Tulio Hernández 16 de mayo de 2022
@tulioehernandez
Venezuela
es una nación emocional, política y económicamente paralizada. Una nación pos
apocalíptica, como decía Carlos Monsiváis de Ciudad de México, porque lo peor
ya pasó. Todos los males –el desastre económico, el fin de la
institucionalidad democrática, el fenómeno migratorio más grande en la historia
de América Latina, la crisis del liderazgo opositor– le ocurrieron a nuestro
país gracias a Hugo Chávez y al “socialismo del siglo XXI” y ahora, derrotados
todos –el gobierno que tiene el poder, pero no tiene futuro–, y la resistencia
democrática –que ya no es resistencia sino parálisis y solo tiene pasado–,
comparten el mismo estado psicológico. La amargura de la resignación.
Nos acostumbramos a la vida mísera. En algunos estados como Táchira, si llega la electricidad por unas horas, hay una fiesta. Si un ciudadano común logra renovar su pasaporte, hay otra. Si eres adversario del gobierno y no te han metido preso aún, le das gracias a Dios y a Nicolás Maduro. Si tu hijo, o tu nieto, que emigraron a Chile o a España, te manda una remesa de cien o doscientos dólares al mes, eres feliz.
En
esto pienso luego de releer, por esos azares de las redes sociales, una
entrevista que el equipo del diario El Nacional le hiciera en
2018 a la psiquiatra Rebeca Jiménez, bajo el titular “Al venezolano lo han
desmontado emocionalmente como al Estado”.
La
tesis fundamental de la entrevista, hecha hace ya cuatro años, pero todavía
vigente, es que los venezolanos que no apoyan al gobierno narcomilitar, pasaron
de la euforia contestataria en las calles en 2017, de la rabia y la acción, a
un estado de absoluta resignación en apenas un año, el 2018.
La
doctora lo define como al estado burnout o síndrome de “estar quemado”,
generado por el estrés que implica cansancio y rendición, no solo ante la
crisis económica, sino también ante los deteriorados servicios públicos, la
falta de electricidad, agua potable, gasolina, conexión a Internet, medicinas
básicas, pensiones a los jubilados y el fracaso de la acción opositora.
“Un
cambio patológico que el gobierno ha causado”, asegura Rebeca Jiménez. Y luego
lo explica en detalle: “En este momento hay un proceso de despersonalización,
de descalificación y de impotenzación del venezolano (…) El ciudadano está
en un jaque mate psicológico, social, económico, al que han llevado
progresivamente, y solo busca sobrevivir. Si nos remitimos a la pirámide de
Maslow, en estos momentos el venezolano está en un punto crítico en el que
para subsistir como entidad biológica tiene que enfocar toda su atención en
sobrevivir. Ha perdido todas las cosas que tenía como normales: el agua, la
luz, la gasolina; es el caos de su vida cotidiana”.
Es un
dato importante. Y obviamente en este proceso de deterioro tiene un papel
decisivo el silencio o la omisión del liderazgo político opositor. Leopoldo
López guarda un silencio casi metafísico. Julio Borges no existe. El verbo
entusiasmantemente bélico de Ramos Allup se convirtió en mudez apagada.
Henrique Capriles, es obvio, no tiene nada que decir.
Se
necesita una respuesta para iluminar este camino de sombras. Se supone que hubo
una reunión en Panamá para recrear una plataforma opositora unificada. Cuando
una sociedad entra en crisis, no solo a los gobernantes se les funden las
neuronas y se les descompensa la ética personal. También a los opositores.
¿Alguien tiene una linterna?
Tulio
Hernández
@tulioehernandez
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