Francisco Fernández-Carvajal 28 de julio de 2022
@hablarcondios
— Confianza y amor al Maestro.
— La Humanidad Santísima de Jesús.
— La amistad con el Señor nos hace fácil
el camino.
I. La
festividad de Santa Marta nos permite entrar una vez más en el hogar de
Betania, bendecido tantas veces por la presencia de Jesús. Allí, en la familia
formada por aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro, el Señor encontraba
cariño, y también descanso para su cuerpo fatigado por recorridos interminables
por aldeas y ciudades. Jesús buscaba refugio entre sus amigos, especialmente
cuando en los últimos días tropezaba más frecuentemente con la incomprensión y
el desprecio, por parte principalmente de los fariseos. Los sentimientos del
Maestro hacia los hermanos de Betania vienen expresados por San Juan en su
Evangelio: Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro1.
¡Eran amigos!
El Evangelio de la Misa2 nos relata la llegada de Jesús al hogar de esta familia, cuando hacía cuatro días que Lázaro había muerto. Poco tiempo antes, cuando ya Lázaro estaba muy grave, las hermanas enviaron al Maestro este recado lleno de confianza: Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo3. Y Jesús, que se encontraba en Galilea, a varias jornadas de camino, cuando oyó que estaba enfermo, se quedó aún dos días en el mismo lugar. Después, pasados estos, dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea4. Cuando llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días sepultado.
Marta,
siempre atenta y activa, probablemente antes de que Jesús llegara a la casa se
enteró de que se aproximaba, y salió enseguida a recibirlo. Y a pesar de que,
aparentemente, el Señor no había acudido a la llamada, su confianza y su amor
no han disminuido. Señor le dice Marta, si hubieses
estado aquí, no habría muerto mi hermano...5.
Le reprocha con suma delicadeza no haber llegado antes. Marta esperaba la
curación de su hermano cuando estaba todavía enfermo. Y Jesús, con un gesto
amable, quizá con una sonrisa en los labios, la sorprende: Tu hermano
resucitará6.
Marta acoge estas palabras como un consuelo y piensa en la resurrección
definitiva, y contesta: Ya sé que resucitará en la resurrección, en el
último día7.
Estas palabras provocan una portentosa declaración de Jesús acerca de su
divinidad: Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en Mí, aunque
hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre8.
Y le pregunta: ¿Crees tú esto? ¿Quién podría sustraerse a la
autoridad soberana de esta declaración? ¡Yo soy la Resurrección y la
Vida! ¡Yo...! ¡Yo soy la razón de ser de todo cuanto existe! Jesús es
la Vida, no solo la que empieza en el más allá, sino también la vida
sobrenatural que la gracia opera en el alma del hombre que todavía se encuentra
en camino. Son palabras extraordinarias que nos llenan de seguridad, que nos
acercan cada vez más a Cristo, y que nos llevan a hacer nuestra la respuesta de
Marta: Yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has
venido a este mundo9.
El Señor, momentos después, resucitará a Lázaro.
Admiramos
en Marta su fe, y querríamos imitarla en su amistad confiada con el Maestro.
«¿Has visto con qué cariño, con qué confianza trataban sus amigos a Cristo? Con
toda naturalidad le echan en cara las hermanas de Lázaro su ausencia: ¡te hemos
avisado! ¡Si Tú hubieras estado aquí!...
»-Confíale
despacio: enséñame a tratarte con aquel amor de amistad de Marta, de María y de
Lázaro; como te trataban también los primeros Doce, aunque al principio te
seguían quizá por motivos no muy sobrenaturales»10.
II. Un
tiempo después, estando ya cercana la Pascua, Jesús visitó de nuevo a estos
amigos: fue a Betania donde vivía Lázaro, al que Jesús resucitó de
entre los muertos. Allí le prepararon una cena. Marta servía y Lázaro era uno
de los que estaban a la mesa con Él11.
Marta
servía... ¡Con qué amor agradecido lo haría! Allí, en su casa,
estaba el Mesías, allí estaba Dios necesitado de sus atenciones. Y ella podía
servirle. Dios se ha hecho Hombre para estar muy cerca de nuestras necesidades,
para que aprendamos a amarle a través de su Humanidad Santísima, para que
podamos ser sus amigos entrañables. No podemos dejar de considerar una y otra
vez que el mismo Jesús de Nazareth, de Cafarnaún, de Betania, es el mismo que
nos espera en el Sagrario más próximo, «necesitado» de nuestras atenciones. «Es
verdad que a nuestro Sagrario le llamo siempre Betania... Hazte amigo de los
amigos del Maestro: Lázaro, Marta, María. Y después ya no me preguntarás por
qué llamo Betania a nuestro Sagrario»12.
Allí está Él. No podemos pasar indiferentes, no debemos dejar de visitarle cada
día..., y permanecer en su compañía esos minutos de acción de gracias, después
de la Comunión, sin prisas, sin inquietud. Nada hay más importante.
Enseña
Santo Tomás que no hubo otro modo más conveniente para redimir a los hombres
que el de su Encarnación13.
Y aduce estas razones: en cuanto a la fe, porque se hacía más fácil creer, ya
que Dios mismo era el que hablaba; en cuanto a la esperanza, por la prueba tan
grande de su voluntad salvífica que esto representaba; en cuanto a la caridad,
porque nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus
amigos14; en cuanto a las obras, porque el mismo Dios nos iba a servir
de modelo: asumiendo nuestra carne nos mostraba la importancia de la criatura
humana, con su humillación curaba nuestra soberbia...
En la
Humanidad Santísima de Jesús toma forma humana el amor que Dios nos tiene,
abriéndose así un plano inclinado que nos lleva suavemente a Dios Padre. Por
eso, la vida cristiana consiste en querer a Cristo, en imitarle, en seguirle de
cerca, atraídos por su vida. La santificación no tiene su centro en la lucha
contra el pecado, no es algo negativo; está centrada en Jesucristo, objeto de
nuestro amor: no se trata solo de evitar el mal, sino de amar al Maestro y de imitarle
a Él, que pasó haciendo el bien...15.
La vida cristiana es profundamente humana: el corazón tiene un importante lugar
en la obra de nuestra santidad porque Dios se ha puesto a su alcance. Y cuando
se descuida la vida de piedad, la amistad personal con el Maestro, dejando que
el corazón ande desparramado en las criaturas, la fuerza de la voluntad no
basta para ir hacia adelante en el camino de la santidad. Por eso, hemos de
esforzarnos en verle siempre cercano a nuestra vida, y servirnos de la
imaginación para representarnos a Cristo vivo: el que nació en Belén, trabajó
en Nazareth, tuvo amigos durante su vida mortal a los que apreciaba de verdad y
a quienes acudió muchas veces porque su compañía lo confortaba.
Aprendamos
de los amigos de Jesús a tratarle con inmenso respeto, porque es Dios, y con
gran confianza, por ser el Amigo de siempre, que busca continuamente nuestro
trato.
III. En
otra ocasión, Jesús y sus discípulos se detuvieron en casa de estos amigos de
Betania, antes de llegar a Jerusalén. Las dos hermanas se dispusieron a
preparar todo lo necesario para dar hospitalidad al Maestro y al grupo de los
que le acompañaban. Pero María, quizá al poco tiempo de llegar Jesús, se sentó
a sus pies, y escuchaba su palabra16,
y Marta quedó sola en el trabajo de la casa. María se despreocupa de lo mucho
que aún falta por disponer y se entrega por completo a escuchar al Maestro. «La
familiaridad con que se instala a sus pies, el hábito que tiene de escucharle,
el hambre de oír sus palabras, demuestran que no es este un primer encuentro,
sino que hay una verdadera intimidad»17.
Marta no es ciertamente indiferente a las palabras de Jesús; ella también
atiende, pero está más ocupada en las tareas domésticas. Sin darse cuenta,
Jesús ha pasado a un segundo plano: la absorbe aquello mismo que ha de disponer
para atenderle bien. Y se inquieta al sentirse sola, con más trabajo quizá del
que puede realizar. Mientras, contempla a su hermana a los pies de Jesús. Quizá
un tanto desasosegada, y con gran confianza, se puso delante de Jesús, precisa
San Lucas, y le dijo: Señor, ¿no te importa nada que mi hermana me deje
sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude18.
¡Qué confianza tan grande tiene con el Maestro!: Dile que me ayude...
Jesús
le responde en el mismo tono familiar, como parece indicar la misma repetición
del nombre: Marta, Marta le dice, tú te preocupas y te
inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria19.
María, que con toda seguridad tendría que haber estado ayudando a su hermana,
no ha olvidado con todo lo esencial, lo verdaderamente necesario: tener a
Cristo como centro de su atención y de su vida. No alaba el Señor toda su
actitud, sino lo principal: su amor.
Ni
siquiera las cosas que se refieren al Señor nos deben hacer
olvidar al Señor de las cosas. Nunca olvidaría Marta esta amable
reconvención de Jesús. A pesar de lo indispensable que era su trabajo, mayor
aún era el esmero que debía tener por no dejar a Jesús en segundo plano.
Ni
siquiera en las tareas que se refieren directamente al Señor debemos olvidar
nosotros que lo principal, lo necesario, es su Persona. También en
nuestra vida ordinaria debemos tener presente que asuntos que parecen
primordiales, como es el trabajo, tampoco se han de anteponer a la familia
misma; de poco servirían otras ayudas mejoras económicas, relaciones
sociales... si la misma vida familiar se fuera deteriorando por quedar en
segundo plano, excepto en casos excepcionales que pueden llevar a que, por
ejemplo, sea necesario que el cabeza de familia trabaje en un lugar distante de
donde reside el resto de la familia (emigrantes, marinos...). Si un padre o una
madre de familia gana más dinero, pero descuida el trato con los hijos, ¿de qué
servirá?
Santa
Marta, que goza en el Cielo para siempre de la presencia inefable de Cristo,
nos alcanzará la gracia de apreciar más la amistad con el Maestro; nos enseñará
a cuidar con diligencia de las cosas del Señor, sin olvidar al Señor de las cosas;
ella intercederá ante Jesús para que nosotros aprendamos a no posponer tampoco
la familia a esos logros buenos que queremos alcanzar en favor de la familia
misma.
*Santa
Marta vivía en Betania, cerca de Jerusalén, con sus hermanos María y Lázaro. En
la última etapa de la vida pública, Jesús se hospedó con frecuencia en su casa.
Fuertes lazos de amistad unían a aquellos hermanos con Jesús.
1 Jn 11,
5. —
2 Jn 11,
17-27. —
3 Jn 11,
3. —
4 Jn 11,
67. —
5 Jn 11,
21. —
6 Jn 11,
23. —
7 Jn 11,
24. —
8 Jn 11,
25. —
9 Jn 11,
27. —
10 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 495. —
11 Jn 12,
1-2. —
12 San
Josemaría Escrivá. Camino, n. 322. —
13 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica. 3, q. I. a. 2. —
14 Jn 15,
13. —
15 Hech 10,
38. —
16 Lc 10,
39. —
17 M.
J. Indart, Jesús en su mundo, p. 36. —
18 Lc 10,
40. —
19 Lc 10,
41-42.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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