El comienzo de un nuevo año es ocasión propicia para alimentar los sueños y el compromiso de trabajar duro para que los sueños se conviertan en realidades. Junto al 2022 debe quedar atrás la politiquería que busca el bien individual y de los suyos, las ambiciones egoístas y los enfrentamientos estériles que impiden la solución de nuestros gravísimos problemas y causan mucho sufrimiento.
El Derecho a soñar no aparece en la Declaración de los Derechos Humanos, pero sin este derecho y sin el agua que da de beber a los otros, todos los demás derechos se morirían de sed. Soñemos que es posible una Venezuela reconciliada y próspera, sin represión y sin miseria, con un Gobierno democrático elegido mediante elecciones justas y transparentes, que cumpla y haga cumplir la Constitución y las leyes; y convirtamos el sueño en compromiso, en proyecto, al que dediquemos nuestros esfuerzos y luchas. Por ello, “disoñemos” una nueva Venezuela, es decir, soñémosla y diseñémosla al mismo tiempo. El sueño, sin proyecto, sin acción comprometida, es pura ilusión. Pero el proyecto sin sueño, sin pasión, sin capacidad de emocionar, no moviliza. En palabras de Paulo Freire, “Si realmente logramos creer en lo que parece imposible, si logramos multiplicar personas que crean en ello, lo que parecía imposible será la realidad de mañana, la realidad de los sueños realizados”.
Aceptar el sueño de una nueva Venezuela es participar en el proceso de su creación. Perder la capacidad de soñar es perder el derecho a actuar como ciudadanos, como autores y actores de los cambios necesarios en el ámbito político, económico, social y cultural. Por eso, los ciudadanos genuinos defendemos con tesón el valor de la esperanza, que se arraiga en la fe en el hombre y en la mujer como sujetos de la historia y no renunciamos a soñar y a trabajar por un país en el que, como decía Paulo Freire, “la paz se asiente sobre la justicia, un país en el que nadie domine a nadie, nadie robe a nadie, nadie discrimine a nadie, sin ser castigado legalmente. Un país profundamente democrático que garantice los derechos de todos y celebre la diversidad como riqueza. Un país en el que el poder y la política se asienten sobre la ética, pues su tarea es garantizar las libertades, los derechos y los deberes, la justicia y la equidad”.
Por ello, frente al “Pienso, luego existo” de Descartes y el “Conquisto, luego soy” de Hernán Cortés, que expresan la dinámica de la modernidad; o el “Compro, luego existo”, “Consumo, luego soy”, fundamentos de la postmodernidad, levantamos un valiente “Sueño y me comprometo, luego soy” de la esperanza activa.
La esperanza, como expresaba Ernst Bloch impide el desaliento, pone alas a la voluntad. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de luchar. Pero necesitamos educar la esperanza para superar la ingenuidad y evitar que resbale en la desesperanza y la desesperación. Esperanza que implica la creatividad para inventar nuevos caminos, para superar el acomodo y la mediocridad, para no esperar que otros nos resuelvan los problemas. Esperanza tenaz, que no se rinde, y cultiva el esfuerzo, la innovación. Esperanza que se alimenta de los logros alcanzados, pero que implica seguir trabajando con coraje y con paciencia, compartiendo los sufrimientos del pueblo. Anatole France decía que “Nunca se da tanto como cuando se da esperanza”, y no hay peor ladrón que el que roba los sueños.
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