Por: GÉNESIS CARRERO SOTO
Jaime y Jimmy son unos hermanos gemelos que siempre han trabajado por Petare, donde viven desde que nacieron hace 34 años. Se les ocurrió que las platabandas podían ser un punto de encuentro para la gente de la comunidad, incluso en tiempos de pandemia. Pero de pronto el barrio se convirtió en el escenario de una guerra. Nadie podía siquiera asomarse a las ventanas.
La platabanda era su escape al encierro. Desde que empezó el confinamiento por la pandemia de covid-19, Jaime solía sentarse en el techo de placa de su casa a tomar café con las vecinas, a ver el atardecer, a tomar un poco de aire, a mirar videos en su teléfono, a ojear desde allí arriba lo que pasaba entre los callejones de la Zona 3 del barrio José Félix Ribas de Petare, donde vive desde que nació.
En medio de una de esas conversaciones, mientras compartía el café con una de sus vecinas, le vino la idea. Fue como si de pronto hubiese descifrado un código. En ese instante estaba en el lugar donde podría colgar el sueño que comparte con su hermano Jimmy. El sueño de sembrar el cambio en el barrio más peligroso de Latinoamérica. Era marzo de 2020. Jimmy y Jaime se dieron cuenta de que en las platabandas podían reencontrarse los petareños. Que allí podría haber una tregua. Sí, ahí en las platabandas; ahí donde las personas del barrio hacen sus rumbas, donde cocinan las sopas de fin de semana, donde celebran la lluvia llenando tobos y tanques con el agua que cae del cielo porque por tuberías no llega, donde juegan dominó, donde vuelan papagayo, donde hasta los delincuentes se escabullen saltando de una casa a otra.
No necesitaban mucho. Una pantalla —que ya tenían—, un video beam, unas cornetas y películas. Para estos hermanos se trataba de mucho más que entretener: era una forma de retomar un proyecto dormido años atrás con el somnífero de los conflictos políticos y el despecho por un socialismo que no fue. Un aletargamiento que les enseñó que el reencuentro entre gente que piensa diferente es el ingrediente para que cualquier cosa funcione.
Pero la idea no les cayó del cielo.
En 2014 habían conseguido la donación de una pantalla gigante. Ese mismo año, en plena calle proyectaron un documental que despertó tal interés en los niños que no se movieron del piso ni siquiera cuando empezó una pelea muy cerca y un hombre del barrio accionó su pistola y disparó tres veces al aire. Se trataba de El milagro del Candeal, un largometraje que narraba cómo una comunidad brasileña se salvó de la violencia gracias a la música.
Entonces, los morochos hicieron clic. La cultura y la construcción de una memoria histórica del barrio los haría cruzar ese puente de la indiferencia entre sus ideas y los vecinos de Petare. Sí, la idea del Cine Platabanda iba tomando forma en sus mentes, incluso antes de que ellos mismos lo concibieran como tal.
Sobre todo cuando el enfrentamiento armado dio paso a una toma policial en la que drones, helicópteros y grupos tácticos tomaron esos mismos espacios para “cazar” a Wilexis, uno de los delincuentes más buscados del país.
Los morochos se preguntaban qué hacer. Y en esa búsqueda, una amiga de ambos los puso en contacto con unos pastores que tenían una radio comunitaria llamada Resplandor de Cristo, perteneciente a una iglesia cristiana que desde abril de 2020 transmite tres veces a la semana la palabra de Dios y mensajes de aliento. Para ello usan unas cornetas que instalaron también en el techo de una casa del barrio.
Se aliaron con ellos. Y eso sumó para que el Cine Platabanda pudiera finalmente llevarse a cabo. Entre los delincuentes hay, dentro y fuera de las cárceles venezolanas, una regla tácita: con los cristianos nadie se mete.
Por esos días, todo estaba más tranquilo en la comunidad. Y fue así que el 14 mayo niños y adultos se encontraron para ver una película animada.
Antes de empezar, y al otro extremo de la placa en la que se dispuso la pantalla, los pastores, junto a Jaime y a Jimmy, le pidieron a la gente que desde sus ventanas ondeara trapos blancos para pedir la paz en Petare. Las telas, que en la distancia parecían palomitas blancas a punto de ser liberadas, vibraron unos 10 minutos antes de que llegara el ocaso y se encendiera la pantalla que, tal como predijeron los morochos, se convirtió en el punto de encuentro para ver, leer, cantar, bailar y hasta orar en el barrio.
Tenían cornetas, la pantalla y una consola prestada. Aquella tarde, los organizadores, ansiosos, sentían que no oscurecía. Que los minutos pasaban lentos. ¿Será que esos pañuelos blancos lo iluminaban todo?
Fue a las 7:20 de la noche cuando la platabanda del callejón Guaicaipuro en José Félix Ribas se llenó de personas que, con tapabocas y sentadas en el piso, presenciaban la proyección.
A lo lejos, se podía ver a niños apiñados en las ventanas de sus casas, con los piecitos colgando mientras aplaudían cuando se emocionaban con la película. Los adultos también dispusieron sillas plásticas en sus platabandas y dejaron entrar a vecinos que no tenían buena visibilidad de la pantalla desde sus hogares para que pudieran disfrutar la proyección.
Esa noche todos celebraron el cine con aplausos y vítores.
Era la alegría de poder volver a sus ventanas y techos sin miedo.
Era la calma después de la tormenta.
La noche anterior, el 2 de junio, los más de 20 voluntarios que ya había sumado la iniciativa de la organización Zona de Descarga repartieron 200 libros entre las comunidades del 19 de abril y José Félix con vista a la pantalla gigante, desde donde un cuentacuentos voluntario relató la historia de un árbol que hablaba. Mientras los niños la seguían desde sus ventanas con los libros donados.
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