Por Froilán Barrios
Cual rayo del Catatumbo han salido en tropel los aspirantes presidenciales opositores a las elecciones de 2024. Algunos solapan sus nombres detrás de sus siglas partidistas; otros, sin empacho alguno, publican sus pretensiones, como si nada hubiera pasado durante estas dos décadas o en el pasado reciente, suponiendo que el abnegado pueblo venezolano carece de memoria ante las interminables pifias, cuyas consecuencias las ha sufrido en la condición de vida de la población traducida en pobreza generalizada.
Estamos ante una evidente realidad: el fracaso del interinato de Juan Guaidó no deja otra estación política factible en el marco constitucional que las elecciones presidenciales al culminar su sexenio en el poder, aun cuando el tirano Maduro haya usurpado el Poder Ejecutivo desde las fraudulentas elecciones de 2018, este no puede evitar que su lapso de ejercicio culmine en diciembre de 2024.
Esta oportunidad de desalojar del poder a un régimen autoritario no debe ser desaprovechada por el país democrático, a sabiendas de que el secuestro de los poderes públicos, entre ellos el Poder electoral, lo ejerce sin complejo alguno el mandatario usurpador. La decisión de reunir y lograr la unidad que supere las agudas divergencias entre las diferentes expresiones opositoras es una tarea urgente y necesaria.
En este objetivo nadie debe ser descalificado o estigmatizado, partiendo de lo establecido en el artículo 227 de la Constitución: “Para ser elegido presidente o presidenta de la República se requiere ser venezolano venezolana por nacimiento, no poseer otra nacionalidad, ser mayor de 30 años, de estado seglar y no estar sometido o sometida a condena mediante sentencia definitivamente firme y cumplir con los demás requisitos establecidos en esta Constitución”.
Por lo indicado anteriormente, quienes aspiren debieran comprometerse a exigir condiciones electorales, que permitan la participación plena del electorado, y el diseño de un proceso electoral sin la intervención descarada del Ejecutivo Nacional.
En realidad, la conducta del G4 y más reciente la Plataforma Unitaria ha sido ambigua y tolerante con los abusos del Estado, al aceptar sus condiciones y la violación de las normas establecidas en la Constitución y las leyes electorales, conformándose con las limitadas victorias que les permite el régimen.
Estas posiciones de “doblarse para no partirse”, los continuos fracasos políticos acumulados desde 2016, ahora acrecentados con el interinato, han multiplicado la incredulidad generalizada en la población, que manifiesta en las encuestas su rechazo mayoritario al liderazgo opositor de la MUD-G4, ahora Plataforma Unitaria, quien de nuevo pretende erigirse en la voz del pueblo, aun cuando no lo represente, y de paso a todo liderazgo emergente diferente a su entorno.
Me atrevería a hurgar en el exilio para anteponerlo a un liderazgo agotado y desprestigiado, que ha despilfarrado múltiples ocasiones por sus intereses personales. Ello significaría identificar candidaturas frescas, que ofrezcan proyectos políticos factibles de reconstrucción nacional, antes que promesas personales de caudillos mesiánicos.
Por ejemplo, sería más creíble un Laureano Márquez, aun cuando él no se haya propuesto, y quien me respondería en su buen tono humorístico “no me quieran tanto”, que el museo de cera de organizadores de derrotas que seguramente va a las primarias propuestas para 2023.
Pudiera ser que esta ingenua travesura de confrontar al parque jurásico político nacional sea respondida con ciruelazos y trompadas estatutarias; aun así, prefiero apostar allende los mares, que continuar soportando a una dirigencia fracasada en el objetivo de salir de la tiranía gobernante.
https://www.elnacional.com/opinion/me-atreveria-con-un-candidato-presidencial-del-exilio/ç
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