Por Simón García
La oposición es una controversia en la que resulta difícil distinguir a los contendores. En el último año hemos asistido a mutaciones que los igualan: el mantra, cortafuegos para quitarle razones al otro, desapareció sin deudos ni gloria; los fulminantes abstencionistas cambiaron de uniforme para ir a elecciones en la fecha que decida el «ilegítimo» CNE. Ahora el brazalete para separar buenos de malos es quien asume el apoyo técnico logístico de unas primarias que ponen la carreta delante de los bueyes.
Después del septenio perdido volvemos al punto de partida con menos fuerzas y más desesperanza. El fracaso es tan contundente que pocos dan la cara por un interinato sostenido por un pitcher importado. Los hechos tuercen el cuello a dirigentes que se resisten a rectificar.
Nuestra política, chapoteando en menudencias, se despoja de sus vínculos sociales, teóricos y éticos. La mayoría de la élite política sobrevive en la jungla que sembró el gobierno y que ella ayuda a extender. Algunos ya no dejan oír ni un murmullo, agobiados por sus olvidos sobre la política como labor para tejer uniones y realizar fines nobles. Un pragmatismo sigiloso los consume.
El diferencial opositor pasa por renovar, sin anular, la distinción tradicional entre oposición y gobierno. Los fines del cambio deben repensarse porque el poder impuso su perspectiva: todos quieren ir a México. Y aunque sea un avance, no todos trabajan por el éxito del nuevo viaje. La mutación de la autocracia a la democracia clama por una propuesta deseable y viable de transición.
En vez de primarias, debería pensarse en los caminos para salir de las crisis que azotan al país y en particular de su expresión política institucional que niega a la democracia. La única posibilidad de ser alternativa frente a los autoritarismos es promover una oferta cultural, institucional y social de democracia que no sea una vuelta a la que sucumbió en las últimas décadas del siglo pasado.
El desafío es afirmar la cultura de entendimiento y dejar atrás conveniencias particulares. Hay que liberar a la conciencia nacional de las cadenas de autoritarismo, centralismo, populismo y dependencia nociva del Estado. El cambio comienza por pensar el país a futuro.
La refundación de la oposición supone recobrar su fuerza y rehacer su eficacia en tiempos de lucha por una progresiva democratización bajo condiciones autocráticas. Las nuevas rutas requieren otras cartas de navegación, otras herramientas y otros objetivos para que el enfrentamiento destructivo ceda paso a confrontaciones de signo positivo entre proyectos conservadores y proyectos innovadores.
Las visiones ortodoxas en la oposición impiden actuar como fuerza de innovación, democracia y unificación. También prolongan el gran fracaso del proyecto del PSUV, más de poder que de sociedad, que comienza a mostrar demandas, aun difuminadas, de reformulación. Para incentivar estas demandas hay que admitir que el gobernó y el PSUV son parte necesaria de las soluciones si se aspira ganar cambios con paz y estabilidad.
No dejemos de examinar cuanto tienen de apariencia y cuanto de posibilidades de futuro las novedades en curso. Es hora de partear una época que ponga fin a una tragedia que, porque nos afecta a todos, fomente el compromiso entre lados hoy opuestos. Hora de personas auténticas, honestas, con sentido común para cultivar acuerdos de mediano plazo. Para ello sólo se necesita una idea: es urgente hacer juntos un país para todos.
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