AFP 22 de mayo de 2022
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Un
venezolano de 27 años, junto a "Negro, su perro, han atravesado a pie la
peligrosa selva del Darién, entre Colombia y Panamá. Luego Costa Rica,
Nicaragua, Honduras y Guatemala hasta alcanzar México. “En la selva del Darién
veníamos con unas mujeres y las violaron, a nosotros nos robaron los
teléfonos”, cuenta
Hace casi dos meses que Gilberto Rodríguez dejó a su mujer y a sus dos hijos pequeños en Caracas e inició junto a su perro “Negro” una azarosa caminata hacia el norte por ocho países.
Ha
dormido en la calle, ha evadido delincuentes y ha tenido que pagar sobornos a
policías guatemaltecos corruptos, pero nada le ha robado
la esperanza de llegar a Estados Unidos.
Antes
de llegar al río Bravo, si consigue alcanzar la última frontera sin que la
policía mexicana lo detenga y lo deporte, debe atravesar otro
río en la frontera entre Guatemala y México, el Suchiate.
Con su
perro mestizo en brazos, paga poco más de un dólar para subirse a una balsa hecha
de cámaras de neumáticos y tablas.
En 10
minutos, ha llegado a México.
“Tenemos
una situación muy crítica con la economía allá (en
Venezuela) y nos toca salir corriendo. No alcanza para nada el sueldo, todo tú
lo compras en dólares y lo que te pagan en bolívares no te rinde nada”, explica
este joven delgado de 27 años en Ciudad Tecún Umán, en el suroeste de
Guatemala, antes de cruzar el río.
Gilberto
y su perro han atravesado a pie la peligrosa selva del Darién, entre
Colombia y Panamá. Luego Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala hasta
alcanzar México.
Un
juez federal estadounidense decidió mantener el Título 42, un
decreto aprobado por el gobierno del expresidente Donald Trump en 2020 que
permite la expulsión inmediata de los migrantes que ingresan por la frontera
sur, y que el gobierno Biden aspiraba levantar este 23 de mayo.
Pero
al igual que Gilberto, la gran mayoría de quienes cruzan el río
Suchiate no saben lo que es el Título 42.
“Plan
hormiga”
Contrariamente
a meses anteriores, cuando se agolpaban multitudes de migrantes esta frontera,
ahora el flujo es pequeño. En las carreteras la policía guatemalteca
sube constantemente a los buses para verificar la identidad de los viajeros.
El
flujo migratorio por Guatemala llega en “grupos pequeños” que no demoran en
pasar a México, comenta Alejandra Godínez, de la Oficina
de Atención al Migrante en Ciudad Tecún Umán.
“Se
disipan en varios grupos y luego ya se agrupan del lado mexicano”, agrega
Godínez.
“Lo
están haciendo en plan hormiga”, explica Rubén Méndez, alcalde de Ayutla, municipio
donde se encuentra Tecún Umán. Asegura que los operativos son un disuasivo para
que los migrantes no intenten formar nuevas caravanas como las que solían salir
de Honduras, principalmente desde 2018.
Entre
enero y mayo, Guatemala ha expulsado a unas 303 personas de Honduras, El
Salvador y Nicaragua que no cumplieron los requisitos
migratorios y sanitarios requeridos por la pandemia.
También
ha expulsado a 69 venezolanos y a 165 cubanos, además de a otras 86
personas de diferentes nacionalidades.
La
última caravana de unos 500 migrantes fue disuelta en enero, apenas
entró en suelo guatemalteco. Un año antes, un éxodo de unas 7.000 personas fue
contenido a bastonazos y gases lacrimógenos.
Gilberto,
con la mochila al hombro, cuenta que en algunos tramos de
Guatemala los uniformados le exigieron dinero para permitirle continuar.
“La
vaina (asunto) está con los policías que nos quitan la plata”, dice.
Peligros
Con su
pequeño perro mestizo de dos años y pelaje oscuro, Gilberto ha
sorteado varios peligros.
“En la
selva del Darién veníamos con unas mujeres y las violaron, a
nosotros nos robaron los teléfonos”, cuenta sobre este tramo del
camino donde abundan las bandas criminales.
En el
camino, mascota y amo han sobrevivido de la caridad y compartido el mismo
plato. También han dormido en la calle, pues algunos
refugios no permiten animales.
Un día
antes de embarcarse en el río, Gilberto, “Negro” y otros nueve
caminantes hacen escala en la Casa del Migrante, una organización
humanitaria que tiene un local en esta frontera. Allí se alimentan.
“Hemos
venido entre montañas, ríos, quebradas, (y) la policía robándonos”, relata
Moisés Ayerdi, un nicaragüense de 25 años que dice huir de la pobreza y de la
represión en su país, donde dejó a su esposa e hija de tres años.
Todos
quieren conseguir trabajo en Estados Unidos para enviar dinero a sus familias, y
luego financiarles el viaje para reunificarse.
La
rústica embarcación sobre el Suchiate es empujada por un hombre con una larga
vara. Ni bien tocan la ribera del lado mexicano, “Negro”
salta de los brazos de su amo y se adelanta en el sendero.
Ya no
solo es un perro, también “es un migrante”, dice Gilberto sin
dejar de sonreír.
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