Moisés Naím 26 de junio de 2023
@moisesnaim
Es
fácil imaginar Internet como un fenómeno etéreo, inmaterial. En estos tiempos
es normal, por ejemplo, conectarse a la red sin necesidad de cables, guardar
datos en “la nube”, y suponer que la información fluye sin “ensuciarse” en el
mundo táctil.
Lástima
que estas suposiciones sean erróneas. La red de la cual dependemos es
alarmantemente física y eminentemente vulnerable. Según el mariscal Edward
Stringer, exdirector de operaciones del Ministerio de Defensa británico, 95%
del tráfico internacional de datos pasa por un pequeño número de cables
submarinos. Hablamos de escasamente 200 cables, cada uno del grosor de una
manguera de jardín y capaz de transferir unos 200 terabytes por segundo.
Esta red física tramita unos 10 millones de millones de dólares en transacciones financieras cada día. Tal como explica Stringer, en los últimos 20 años, Rusia ha invertido fuertemente en sistemas capaces de atacar esta red de cables submarinos. El Kremlin cuenta hoy con una flota de sofisticados sumergibles no tripulados diseñados específicamente para estos fines. Y China también.
No es
una amenaza verdaderamente teórica. Ya en octubre de 2022, el cable submarino
que conecta las islas Shetland con el resto del mundo fue cortado en dos
puntos. Pocos días antes, había sido detectada la presencia en esa área de un
buque de “investigación científica” ruso. No es posible vincular la presencia
del buque con el corte del cable. De hecho, la mayoría de las veces, los cortes
se deben a accidentes con barcos pesqueros o a eventos sísmicos en el lecho
marino. Aun así, esta coincidencia preocupó mucho a las agencias de seguridad
de las potencias occidentales, quienes percibieron el incidente como una
advertencia enviada por el Kremlin. Otro evento relevante en este sentido fue
la decisión tomada en febrero de 2023 por las dos mayores empresas de
telecomunicaciones chinas, quienes decidieron retirarse del consorcio
internacional encargado de desarrollar una red de 19.200 km de cables
submarinos que conectan el suroeste de Asia con Europa occidental.
Los
impactos de un ataque coordinado contra los principales cables submarinos a
nivel global serían incalculables. Un ataque simultáneo paralizaría el comercio
global, la banca y las finanzas, el teletrabajo, y las industrias de tecnología
y comunicación, provocando una recesión mundial. Pero el problema no sería
meramente financiero: las cadenas de suministro del siglo XXI dependen de la
transferencia constante de datos para coordinar la entrega de bienes y
suministros. La interrupción de este flujo de datos podría causar un efecto
dominó de retrasos y fracasos, que restringirían la integración económica,
política y hasta cultural de diferentes zonas geográficas.
Mas
aun, la crisis financiera y económica que precipitaría un ataque de este tipo
ni siquiera sería el mayor de los problemas. “Desconectar” los cables de
potencias rivales, desembocaría en una crisis inmanejable, especialmente si la
responsabilidad se le puede atribuir a un actor estatal específico, lo que
podría provocar conflictos y reconfigurar alianzas. Los países que dependen en
gran medida de la infraestructura digital serían los más afectados, y aquellos
con capacidades autónomas de comunicación y tecnología podrían obtener ventajas
estratégicas.
Desafortunadamente,
tales escenarios no pueden ser ignorados, porque en altamar reina la anarquía.
Los tratados internacionales existentes sobre el derecho a la navegación no
cubren satisfactoriamente el caso de los cables submarinos. Este es un ejemplo
emblemático de una realidad global que, a pesar de ser de gran interés público,
no está adecuadamente protegida ni física ni legalmente. Hasta ahora las
potencias marítimas se han abstenido de atacar a gran escala las
infraestructuras submarinas. Obviamente, atacar los cables y conexiones
submarinas del contrario provocaría costosas retaliaciones. Pero el equilibrio
actual es inestable e inherentemente susceptible a disrupciones que pueden
desestabilizar al sistema mundial de la noche a la mañana.
Cuando
nos imaginamos los eventos que podrían suscitar una escalada entre Occidente y
sus rivales, tendemos a olvidar esta realidad. Las sociedades contemporáneas no
pueden funcionar sin la transmisión de datos que facilita Internet y, a su vez,
no puede funcionar sin infraestructuras que son muy difíciles de defender.
La
sensación de invulnerabilidad de Occidente es ilusoria, y sus rivales han
entendido bien que ciertas infraestructuras —empezando por los cables
submarinos— son su talón de Aquiles. Esta realidad subraya la necesidad de
mantener relaciones mínimamente funcionales en la escena internacional.
La
interdependencia entre países no es solo un concepto que utilizan los
diplomáticos. Es una realidad que define el mundo de hoy. Este es un mundo en
el cual los problemas, riesgos y amenazas se hacen cada vez más
internacionales, mientras que las respuestas de los gobiernos siguen siendo
predominantemente nacionales. Hay problemas que ningún país puede resolver
actuando a solas. La necesidad de coordinar respuestas y responder
colectivamente con eficacia a las amenazas es un reto para el cual el mundo no
está preparado.
Moisés
Naím
@moisesnaim
Invitamos
a suscribirse a nuestro Boletín semanal, tanto por Whatsapp como vía correo
electrónico, con los más leídos de la semana, Foros realizados, lectura
recomendada y nuestra sección de Gastronomía y Salud. A través del correo
electrónico anunciamos los Foros por venir de la siguiente semana con los
enlaces para participar y siempre acompañamos de documentos importantes,
boletines de otras organizaciones e información que normalmente NO publicamos
en el Blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico