Francisco Fernández-Carvajal 25 de julio de 2022
@hablarcondios
— El
hogar de los padres de la Virgen.
—
Familias cristianas.
—
Educación de los hijos. Rezar en familia.
I. Alabemos
a Joaquín y a Ana por su hija: en ella les dio el Señor la bendición de todos
los pueblos1.
Una antiquísima tradición nos ha conservado los nombres de los padres de Santa María, que fueron, «dentro de su tiempo y de sus circunstancias históricas concretas, un eslabón precioso del proyecto de salvación de la humanidad»2. A través de ellos nos ha llegado la bendición que un día prometió Dios a Abrahán y a su descendencia, pues a través de su Hija recibimos al Salvador. San Juan Damasceno afirma que los conocemos por sus frutos: la Virgen María es el gran fruto que dieron a la humanidad. Ana la concibió purísima e inmaculada en su seno. «¡Oh bellísima niña, sumamente amable! exclama el santo Doctor. ¡Oh hija de Adán y Madre de Dios! ¡Bienaventuradas las entrañas y el vientre de los que saliste! ¡Bienaventurados los brazos que te llevaron, los labios que tuvieron el privilegio de besarte...!»3. San Joaquín y Santa Ana tuvieron la inmensa suerte de haber podido cuidar y tener en su hogar a la Madre de Dios. ¡Cuántas gracias derramaría el Señor sobre ellos! Santa Teresa de Jesús, que solía poner los monasterios que fundaba bajo la protección de San José y de Santa Ana, argumentaba: «La misericordia de Dios es tan grande que no dejará por nada de favorecer la casa de su gloriosa abuela»4. Jesús, por vía materna, desciende directamente de estos santos esposos que hoy celebramos.
A los
padres de Nuestra Señora podemos encomendar nuestras necesidades, especialmente
aquellas que se refieren a la santidad de nuestros hogares: Señor, Dios
de nuestros padres rogamos con una oración de la Liturgia de la
Misa, Tú que concediste a San Joaquín y a Santa Ana la gracia de traer
a este mundo a la Madre de tu Hijo, concédenos, por la plegaria de estos
santos, la salvación que has prometido a tu pueblo5.
Ayúdanos, por su intercesión, a velar por aquellos que especialmente has puesto
a nuestro cuidado. Enséñanos a crear a nuestro alrededor un clima humano y
sobrenatural en el que sea más fácil encontrarte a Ti, nuestro fin último Y
nuestro tesoro.
II. El Papa
Juan Pablo II enseña que San Joaquín y Santa Ana son «una fuente constante de
inspiración en la vida cotidiana, en la vida familiar y social». Y exhortaba:
«Transmitíos mutuamente de generación en generación, junto con la oración, todo
el patrimonio de la vida cristiana»6.
En el hogar que formaron los padres de Santa María, recibió Ella el tesoro de
las tradiciones de la Casa de David que pasaban de una generación a otra. Allí
aprendió Nuestra Señora a dirigirse a su Padre Dios con inmensa piedad: en este
hogar conoció las profecías referentes a la llegada del Mesías, al lugar de su
nacimiento...
María
recordaría el hogar de sus padres Joaquín y Ana cuando llegó el momento de
formar el suyo, donde nacería Jesús. De Santa María, Jesús a su vez aprendería
formas de hablar, dichos populares llenos de sabiduría, que años más tarde
empleará en su predicación. De sus labios maternales, Jesús Niño oiría con
inmensa piedad aquellas primeras oraciones que los hebreos enseñan a sus hijos
en cuanto comienzan a pronunciar las primeras palabras. ¡Qué buena maestra
sería la Virgen! ¡Con cuánta ternura manifestaría la riqueza de su alma llena
de gracia!
Es muy
probable que nosotros también hayamos recibido el incomparable don de la fe y
costumbres buenas desde muchos ascendientes que las han ido conservando y
transmitiendo como un tesoro. A la vez, tenemos el grato deber de conservar ese
patrimonio para llevarlo a otros.
Ahora,
cuando los ataques contra la familia parecen arreciar, debemos guardar con
fortaleza ese patrimonio recibido, que también hemos procurado enriquecer con
el ejercicio de las virtudes humanas y con nuestra fe. Hemos de hacer presente a
Dios en el hogar también con esas costumbres cristianas de siempre: la
bendición de la mesa, rezar con los hijos más pequeños las oraciones de la
noche... leer con los mayores algún versículo del Evangelio, rezar por los
difuntos alguna oración breve, por las intenciones de la familia y del Papa...,
asistir juntos los domingos a la Santa Misa... Y el Santo Rosario,
la oración que los Romanos Pontífices tanto han recomendado que se rece en
familia. Alguna vez se puede rezar durante un viaje, o en un momento en el que
se acomoda mejor al horario familiar... No es necesario que sean numerosas las
prácticas de piedad en la familia, pero sería poco natural que no se realizara
ninguna en un hogar en el que todos, o casi todos, se profesan creyentes. Se ha
dicho que a los padres que saben rezar con sus hijos les resulta más fácil
encontrar el camino que lleva hasta su corazón. Y estos jamás olvidan las
ayudas de sus padres para rezar, para acudir a la Virgen en todas las
situaciones. ¡Cómo agradecemos nosotros las oraciones que nos enseñaron de
pequeños, las formas prácticas de tratar a Jesús Sacramentado...! Es, sin duda,
la mejor herencia que recibimos.
Las
nuevas circunstancias piden familias coherentes, generosas en su
comportamiento. Será también muy grato a Nuestra Madre, Santa María, que
renovemos una vez más el propósito tantas veces formulado de procurar ser
siempre instrumentos de unión entre los diversos miembros de la familia a
través del servicio gustoso y de los pequeños sacrificios diarios en favor de
los demás. Este empeño santo llevará a pedir cada día por aquel de la familia
que más lo necesite, a tener mayores atenciones con el más débil, con el que
parece que flaquea, a poner más cariño con quien se encuentra enfermo o
impedido.
III. San
Joaquín y Santa Ana debieron pensar muchas veces que algo grande quería Dios de
aquella hija suya, llena de tantos dones humanos y sobrenaturales, y la
ofrecerían a Dios como los hebreos solían hacer con sus hijos. Los padres, que
fortalecen su amor en la oración, sabrán respetar la voluntad de Dios sobre sus
hijos, más aún cuando estos reciben una vocación de entrega plena a Dios
incluso muchas veces la pedirán al Señor y la desearán para esos hijos, porque
«no es sacrificio entregar los hijos al servicio de Dios solía decir San
Josemaría Escrivá: es honor y alegría»7,
el mayor honor, la mayor alegría. Y los hijos «sentirán toda la belleza de
dedicar sus energías al servicio del Reino de Dios», porque, de muchas maneras,
así lo han aprendido en el hogar familiar.
El
amor en el matrimonio «puede ser también un camino divino, vocacional,
maravilloso, cauce para una completa dedicación a nuestro Dios»8.
Este amor ha de ser eficaz y operativo en cuanto se refiere a su fruto, que son
los hijos. El verdadero amor se manifestará en el empeño por formarles para que
sean trabajadores, austeros, educados en el pleno sentido de la palabra..., y
sean así buenos cristianos. Que arraiguen en ellos los fundamentos de las
virtudes humanas: la reciedumbre, la sobriedad en el uso de los bienes, la
responsabilidad, la generosidad, la laboriosidad...; que aprendan a gastar
sabiendo las necesidades que muchos padecen actualmente en el mundo...
El
amor verdadero por los hijos llevará a interesarse por el centro educativo
donde se forman, a estar muy pendientes de la calidad de enseñanza que reciben,
y de modo particular de la enseñanza religiosa, pues de ella puede depender su
misma salvación. Ese amor moverá a los padres a buscar un lugar adecuado para
la época de vacaciones y de descanso con frecuencia sacrificando gustos o
intereses, evitando aquellos ambientes que harían imposible, o al menos muy
difícil, la práctica de una verdadera vida cristiana. No deben olvidar nunca
que son administradores de un inmenso tesoro de Dios y que, por ser cristianos
y así procuran enseñarlo a sus hijos, forman una familia en la que Cristo está
presente, lo que le da unas características propias.
Pidamos
hoy a San Joaquín y a Santa Ana que los hogares cristianos sean lugares donde
fácilmente se encuentre a Dios. Acudamos también a Nuestra Señora. «Todos
unidos, elevemos a Ella nuestros corazones y, por su mediación, digamos a
María, hija y Madre: Muéstrate Madre para todos, ofrece nuestra oración, que
Cristo la acepte benigno, Él, que se ha hecho Hijo tuyo»9.
*Una
antigua tradición, de la que ya hay constancia en el siglo ii, atribuye
los nombres de Joaquín y Ana a los padres de la Santísima Virgen. La devoción
de los fieles por San Joaquín y Santa Ana es una prolongación de la piedad que
siempre han profesado a la Santísima Virgen. El Papa León XIII dignificó su
fiesta, que se celebró por separado hasta la última reforma litúrgica.
1 Antífona
de entrada. —
2 Juan
Pablo II, Homilía 26-VII-1983. —
3 Liturgia
de las Horas. San Juan Damasceno, Disertación 6, Sobre la
Natividad de la Virgen María, 6. —
4 Cfr. M.
Auclair, Vida de Santa Teresa de Jesús, Palabra, 5.ª ed.,
Madrid 1985, p. 316 —
5 Oración
colecta. —
6 Juan
Pablo II, En el Santuario del Monte de Santa Ana (Polonia),
21-VI-1983. —
7 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 22. —
8 Conversaciones
con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, 14.ª ed., Madrid 1985, n. 121.
—
9 Juan
Pablo II, Homilía 10-XII-1978.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico