Por Alejandro Marius
Nacida en Caracas (2009), “Trabajo y Persona” es una Asociación Civil sin fines de lucro cuya misión es promover la cultura del trabajo para el fortalecimiento de la dignidad de la persona, a través de la educación. Con más de 11 años de trayectoria, su propuesta de valor les ha permitido “ser” un medio para “conectar” con historias de personas que trabajan para “hacer” realidad el país posible
Leyma sale a las 3 a.m. desde su comunidad, cerca de Caucagua (estado Miranda), para llegar a tiempo a Caracas y poder tomar sus clases presenciales que le permitirán formarse como cuidadora de adultos mayores. Además, para participar en las clases virtuales logró el apoyo del único comerciante de su comunidad que tiene Internet y, con un banco en la acera fuera del negocio, se sienta pacientemente y asiste a las clases virtuales que le dejó la pandemia de la COVID-19. Leyma logró culminar sus estudios y ya tiene su primer contrato como cuidadora de un adulto mayor. También recuerdo a Marisol, que viajaba una vez a la semana desde San Cristóbal (estado Táchira) hasta Bailadores (estado Mérida) para formarse como emprendedora del chocolate… Y así, podría plasmar miles de ejemplos de este tipo, de los cuales he sido testigo de primera fila en más de una década.
¿Qué puede mover el corazón y la voluntad de tantos venezolanos que desean formarse y aprender un oficio? Y luego que lo logran, y trabajan por su cuenta, emprendiendo o contratados, ¿qué los hace levantarse cada mañana y dar lo mejor de sí mismos?
Sin duda la respuesta incluye un componente relacionado a la supervivencia, sí; pero no es suficiente, porque existen otras formas de obtener dinero y, sin embargo, he visto gente que se esmera en hacer su trabajo apuntando a la excelencia, con cariño, como si su persona se jugara y donara por entero en cada servicio ofrecido o en cada producto entregado.
Un chocolate cósmico
San Juan Pablo II desarrolla en la encíclica Laborem Exercens, que el trabajo humano tiene una dimensión objetiva y otra subjetiva, pero subraya que “… las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva”.
Recuerdo que la relación entre estas dos dimensiones la entendí mejor en un diálogo que surgió impartiendo una clase, en uno de los cientos de cursos que hemos ofrecido sobre emprendimiento en chocolate en varias regiones de Venezuela. Una de las participantes afirmaba con orgullo que su bombón era el mejor de todos y, en efecto, era muy bueno; pero lo que más me impactó fue la percepción que ella tenía de sí misma y, de manera inseparable, de la seguridad sobre la importancia del fruto de su trabajo. ¿Qué diferencia puede aportar al mundo la existencia de un bombón? En ese diálogo ambos descubrimos que un chocolate puede tener un “valor cósmico”, porque, tanto el bombón, como la sonrisa que produjo en mí degustarlo, aunado a la satisfacción de esa mujer al ver mi rostro, antes no existían y en ese momento se convertían en parte del universo.
Algo similar me ocurrió al escuchar el testimonio de Marisbel, quien vive en Los Teques y es egresada del programa Emprendedoras de la Belleza: “… en el trabajo expreso lo que siento, lo que sé, lo que soy; me siento útil y genero ingresos para mi hogar”. Ella remodeló parte de su vivienda para ofrecer un mejor servicio y trabajar con la conciencia que expresan sus propias palabras y, de esta forma, atestigua cómo se convierte en “sujeto” y protagonista de su trabajo.
El atentado a la dignidad
Entre las consecuencias producidas por la pandemia de la COVID-19, se encuentra el lamentable registro de millones de trabajos perdidos en todo el mundo, con respuestas de todo tipo por parte de organismos internacionales, gobiernos, sectores empresariales y, por supuesto, de la misma sociedad.
Sucede que frente a una situación como esa, y del mismo modo de cara a la crisis que vive nuestro país, son necesarias medidas de emergencia para proteger a los más necesitados. Sin embargo, como ha señalado el papa Francisco1: “… los subsidios solo pueden ser una ayuda provisoria. No se puede vivir de subsidios, porque el gran objetivo es brindar fuentes de trabajo diversificadas que permitan a todos construir el futuro con el esfuerzo y el ingenio (…)”, porque “lo que da dignidad es el trabajo”.
Entonces, tenemos por delante un gran desafío que se podría representar simbólicamente en aquel antiguo proverbio que reza: “Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”. El problema es que, en un determinado momento, la persona no tiene fuerza ni para levantar la caña, pero hay que estar muy atentos porque la asistencia debe ser provisional; el riesgo del asistencialismo está latente y, sostenerlo en el tiempo, es un atentado contra la dignidad de la persona.
Una iniciativa muy sencilla que está desarrollando la A. C. Trabajo y Persona, junto a varios de sus aliados, es el programa Emprendedoras Gastronómicas. La cantidad de niños que necesitan alimentarse en el país no se puede satisfacer únicamente con el crecimiento de comedores escolares; porque, si bien se logra alimentar a cada vez más niños, se genera proporcionalmente una mayor dependencia por parte de las familias.
El programa referido consiste en formar a madres o no, mujeres de la comunidad como “emprendedoras gastronómicas” para que, además de colaborar voluntariamente como retribución de su capacitación, conozcan las características nutricionales de los alimentos y las tradiciones culinarias de su región. Adicionalmente, se les brinda acompañamiento para que, luego de un tiempo, puedan generar ingresos y logren cubrir la alimentación de sus hijos, liberándose de esta manera un lugar en el comedor de la comunidad para que otro niño que lo necesite también pueda ser beneficiado.
El esquema de capacitación pasa por la formación de la persona, su intervención en el comedor y la apropiación del conocimiento para beneficio de su propia familia. Es cierto que el 100 % de estas mujeres no va a emprender, pero sí van a aprender un oficio con el cual pueden impactar positivamente en su entorno, disipando la necesidad de acudir al gasto público o financiamiento internacional y promoviendo, a su vez, una cultura del trabajo y el emprendimiento.
Ayudar a crecer
En un viaje a San Félix, estado Bolívar, participé en la graduación de un grupo de Emprendedores del Mueble. No solo quedé impresionado por la calidad de los productos finales que expusieron los muchachos, sino por el discurso de quien había sido elegido para dar las palabras de cierre en representación del grupo. “Más que construir un mueble, este curso me ha construido como persona”, expresó Carlos.
La educación es fundamental en el desarrollo del ser humano; es una dimensión necesaria para introducirlo en la realidad social, donde el trabajo es clave. En la edad media, los aprendices buscaban a los “maestros artesanos”, porque en ellos coincidía la pericia en la ejecución y la comunicación de su conocimiento y humanidad. Es tan necesario educarse para el trabajo, como poder encontrar personas que, en la faena cotidiana, estén dispuestas a compartir sus conocimientos y ayudar a que otros crezcan. Es indispensable pensar en la “educación para el trabajo y en el trabajo”.
José se capacitó como mecánico en Valencia y, luego de comenzar su emprendimiento, empezó a recibir como pasantes a los jóvenes de las nuevas cohortes de Emprendedores de la Mecánica, del cual él era egresado. “El trabajo significa crecer como persona y te motiva a ayudar a otras personas”, afirma José.
Uno de los programas que superó nuestras expectativas y generó una amistad colaborativa en torno a la educación y al trabajo en varias ciudades del país fue la “formación de formadores en belleza”. En esta oportunidad, se convocó a capacitadores de más de ocho ciudades del país para especializarse en el oficio de la peluquería, el maquillaje, etcétera, y resultó una agradable sorpresa poder presenciar cómo se constituyó una hermosa relación entre los participantes, superando las distancias geográficas y generándose una amistad operativa entre ellos. En el mismo sector, es un espectáculo ver cómo egresadas de Emprendedoras de la Belleza combinan su oficio con la educación a otros, como es el caso de Tiffany, Miritza y Bárbara en Caracas, y María Fernanda en Santa Teresa del Tuy, por solo nombrar algunos ejemplos.
Trabajar por el bien común
Geraldine, Kellvy, Nora y Zoeling han abierto su local en Mérida, luego de graduarse del diplomado Emprendimiento Chocolatero, y una de las primeras iniciativas fue ofrecer a sus compañeras un espacio para que pudieran vender sus productos, además de organizar exposiciones y cursos para mostrar sus mercancías. El trabajo es una forma privilegiada para la construcción del bien común y se puede poner en práctica con pequeños gestos como este.
Lo mismo podemos decir de Gloria, formadora en un centro de capacitación en Aragua. Para ella el trabajo coincide con la idea de “compartir conocimiento y ayudar a la comunidad”. Esto lo vive tan intensamente que, apenas lo permitieron las restricciones por la pandemia y siguiendo las normas de bioseguridad, ofreció un servicio de barbería a su comunidad, al mismo tiempo que continuaba formando gente deseosa de emprender en el oficio.
De esta manera, el trabajo adquiere una dimensión comunitaria fundamental. De hecho, en toda la historia los hombres y mujeres han colaborado para facilitar el desarrollo de la humanidad, porque nadie puede partir de cero. El trabajo, vivido con una conciencia así, es una forma de comunión entre las personas que están comprometidas con esta dimensión humana en el mundo, además de hacerse partícipe para continuar la obra de Dios y de todas las generaciones precedentes.
Un amor que se recibe y se entrega
“El trabajo es una forma de amor cívico, no es un amor romántico, ni siempre intencional, pero es un amor verdadero, auténtico, que nos hace vivir y saca adelante el mundo”, expresó el papa Francisco en la audiencia con la Confederación Italiana de Sindicatos Trabajadores (CISL) en 2017. Esta contundente afirmación nos ayuda a incorporar en el trabajo un elemento fundamental que es propio de los seres humanos: el amor.
Célide comenzó su emprendimiento en Barquisimeto con cinco kilos de harina que le regaló una amiga, y lo que más la llena es ver la alegría de los niños cuando comen las meriendas que ella prepara. Es un ejemplo sencillo, pero muestra el valor de la caridad en el trabajo.
Esta dinámica es evidente también en el programa Cuidadores 360. Estar frente a las necesidades de un adulto mayor y atenderlo solamente por una contraprestación, no es sostenible en el tiempo; porque además de la vocación para un trabajo de ese tipo y manejar todas las técnicas necesarias, es indispensable incorporar un afecto especial hacia la persona. Como decía la Madre Teresa de Calcuta: “No podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con un gran amor” porque “… lo que importa es cuánto amor ponemos en el trabajo que realizamos”.
El trabajo cotidiano de cada uno de nosotros podría parecernos algo pequeño y desapercibido dentro del torrente de los cambios que estamos viviendo, pero sin duda puede ser el cambio más importante de la historia.
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