Moisés Naím 16 de mayo de 2022
@moisesnaim
En la
década pasada proliferaron los eventos que cambiaron al mundo. Algunos fueron
imposibles de ignorar, pero hubo otros, más graduales, que pasaron casi
desapercibidos. Entre ellos el más importante: la crisis global de la
democracia.
En todos
los continentes las democracias se han debilitado y las dictaduras están en
auge, albergando a 70% de la población mundial, es decir 5.400 millones de
personas. Según estudios del Instituto V-Dem de la Universidad de Gotemburgo,
una década antes ese porcentaje de personas que vivían en dictaduras era 49%.
Desde 1978 no había un número tan bajo de países en proceso de democratización.
Hay dos razones por las cuales este retroceso de la democracia ni causó mayores alarmas ni provocó reacciones significativas. La primera es que estaban pasando muchas otras cosas urgentes y concretas que hacían difícil a los defensores de la democracia competir con éxito por la atención de los líderes, los medios de comunicación y de la opinión pública. La pandemia o la crisis financiera mundial son tan solo dos ejemplos de una larga lista de eventos que no dejaron espacio para crisis menos inmediatas. La segunda razón es que la mayoría de los ataques a la democracia fueron deliberadamente opacos, difíciles de percibir y, mucho menos, capaces de activar a la gente.
Consideremos
la primera causa de esta desatención mundial a lo que Larry Diamond, un
respetado profesor de la Universidad de Stanford, llamó “la recesión
democrática”. ¿Como movilizar a la población para defender a la democracia
cuando la pandemia estaba causando la muerte de millones de personas en todo el
mundo? Según la Organización Mundial de la Salud, tan solo entre 2020 y 2021
murieron 15 millones de personas a causa del covid 19 y sus variantes.
En la
década pasada también arreciaron los efectos del calentamiento global. Se
hicieron más frecuentes, letales y costosos los incendios forestales, las olas
de calor extremo, inundaciones, huracanes, tifones, el deshielo de los polos y
mucho más.
Tampoco
faltaron los problemas económicos. Entre 2007 y 2009 se desató una profunda
crisis financiera que comenzó en Estados Unidos, causó graves daños a la
economía, contagió a otros países y dejó secuelas políticas cuyas consecuencias
perduran. Quizás la más importante de estas es la agudización de la desigualdad
económica.
Este
problema se agravó en la década pasada y sigue siendo la fuente de conflictos
políticos e inestabilidad social. Uno de los países donde más se ha acentuado
es China, que es hoy una de las sociedades más desiguales del mundo. Pero, la
atención mundial a la economía China no fue por su creciente desigualdad sino
por su rápido crecimiento económico. Entre 2010 y 2020 el gigante asiático más
que duplicó el tamaño de su economía y, dependiendo como se calcule, es hoy la
primera o segunda economía más grande del mundo. En ese mismo periodo el
régimen chino profundizó su autoritarismo. En 2018, el presidente Xi Jinping,
se las arregló para eliminar la norma de la constitución que, desde 1982,
limitaba la presidencia a dos periodos de cinco años. Gracias a esta reforma
constitucional Xi puede ser presidente por tiempo ilimitado.
La
década pasada también fue la del Brexit, el inesperado y traumático retiro del
Reino Unido de la Comunidad Europea. También fue el periodo en el cual se
produjo un explosivo aumento de la influencia económica, política y social de
redes sociales como Facebook, YouTube, Instagram, Twitter o TikTok. Y de las
múltiples guerras de Putin: los militares rusos combatieron en Georgia, Crimea,
Abjasia, Osetia del Sur, Siria y Ucrania. En esos diez años también vimos el
ascenso de Donald Trump, su conquista del Partido Republicano y de la
presidencia de Estados Unidos.
Muchos
de estos eventos fueron moldeados e impulsados por el acelerado aumento de los
usuarios de teléfonos inteligentes, los ubicuos smartphones. Hoy más de 6.500
millones de personas (84% de la población mundial) poseen un teléfono
inteligente.
Mientras
todo esto -y mucho más- distraía nuestra atención, un grupo de líderes
autoritarios se apropió de un gran número de las democracias del mundo.
Las
estadísticas, reportes y evidencias del deterioro de la democracia en el mundo
son sorprendentes y preocupantes. Pero más sorprendente aun es la falta de
respuestas y la inacción ante los embates de las fuerzas antidemocráticas.
Ocurre
porque muchos de los asaltos a las democracias ahora están sucediendo de una
manera tan sigilosa que en la práctica los hacen casi invisibles. Un problema
que no se ha detectado nunca será solucionado. Las democracias del mundo están
enfrentando un peligroso y aún no suficientemente reconocido problema.
Necesitamos identificarlo, publicitarlo y enfrentarlo.
Moisés
Naím
@moisesnaim
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