Opus Dei 23 de julio de 2022
@OpusDeiVE
Comentario
del 17.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C). "Cuando oréis, decid:
Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino". La oración es un
dialogo familiar, lleno de confianza, ternura y esperanza; es una conversación
ininterrumpida con Padre, en el Hijo, por el Espíritu Santo.
Evangelio
(Lc 11,1-13)
Estaba
haciendo oración en cierto lugar. Y cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos:
—
Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Él les
respondió:
—
Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino; sigue
dándonos cada día nuestro pan cotidiano; y perdónanos nuestros pecados, puesto
que también nosotros perdonamos a todo el que nos debe; y no nos pongas en
tentación.
Y les
dijo:
—
¿Quién de vosotros que tenga un amigo y acuda a él a medianoche y le diga:
«Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío me ha llegado de viaje y no
tengo qué ofrecerle», le responderá desde dentro: «No me molestes, ya está
cerrada la puerta; los míos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a
dártelos»? Os digo que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos
por su impertinencia se levantará para darle cuanto necesite.
Así
pues, yo os digo: pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os
abrirá; porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que
llama, se le abrirá.
¿Qué
padre de entre vosotros, si un hijo suyo le pide un pez, en lugar de un pez le
da una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le da un escorpión? Pues si vosotros,
siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre
del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?
Comentario
A san
Josemaría le conmovía la escena que nos narra este pasaje del Evangelio: “Jesús
convive con sus discípulos, los conoce, contesta a sus preguntas, resuelve sus
dudas. Es sí, el Rabbí, el Maestro que habla con autoridad, el Mesías enviado
de Dios. Pero es a la vez asequible, cercano. Un día Jesús se retira en
oración; los discípulos se encontraban cerca, quizá mirándole e intentando
adivinar sus palabras. Cuando Jesús vuelve, uno de ellos pregunta: Domine,
doce nos orare, sicut docuit et Ioannes discipulos suos; enséñanos a orar,
como enseñó Juan a sus discípulos”[1]. ¿Cómo se notaría la
intensidad de la oración de Jesús que los discípulos se sienten atraídos, pero
no quieren molestar?
Jesús
responde con naturalidad, enseñándoles con sencillez a unirse a su oración:
“Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino” (v. 2).
Lo primero, es dirigirse a Dios como “Padre” porque somos hijos de Dios. La
consideración de nuestra filiación divina establece el tono apropiado a la
oración, que no es otra cosa que un diálogo confiado de un hijo con un padre
que lo ama con ternura.
Jesús,
el Hijo que habla con su Padre, comparte con sus discípulos y con nosotros, los
sentimientos que lleva en lo más profundo de su corazón y que son el tema de su
oración y de la nuestra. Primero, “santificado sea tu Nombre”. Dios no necesita
que se lo recordemos, pero a nosotros nos viene muy bien reconocerlo, para no
olvidarnos de donde está la fuente y el origen de toda santidad. Después añade
“venga tu Reino”, esto es, el deseo de que Dios reine en todas las almas para
que sean felices y se salven. También en este caso, Él es el primer interesado
en que esto sea una realidad, pero cuenta con nuestra insistencia y con que
pongamos los medios para ayudarle a reinar en todos los corazones y en el
mundo.
Sugiere,
a continuación, realizar tres peticiones para implorar lo que más necesitamos
para el presente, relativo al pasado y en orden al futuro.
Primero:
“Sigue dándonos cada día nuestro pan cotidiano” (v. 3). Solicitamos a Dios el
alimento diario de cada jornada, la posesión austera de lo necesario, lejos de
la opulencia y de la miseria (cfr. Pr 30,8). Los Santos Padres han visto en el
pan que se pide aquí no sólo el alimento material, sino también la Eucaristía,
sin la cual no podemos vivir como verdaderos cristianos. La Iglesia nos lo
ofrece diariamente en la Santa Misa, ¡ojalá aprendiéramos a valorarlo y a
encontrar ahí la fortaleza para todo nuestro día!
En la
segunda petición de esta serie, “perdónanos nuestros pecados, puesto que
también nosotros perdonamos a todo el que nos debe” (v. 4), imploramos que
descargue nuestra conciencia de todo lo que la oprime. El Señor sabe que somos
débiles. Por eso nos invita a ser sencillos para reconocer nuestros errores,
limitaciones y pecados, a pedir perdón, y a desagraviar por ellos con mucho
amor.
Por
último, Jesús nos sugiere pedir a Dios que no nos ponga en tentación (cfr. v.
4). ¿Qué queremos decir exactamente al realizar esa petición? Es como un
desahogo filial de un hijo que abre su corazón al Padre. Benedicto XVI comenta
que en esa petición decimos a Dios: “Sé que necesito pruebas para que mi ser se
purifique. Si dispones esas pruebas sobre mí, si –como en el caso de Job– das
una cierta libertad al Maligno, entonces piensa, por favor, en lo limitado de
mis fuerzas. No me creas demasiado capaz. Establece unos límites que no sean
excesivos, dentro de los cuales puedo ser tentado, y mantente cerca con tu mano
protectora cuando la prueba sea desmedidamente ardua para mí (…) Pronunciamos
esta petición con la confiada certeza que san Pablo nos ofrece en sus palabras:
‘Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas;
al contrario, con la tentación os dará fuerzas suficientes para resistir a
ella’ (1Co 10, 13)”[2].
[1] San
Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 108.
[2] Joseph
Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret I. Desde el Bautismo a la
Transfiguración (La esfera de los libros, Madrid, 2000), pp. 199-201.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico