Ismael Pérez Vigil 28 de mayo de 2022
El
gobierno y la oposición democrática han acordado, finalmente, reanudar las
negociaciones suspendidas hace tiempo, para ver cómo se logra una salida a la
profunda crisis política y humanitaria que agobia al país. Pongamos en contexto
la situación para analizar las opciones de negociación.
El poder del gobierno
No
hace falta describir lo que todos sabemos bien, como el gobierno −autoritario,
por decir lo menos− controla el poder y los recursos, cada vez más escasos,
pero suficientes para continuar su despilfarro y los “negocios”, internos y con
sus socios externos. No es la popularidad, de la cual hoy carece, sino el
monopolio absoluto de la fuerza −a través de la fuerza armada, que lo apoya
incondicionalmente− y toda la capacidad represiva del Estado, lo que le
permiten ejercer ese control sobre territorio y recursos, de manera total y
absoluta. No hay ningún resquicio… aparentemente.
Situación
de la oposición.
Por su
parte la oposición, aunque dividida, fragmentada, que permanece en profundas y
amargas disputas internas, uno de sus sectores, el mayoritario, tras largo y
hermético silencio, se ha puesto de acuerdo para conformar una estructura de
coordinación y una fórmula, aun no muy bien definida, para seleccionar mediante
unas primarias su candidato para el próximo proceso electoral en el 2024, o
antes. No hace falta recordar que se trata de una oposición inerme, pues no
cuenta con ninguna fuerza física y su capacidad de movilización popular ha
mermado considerablemente; sin embargo, hay que recordar que en condiciones
similares en el pasado, ha logrado algunos triunfos sobre el régimen
autoritario y −muy importante− reconocimiento y apoyo externo para la
imposición de sanciones al régimen, por parte de la comunidad internacional;
sanciones cuestionadas por ineficientes y que algunos sectores solicitan que se
eliminen pues estarían afectando a la población inocente del país; pero, es lo
único que ha servido para contener algo los desmanes del gobierno y obligarlo a
llegar a una negociación.
Los
ciudadanos.
Un
gran porcentaje de los ciudadanos del país −más del 80% − sumidos en la
pobreza, se han mantenido al margen de los últimos procesos electorales y
muestran poco o ningún entusiasmo por la actividad política. Se supone que es
porque están ocupados y concentrados en sobrevivir, aunque nadie que se sepa ha
investigado eso; más bien creo que esto es en parte el resultado de varias
décadas de prédica antipolítica y anti partidos, acentuada por la intimidación
del régimen y una intensa campaña en contra del valor del voto y la eficiencia
de los procesos electorales para resolver los problemas del país.
En el
contexto descrito, nada halagüeño, es que se produce el anuncio de que el
régimen y la oposición democrática exploran las posibilidades de continuar la
negociación suspendida; ahora, a pesar del anuncio de la disposición a
negociar, el régimen horada las bases de la misma, solicitando se admita como
representante a Alex Saab, preso por delito en los EEUU −recordemos que la vez
pasada la negociación se suspendió por esa absurda demanda del gobierno, que
además fue quien se levantó de la mesa− y cuestionando también a los
mediadores, el Reino de Noruega; de manera que, de llegar a concretarse el
acuerdo para negociar, la pregunta obvia es: ¿Qué se va a negociar? ¿Cuál es el
objetivo de la negociación?
Objetivos
de la negociación.
Para
un sector opositor, radical, el objetivo escueto y único no puede ser otro que
encontrar una fórmula para que el actual gobierno deje el poder, se retire sin
más, como condición previa para cualquier otra cosa y para reorganizar la vida
democrática del país.
Otro
sector, más moderado, piensa que lo anterior no es realista y opinan que se
debe buscar de común acuerdo una transición electoral, pacífica, a la
democracia, detener las violaciones de los derechos humanos, los atentados
contra las libertades públicas y, mientras tanto, buscar alternativas para
aliviar el sufrimiento popular.
A un
sector, más conforme, resignado o menos osado, le basta con que se logre alguna
flexibilización económica y política del gobierno, que atraiga algo de
inversión, que mejore la situación económica, para así aliviar la profunda
crisis humanitaria que agobia al país.
Pero,
definir el o los objetivos de la negociación, aunque no es fácil, es lo menos
problemático porque la verdadera dificultad reside en: ¿Qué es lo que va a
ceder en la negociación cada una de las partes? Dicho más claramente: ¿Cómo el
régimen gobernante, con todo el poder que tiene, lo va a abandonar sin más,
para entregárselo a una oposición que no tiene fuerza para obligarlo a ello o
poco que ofrecer a cambio, como no sea levantar unas sanciones que no dependen
de su decisión?
Opciones
de salida.
En
cualquier caso, la solución de la crisis humanitaria y económica que ha
arruinado al país pasa por una salida del actual régimen; sea que en un acto
incomprensible y poco probable abandone el poder, voluntariamente; sea porque
se desarrolle un proceso electoral libre, bajo supervisión internacional, que,
según todas las encuestas perdería el gobierno; o bien sea porque algún
acontecimiento político, hoy impensable, como una revuelta o insurrección
popular, incline la balanza y el apoyo de la fuerza armada en su contra y lo
obligue a dejar el poder. Estas son las opciones que algunos vislumbran como
salida, pues lo que es también cierto, que se ha demostrado en el tiempo y
ahora con la guerra de Putin contra Ucrania, es que la comunidad internacional
−la misma que apoya a la oposición democrática− no pasará de establecer
sanciones y cualquier opción militar que implique una fuerza externa o
invasión, para resolver los problemas políticos y humanitarios de cualquier
país, está descartada.
Los
mitos en el país.
Lo más
difícil de esta situación es que flota en el ambiente, desde hace muchos años,
una especie de pensamiento “mágico”, ingenuo −y hasta oportunista−, por parte
de algunos grupos radicales, sus asesores e influyentes en la opinión pública,
que −al considerar la situación del país y las posibles salidas− han
desarrollado algunos mitos. Uno de ellos es que al gobierno autoritario le
interesa que eliminen las sanciones económicas −“que afectan al pueblo”, según
dice el gobierno y repiten a coro algunos opositores−, como si el bienestar del
pueblo fuera realmente una preocupación del gobierno; en realidad al régimen
las sanciones que lo afectan y preocupan son las sanciones personales contra
sus funcionarios, mismas que todos los opositores afirman que se deben
mantener.
Otro
mito de algunos sectores opositores, a sabiendas que no hay disponible una
fuerza física, ni interna ni externa, para forzar al régimen a retirarse
−posiblemente solo para lograr unas condiciones electorales, como ya ha
ocurrido en el pasado−, piensa y plantea con aparente seriedad y convicción,
que el régimen debe ceder el poder, dándose golpes de pecho, admitiendo los
errores cometidos, las violaciones de DDHH de las que se les acusa, devolviendo
los recursos del país de los que se ha apropiado y mansamente se dejarán
esposar y conducir a la cárcel, a purgar sus delitos; o en el mejor de los
casos, en un arrebato de fiereza y ante un descuido, escaparán a un exilio
forzado, pero sin la posibilidad de desplazarse libremente por el mundo, por el
temor a ser atrapados en cualquier aeropuerto y juzgados en algún país
desarrollado o por algún tribunal internacional.
Conclusiones.
Pero
algo ocurre en el país, porque resulta incomprensible que un régimen con el
poder omnímodo que muestra el actual, sin embargo, da pasos −aunque inciertos−
en dirección a una negociación; posiblemente las razones que lo animan son
buscar reconocimiento internacional e insistir en que se le eliminen sanciones,
aunque sabemos que son las personales las que quiere eliminar, cosa que es más
difícil. Lo cierto es que aun con su supuesta “debilidad” la oposición ha
logrado, en varias oportunidades, llevar al régimen a la mesa de negociación.
Paradójicamente,
lo cierto, si vemos el escenario actual, es que la oposición democrática tiene
todo por ganar y poco que ceder, que ya no haya cedido o le haya sido arrebatado:
Democracia, instituciones políticas, partidos, libertad de asociación y de
expresión, libertad de sus líderes, y un largo etcétera. Sin duda es el
gobierno el que tiene todo por perder: El poder y con él, el usufructo de la
riqueza del país. Lo que no parecen haber percibido los habitantes y líderes
opositores es que resulta obvio que el régimen, si no recibe nada a cambio, se
puede y va a mantener en el poder, como la ha hecho hasta ahora, pues tiene
fuerza, recursos y también cuenta con cierto apoyo internacional. Esos factores
no los podemos perder de vista.
Por lo
tanto, quien tiene tanto que perder, ¿Qué pedirá a cambio de dejar el poder,
frente a una oposición que no tiene fuerza, real, para desalojarlo del mismo y
muy poco que ofrecer? Obviamente pedirá inmunidad. Inmunidad para poder
disfrutar, en el país o en el exterior, de los bienes mal habidos. Esto, que no
debería sorprender a nadie, sorprende a muchos y es un tema que no podemos
seguir ignorando, sobe el que debemos abrir una amplia y profunda discusión.
Los
habitantes del país, sobre todo la oposición, debe tomar conciencia de que no
hay manera de salir de esta crisis, sin tragar algunos sapos crudos a través de
una negociación, ¿Lo tendrán claro sus líderes, especialmente los más radicales?;
estos últimos, afortunadamente −aunque ruidosos y muy activos en redes
sociales− son minoritarios.
Sin
fuerza física, con capacidad de movilización mermada, los habitantes y fuerzas
políticas democráticas, que ya han tenido triunfos electorales importantes
−única vía posible en este momento para enfrentar regímenes como el que
gobierna el país− lo que deben es recuperar la fuerza interna, además de la
externa con la que cuentan, que permita hacer respetar esos triunfos. Ese es el
reto.
Ismael
Pérez Vigil
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