Opus Dei 28 de mayo de 2022
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Comentario
de la Solemnidad de la Ascensión del Señor (Ciclo C). “Mientras los bendecía,
se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo”. Jesús alimenta nuestra
esperanza del gozo eterno cada día en la Santa Misa, haciéndonos partícipes de
su Resurrección y Ascención.
Evangelio
(Lc 24,46-53)
Y
[Jesús] les dijo:
— Así
está escrito: que el Cristo tiene que padecer y resucitar de entre los muertos
al tercer día, y que se predique en su nombre la conversión para perdón de los
pecados a todas las gentes, comenzando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos
de estas cosas. Y sabed que yo os envío al que mi Padre ha prometido. Vosotros
permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto.
Los
sacó hasta cerca de Betania y levantando sus manos los bendijo. Y mientras los
bendecía, se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo. Y ellos le adoraron
y regresaron a Jerusalén con gran alegría. Y estaban continuamente en el Templo
bendiciendo a Dios.
En
estas palabras de Jesús, con las que termina el Evangelio según san Lucas, se
compendian los grandes temas que están en el corazón de la fe y la misión de la
Iglesia: Cristo murió y venció la muerte, para que todos se salven. El «éxodo»
del que Jesús hablaba con Moisés y Elías en la transfiguración (cf. Lc 9,31),
se ha cumplido en Jerusalén. Desde allí envía a los apóstoles, revestidos con
la fuerza de aquel «al que mi Padre ha prometido», es decir, el Espíritu Santo,
a predicar en todo el mundo la conversión para el perdón de los pecados (vv.
46-49).
Ellos
fueron testigos de «todas estas cosas» (v. 48), ya que vieron la crucifixión y
a Jesús Resucitado, así que pueden entender las Escrituras que hablan del
misterio de Cristo, del Hijo de Dios hecho hombre, muerto por nosotros y
resucitado, vivo para siempre y garantía de nuestra vida eterna. «Este es el
testimonio –hecho no sólo de palabras sino también con la vida cotidiana, dice
el Papa Francisco–, el testimonio que cada domingo debería salir de nuestras
iglesias para entrar durante la semana en las casas, en las oficinas, en la
escuela, en los lugares de encuentro y de diversión, en los hospitales, en las
cárceles, en las casas para ancianos, en los lugares llenos de inmigrantes, en
las periferias de la ciudad... Este testimonio nosotros debemos llevarlo cada
semana: ¡Cristo está con nosotros; Jesús subió al cielo, está con nosotros;
Cristo está vivo!»[1].
«Los
sacó hasta cerca de Betania y levantando sus manos los bendijo. Y mientras los
bendecía, se alejó de ellos y comenzó a elevarse al cielo. Y ellos le adoraron
y regresaron a Jerusalén con gran alegría» (vv. 50-52). La reacción de los
Apóstoles es sorprendente, lo más lógico es que se sintieran desconcertados y
abrumados, porque Jesús se estaba separando definitivamente de ellos y se
quedaban solos en la tierra, con una tarea por delante que superaba por
completo sus fuerzas y capacidades, y, a la vez, debiendo afrontar las mismas
dificultades con las que se había encontrado el Maestro, Además, si todas las
despedidas son penosas, el adiós definitivo de Jesús en este mundo, los debería
haber llenado de tristeza. Sin embargo, ¿cómo es posible que «regresaran con
gran alegría» (v. 52)?
Benedicto
XVI hace notar que si los discípulos vuelven alegres es porque «no se sienten
abandonados; no creen que Jesús se haya como disipado en un cielo inaccesible y
lejano. Evidentemente, están seguros de una presencia nueva de Jesús. (…) La
alegría de los discípulos después de la “ascensión” corrige nuestra imagen de
este acontecimiento. La “ascensión” no es un marcharse a una zona lejana del
cosmos, sino la permanente cercanía que los discípulos experimentan con tal
fuerza que les produce una alegría duradera»[2].
A la
vez, están alegres porque son conscientes del gran bien que esa Ascensión trae
consigo para toda la humanidad que, en Cristo, está llamada a participar de la
gloria de la divinidad. Por eso, dice San León Magno, «cuando el Señor subió al
cielo, los apóstoles no sólo no experimentaron tristeza alguna, sino que se
llenaron de gran gozo. Y es que en realidad fue motivo de una inmensa e
inefable alegría el hecho de que la naturaleza humana, en presencia de una
santa multitud, ascendiera por encima de la dignidad de todas las criaturas
celestiales, (…) por encima de los mismos arcángeles, sin que ningún grado de
elevación pudiera dar la medida de su exaltación, hasta ser recibida junto al
Padre, entronizada y asociada a la gloria de aquel con cuya naturaleza divina
se había unido en la persona del Hijo»[3]. Con la
Ascensión de Jesús se alimenta nuestra esperanza de participar también en la
plenitud de vida junto a Dios en la gloria celestial.
[1] Papa
Francisco, Regina coeli, Domingo 8 de mayo de 2016.
[2] Joseph
Ratzinger - Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en
Jerusalén hasta la Resurrección (Encuentro, Madrid 2011), cap. 9.
[3] S.
León Magno, Sermo 1 de ascensione Domini, 4.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-es/gospel/2022-05-29/
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