Laureano Márquez 19 de julio de 2022
Venimos
de la noche y hacia la noche vamos.
Los pasos en el polvo, el fuego de la sangre,
el sudor de la frente, la mano sobre el hombro,
el llanto en la memoria,
todo queda cerrado por anillos de sombra.
Vicente
Gerbasi
No es
casual el nombre de «Tapón del Darién» con el que se denomina a la selva de 575
mil hectáreas que marca el límite entre Centro y Suramérica. Se trata de una
selva inexpugnable, donde incluso se cortan los 17.968 kilómetros de la
carretera Panamericana que va desde Alaska hasta Argentina. Es una región
pantanosa, repleta de ríos y lagunas, porque se trata de un espacio geográfico
que tiene uno de los mayores índices pluviométricos del planeta.
Este territorio, considerado el lugar más inhóspito de todo el continente americano, se encuentra en la frontera entre Colombia y Panamá. Allí se ha establecido una ruta a través de la cual –guiados por esos mercaderes de la vida denominados «Coyotes»– miles de inmigrantes, familias enteras, con niños incluidos y hasta personas mayores, tratan de abrirse paso (se habla de 134 mil personas en el año 2021) para continuar su camino hacia los Estados Unidos. Los haitianos encabezan la lista, pero también hay cubanos, africanos y, naturalmente, venezolanos.
La
imagen más común con la que los inmigrantes que logran sobrevivir la travesía
la recuerdan, es la haber transitado por el infierno. Y es que el Darién se ha
convertido, en los últimos tiempos, en el infierno de América.
Allí
se juntan los animales más peligrosos: serpientes venenosas, cocodrilos, todo
tipo de plagas, jaguares, pumas, cerdos salvajes y el más mortífero de cuantos
animales tienen que enfrentar los inmigrantes a su paso: el Homo sapiens.
En el Darién se reúne lo más repugnante de la especie humana: violadores,
narcotraficantes, hampones ávidos de quitarle a los que hacen la travesía las
pocas pertenecías que pueden llevar y una larga lista de criminales. Todos
ellos encuentran allí, también, su espacio protegido, en su caso, del alcance
de la justicia.
Los
relatos son espantosos, las imágenes que han llegado escalofriantes; gente que
padece las inclemencias del duro clima, hundida en barriales, a merced de
animales peligrosos y especialmente de la ya descrita bestia humana. Atravesar
el Darién es una suerte de suicidio al estilo de la ruleta rusa, apostando a
que, en una de esas, te salvas.
Resulta
increíble y decepcionante que, a estas alturas de la evolución de la Humanidad,
no hayamos podido establecer aún regímenes políticos y económicos que impidan
llevar a la gente al límite de la desesperación al punto de jugarse la vida y
la de sus hijos tratando de escapar de aquellos. Una auténtica vergüenza para
nuestra especie.
Laureano
Márquez
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