y que el número de sus eventuales socios anti
democráticos va en aumento.
¿Está
todo perdido? ¿Tiramos la toalla, nos resignamos y ya? No lo creo. He tenido la
suerte de conocer a jóvenes dirigentes políticos que han entendido que gran
parte del desencanto político en nuestro país se debe a dirigentes que se
desconectaron de las bases populares, que no saben lo que ocurre más allá de
sus oficinas y que hacen ofrecimientos vacíos e irrealizables. Jóvenes
dirigentes que practican una manera de hacer política no basada en el odio
y en la confrontación. Jóvenes líderes que entienden y procuran algo
que resulta indispensable para un renacimiento democrático y para un
verdadero cambio: el reencuentro de la familia venezolana. Prefiero
no dar nombres, dar nombres es un peligro en partidos que descabezan a los
jóvenes que se destacan. Por sus obras los conocerán.
Paulina
Gamus
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