Trino Márquez 02 de junio de 2022
@trinomarquezc
En la
primera ronda de las elecciones presidenciales, el electorado Colombiano
optó por moverse hacia los extremos del espectro político, desechando las
candidaturas más moderadas. Favoreció a Gustavo Petro, destacado dirigente de
la izquierda colombiana y latinoamericana, y a Rodolfo Hernández, ingeniero y
empresario millonario, quien se proclama defensor de la libre empresa.
Petro ha estado vinculado con el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, estuvo cerca de Fidel Castro y su hermano Raúl, es admirador de la revolución cubana y de la revolución bolivariana, al menos cuando Hugo Chávez vivía, y defensor del discurso y las prácticas intervencionistas que han guiado la conducta de los partidos y organizaciones izquierdistas del continente. Integró el M-19, grupo insurreccional que sembró el terror en Colombia durante la década de los años ochenta del siglo pasado. Fue responsable del asalto, en 1985, al Palacio de Justicia, sede de la Corte Suprema de Justicia, en el cual murieron más de cien personas, entre ellos once magistrados de la Corte.
Rodolfo
Hernández es un empresario folclórico, charlatán y prosaico, que a sus 77
años de edad decidió que sus últimos años en esta dimensión quería pasarlos
entretenido jugando a la política. Algo así como Donald Trump. La suerte, pero
sobre todo la crisis tan severa que viven las élites políticas tradicionales
colombianas, lo favorecieron. El crecimiento acelerado de su alternativa
durante las últimas semanas de la campaña, mostró el hastío de la población con
el uribismo, con el gobierno de Iván Duque y con los sectores que lleva décadas
dirigiendo las riendas de la nación.
Los
dos aspirantes que se disputan la presidencia de la República representan un
serio peligro para el futuro de la hermana república y, desde luego, para
Venezuela. Colombia se disputa con Chile el cuarto lugar entre las economías de
América Latina, después de Brasil, México y Argentina. Durante el período de
Duque, a pesar de la pandemia, logró tasas de crecimiento importantes en
su PIB. La explotación de petróleo –gracias en buena medida al aporte técnico y
gerencial de los venezolanos- ha aumentado de forma considerable.
Lo que
ocurre es que Colombia sigue siendo un país donde las desigualdades y
contrastes sociales son muy marcados. La oligarquía es rancia e insensible
frente a esos desequilibrios. La pobreza se extiende por las ciudades y el
campo sin que los gobiernos logren compaginar políticas que la reduzcan de forma
ostensible. Esos contrastes provocaron las movilizaciones y violentas
manifestaciones de los años 2019 y 2020, hundiendo la popularidad de Duque en
el sótano.
Petro
y Hernández lograron aprovecharse del descontento con los partidos y
agrupaciones tradicionales e imantar los ciudadanos de forma diferente. Ambos
se movieron en el plano de las proposiciones generales en temas centrales como
la reducción de la pobreza y la informalidad, la violencia social, las
desigualdades existentes en el acceso a una educación y a una salud de calidad
para las grandes mayorías. El problema de la distribución de la tierra en el
campo y el combate al narcotráfico también fueron aspectos que quedaron
flotando en las nebulosas. La situación de los casi dos millones de venezolanos
que se han desplazado hacia Colombia y las relaciones con el gobierno de
Nicolás Maduro también permanecieron en el limbo. Ambos dicen que
restablecerán las relaciones diplomáticas y comerciales con Venezuela. Bien,
pero a cambio de qué. Se comprende que quieran diferenciarse de Duque en este
plano, pero, ¿la democracia venezolana importa un bledo?
De
acuerdo con los antecedentes y la formación ideológica de Petro, es lícito
suponer que el antiguo líder del M-19 abordará los enormes conflictos de la sociedad
colombiana con los cánones de la izquierda tradicional: estatismo, regulaciones
e intervencionismo económico desmedido; incremento de los mecanismos de
control social sobre las organizaciones independientes; presión al Poder
Judicial para que favorezca las decisiones del Ejecutivo; y coerción a
los medios de comunicación independientes. En el plano internacional, sus
socios serán Cuba, Nicaragua, México, Bolivia, Argentina y los otros países del
ALBA. Las relaciones con Estados Unidos podrían agriarse, a pesar de la
importancia del intercambio comercial entre Colombia y la potencia del norte.
El esquema podría ser el que ya se conoce.
Rodolfo
Hernández constituye una incógnita, como todo outsider. Aparte de
ser un personaje pintoresco, que asume la chabacanería como un atributo para
identificarse con el pueblo, de pensamiento simple y escueto, de su visión del
Estado y la sociedad se sabe muy poco. De su paso por la alcaldía de
Bucaramanga quedó la denuncia de corrupción por haberle entregado a uno de sus
hijos un contrato sin licitación. Este señalamiento tan preciso no fue
obstáculo para que la ‘lucha contra la corrupción’ se convirtiera en una de sus
consignas fundamentales durante la primera vuelta.
Tal
vez la ventaja de Hernández sobre Petro es que el ingeniero empresario carece
de un proyecto y una organización decidida a materializarlo. Su gestión tal vez
no pasaría de ser improvisada y caótica. En cambio, Gustavo Petro cuenta con el
soporte y la tradición de esa izquierda que jamás ha descansado en su
afán de mantener a América Latina en el atraso. Dura decisión la de los
colombianos.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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