Opus Dei 30 de julio de 2022
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Comentario
del 18.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C). "Guardaré todo mi trigo y
mis bienes. Entonces le diré a mi alma: (...) Descansa, come, bebe, pásalo
bien". La riqueza material y espiritual no nos debe alejar de Dios. Por el
contrario, nos debe llevar a servir y amar los demás.
Evangelio
(Lc 12,13-21)
Uno de
entre la multitud le dijo:
—Maestro,
di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.
Pero
él le respondió:
—Hombre,
¿quién me ha constituido juez o encargado de repartir entre vosotros?
Y
añadió:
—Estad
alerta y guardaos de toda avaricia; porque aunque alguien tenga abundancia de
bienes, su vida no depende de lo que posee.
Y les
propuso una parábola diciendo:
—Las
tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, y pensaba para sus adentros:
«¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha?» Y se dijo: «Esto
haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré
todo mi trigo y mis bienes. Entonces le diré a mi alma: “Alma, ya tienes muchos
bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien”». Pero
Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo que
has preparado, ¿para quién será?» Así ocurre al que atesora para sí y no es
rico ante Dios.
Comentario
Cuenta
el evangelio que, en una ocasión, mientras Jesús predicaba, alguien de la
multitud le pidió que instara a su hermano a compartir la herencia con él. Pero
en vez de atender esta petición, como hizo Jesús en muchas otras ocasiones,
advierte a los presentes sobre el peligro de la avaricia y el afán de seguridad
basado en las riquezas.
En
apariencia, parece justo que una persona reclame parte de una herencia a su
hermano. Pero ignoramos los particulares del conflicto familiar que sale a la
luz. En cambio, de la respuesta prudente de Jesús, que conoce lo que hay en
cada corazón (cfr. Jn 2,25) se deduce que la petición que se le hace no es
recta. Primero porque se le pide hacer de juez en una causa material que ya
tiene sus propios jueces previstos por la ley. Explica san Ambrosio que Jesús
muestra con su negativa que no quiere ser “árbitro de las posesiones de los
hombres sino de sus méritos”[1]. Pero además,
Jesús sabe que esa petición tiene su origen en la avaricia, motivo por el cual
exhorta a todos los presentes a guardarse de ella, porque ni el afán de bienes
ni su posesión garantizan el bien excelso de la vida. En cambio, como explica
el papa Francisco, “la codicia es un escalón, abre la puerta; después viene la
vanidad —creerse importante, creerse potente— y, al final, el orgullo. Y de ahí
vienen todos los vicios, todos: son escalones, pero el primero es la codicia,
el deseo de amontar riquezas. Precisamente esta es la lucha de cada día: cómo
administrar bien las riquezas de la tierra para que se orienten al cielo y se
conviertan en riquezas del cielo”. A esto se encamina precisamente la virtud
cristiana de la pobreza, que “no consiste en no tener, −escribió san Josemaría−
sino en estar desprendidos: en renunciar voluntariamente al dominio sobre las
cosas”[2].
Haciendo
una lectura rápida de la parábola con la que Jesús ejemplifica su enseñanza
podría sacarse la conclusión de que el personaje protagonista no está actuando
mal: si la cosecha ha sido fructífera, ¿por qué no almacenar bien y disfrutar?
Esta cuestión la resuelven muchos Padres de la Iglesia de forma semejante a
como lo hizo san Agustín: “lo superfluo de los ricos es lo necesario de los
pobres. Y se poseen cosas ajenas cuando se poseen cosas superfluas”[3]. El afán de
seguridad humana nos lleva a almacenar y acumular cosas y bienes por si
acaso, pero en realidad muchas veces no los usamos. Son bienes que
podrían emplear otros; es decir, quienes pasan necesidades reales y no solo
posibles o imaginarias. Quedan en los graneros de los ricos los bienes de que
no gozan los pobres. En cambio, cuando los que son bendecidos con riquezas
reconocen en ellas una forma de servir a los demás, aprenden a vivir la pobreza
y el desprendimiento.
Por
otro lado, Jesús llama “necio” al personaje de la parábola porque puso su
ilusión en atesorar, el mismo día que iba a dejar este mundo. Para evitar la
falsa seguridad en las cosas materiales como si fueran a garantizar una larga
vida, Jesús introduce en la parábola el tema de la muerte. Es lógico desear
cierto bienestar y prosperidad para la propia familia; pero hemos de evitar la
necedad de poner en los bienes materiales el fundamento de nuestra esperanza y
felicidad. La realidad de personas famosas y pudientes de la historia que sin
embargo han llevado vidas trágicas, debería alertarnos. Como explicaba
Benedicto XVI, “en este XVIII domingo del tiempo ordinario, la palabra de Dios
nos estimula a reflexionar sobre cómo debe ser nuestra relación con los bienes
materiales. La riqueza, aun siendo en sí un bien, no se debe considerar un bien
absoluto. Sobre todo, no garantiza la salvación; más aún, podría incluso
ponerla seriamente en peligro. En la página evangélica de hoy, Jesús pone en
guardia a sus discípulos precisamente contra este riesgo. Es sabiduría y virtud
no apegar el corazón a los bienes de este mundo, porque todo pasa, todo puede
terminar bruscamente. Para los cristianos, el verdadero tesoro que debemos
buscar sin cesar se halla en las "cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios"”[4].
[1] San
Ambrosio, Catena aurea, in loc.
[2] San
Josemaría, Camino, n. 632.
[3] San
Agustín, Coment. in psalm. 147.
[4] Benedicto
XVI, Ángelus, 5-VIII-2007.
Tomado de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2022-07-31/
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