Francisco Fernández-Carvajal 23 de junio de 2023
@hablarcondios
— La misión del Bautista.
— Nuestro cometido: preparar los corazones
para que Cristo pueda entrar en ellos.
— Oportet illum crescere... Conviene
que Cristo crezca más y más en nuestra vida y que disminuya la propia
estimación de lo que somos y valemos.
I. Surgió
un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan; éste venía para dar testimonio
de la luz y preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto1.
Hace notar San Agustín que «la Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, y él es el único cuyo nacimiento festeja; celebramos el nacimiento de Juan y el de Cristo»2. Es el último Profeta del Antiguo Testamento y el primero que señala al Mesías. Su nacimiento, cuya Solemnidad celebramos, «fue motivo de gozo para muchos»3, para todos aquellos que por su predicación conocieron a Cristo; fue la aurora que anuncia la llegada del día. Por eso, San Lucas resalta la época de su aparición, en un momento histórico bien concreto: El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea...4. Juan viene a ser la línea divisoria entre los dos Testamentos. Su predicación es el comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios5, y su martirio habrá de ser como un presagio de la Pasión del Salvador6. Con todo, «Juan era una voz pasajera; Cristo, la Palabra eterna desde el principio»7.
Los
cuatro Evangelistas no dudan en aplicar a Juan el bellísimo oráculo de
lsaías: He aquí que yo envío a mi mensajero, para que te preceda y
prepare el camino. Voz que clama en el desierto: preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas8.
El Profeta se refiere en primer lugar a la vuelta de los judíos a Palestina,
después de la cautividad de Babilonia: ve a Yahvé como rey y redentor de su
pueblo, después de tantos años en el destierro, caminando a la cabeza de ellos,
por el desierto de Siria, para conducirlos con mano segura a la patria. Le
precede un heraldo, según la antigua costumbre de Oriente, para anunciar su
próxima llegada y hacer arreglar los caminos, de los que, en aquellos tiempos,
nadie solía cuidar, a no ser en circunstancias muy relevantes. Esta profecía,
además de haberse realizado en la vuelta del destierro, había de tener un
significado más pleno y profundo en un segundo cumplimiento al llegar los
tiempos mesiánicos. También el Señor había de tener su heraldo en la persona
del Precursor, que iría delante de Él, preparando los corazones a los que había
de llegar el Redentor9.
Contemplando
hoy, en la Solemnidad de su nacimiento, la gran figura del Bautista que tan
fielmente llevó a cabo su cometido, podemos pensar nosotros si también
allanamos el camino al Señor para que entre en las almas de amigos y parientes
que aún están lejos de Él, para que se den más los que ya están próximos. Somos
los cristianos como heraldos de Cristo en el mundo de hoy. «El Señor se sirve
de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que
muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan
hasta la vida eterna»10.
II. La
misión de Juan se caracteriza sobre todo por ser el Precursor, el que anuncia a
otro: vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos
creyeran por él. No era él la luz, sino el que había de dar testimonio de la
luz11. Así consigna en el inicio de su Evangelio aquel discípulo
que conoció a Jesús gracias a la preparación y a la indicación expresa que
recibió del Bautista: Al día siguiente estaba allí de nuevo Juan y dos
discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He aquí el Cordero de Dios.
Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús12.
¡Qué gran recuerdo y qué inmenso agradecimiento tendría San Juan Apóstol cuando,
casi al final de su vida, rememora en su Evangelio aquel tiempo junto al
Bautista, que fue instrumento del Espíritu Santo para que conociera a Jesús, su
tesoro y su vida!
La
predicación del Precursor estaba en perfecta armonía con su vida austera y mortificada: Haced
penitencia –clamaba sin descanso–, porque está cerca el reino de
los Cielos13.
Semejantes palabras, acompañadas de su vida ejemplar, causaron una gran
impresión en toda la comarca, y pronto se rodeó de un numeroso grupo de
discípulos, dispuestos a oír sus enseñanzas. Un fuerte movimiento religioso
conmovió a toda Palestina. Las gentes, como ahora, estaban sedientas de Dios, y
era muy viva la esperanza del Mesías. San Mateo y San Marcos refieren que
acudían de todos los lugares: de Jerusalén y de todos los demás pueblos de
Judea14; también llegaban gentes de Galilea, pues Jesús encontró allí
sus primeros discípulos, que eran galileos15.
Ante los enviados del Sanedrín, Juan se da a conocer con las palabras de
Isaías: Yo soy la voz que clama.
Con su
vida y con sus palabras Juan dio testimonio de la verdad; sin cobardías ante
los que ostentaban el poder, sin conmoverse por las alabanzas de las
multitudes, sin ceder a la continua presión de los fariseos. Dio su vida
defendiendo la ley de Dios contra toda conveniencia humana: no te es
lícito tener por mujer a la esposa de tu hermano16,
reprochaba a Herodes.
Poca
era la fuerza de Juan para oponerse a los desvaríos del tetrarca, y limitado el
alcance de su voz para preparar al Mesías un pueblo bien dispuesto. Pero la
palabra de Dios tomaba fuerza en sus labios. En la Segunda lectura de
la Misa17 la liturgia aplica al Bautista las palabras del
Profeta: Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra
de su mano, me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba. Y mientras
Isaías piensa: en vano me he cansado, en viento y en nada he gastado
mis fuerzas, el Señor le dice: te hago luz de las naciones, para
que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.
El
Señor quiere que le manifestemos en nuestra conducta y en nuestras palabras
allí donde se desenvuelve diariamente el trabajo, la familia, las amistades...,
en el comercio, en la Universidad, en el laboratorio..., aunque parezca que ese
apostolado no es de mucho alcance. Es la misma misión de Juan la que el Señor
nos encomienda ahora, en nuestros días: preparar los caminos, ser sus heraldos,
los que le anuncian a otros corazones. La coherencia entre la doctrina y la
conducta es la mejor prueba de la convicción y de la validez de lo que
proclamamos; es, en muchas ocasiones, la condición imprescindible para hablar
de Dios a las gentes.
III. La
misión del heraldo es desaparecer, quedar en segundo plano, cuando llega el que
es anunciado. «Tengo para mí –señala San Juan Crisóstomo– que por esto fue
permitida cuanto antes la muerte de Juan, para que, desaparecido él, todo el
fervor de la multitud se dirigiese hacia Cristo en vez de repartirse entre los
dos»18. Un error grave de cualquier precursor sería dejar, aunque
fuera por poco tiempo, que lo confundieran con aquel que se espera.
Una
virtud esencial en quien anuncia a Cristo es la humildad y el desprendimiento.
De los doce Apóstoles, cinco, según mención expresa del Evangelio, habían sido
discípulos de Juan. Y es muy probable que los otros siete también; al menos,
todos ellos lo habían conocido y podían dar testimonio de su predicación19.
En el apostolado, la única figura que debe ser conocida es Cristo. Ese es el
tesoro que anunciamos, a quien hemos de llevar a los demás.
La
santidad de Juan, sus virtudes recias y atrayentes, su predicación..., habían
contribuido poco a poco a dar cuerpo a que algunos pensaran que quizá Juan fuese
el Mesías esperado. Profundamente humilde, Juan solo desea la gloria de su
Señor y su Dios; por eso, protesta abiertamente: Yo os bautizo con
agua; pero viene quien es más fuerte que yo, al que no soy digno de desatar la
correa de sus sandalias: Él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego20.
Juan, ante Cristo, se considera indigno de prestarle los servicios más
humildes, reservados de ordinario a los esclavos de ínfima categoría, tales
como llevarle las sandalias y desatarle las correas de las mismas. Ante el
sacramento del Bautismo, instituido por el Señor, el suyo no es más que agua,
símbolo de la limpieza interior que debían efectuar en sus corazones quienes esperaban
al Mesías. El Bautismo de Cristo es el del Espíritu Santo, que purifica como lo
hace el fuego21.
Miremos
de nuevo al Bautista, un hombre de carácter firme, como Jesús recuerda a la
muchedumbre que le escucha: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Alguna
caña que a cualquier viento se mueve? El Señor sabía, y las gentes
también, que la personalidad de Juan trascendía de una manera muy acusada, y se
compaginaba mal con la falta de carácter. Algo parecido nos pide a nosotros el
Señor: pasar ocultos haciendo el bien, cumpliendo con perfección nuestras
obligaciones.
Cuando
los judíos fueron a decir a los discípulos de Juan que Jesús reclutaba más
discípulos que su maestro, fueron a quejarse al Bautista, quien les
respondió: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de
él... Es necesario que Él crezca y que yo disminuya22. Oportet
illum crescere, me autem minui: conviene que Él crezca y que yo disminuya.
Esta es la tarea de nuestra vida: que Cristo llene nuestro vivir. Oportet
illum crescere... Entonces nuestro gozo no tendrá límites. En la
medida en que Cristo, por el conocimiento y el amor, penetre más y más en
nuestras pobres vidas, nuestra alegría será incontenible.
Pidámosle
al Señor, con el poeta: «Que yo sea como una flauta de caña, simple y hueca,
donde solo suenes tú. Ser, nada más, la voz de otro que clama en el desierto».
Ser tu voz, Señor, en medio del mundo, en el ambiente y en el lugar en el que
has querido que transcurra mi existencia.
*Esta
Solemnidad se celebraba ya en el siglo iv. Juan, hijo de Zacarías e
Isabel, pariente de la Virgen, es el Precursor de Jesucristo, y en esta misión
pone su vida entera, llena de austeridad, de penitencia y de celo por las
almas. Como él mismo nos dice: conviene que Él (Jesús) crezca, y
que yo mengüe. Es también este el proceso que se debe realizar en la vida
espiritual de todo fiel cristiano.
1 Antífona
de entrada. Jn 1, 6-7; Lc 1, 17. —
2 Liturgia
de las Horas, Segunda lectura. San Agustín, Sermón
293, 1. —
3 Misal
Romano, Prefacio de la Misa del día. —
4 Cfr. Lc 3,
1 ss. —
5 Cfr. Mc 1,
1. —
6 Cfr. Mt 17,
12. —
7 San
Agustín, o. c., 3. —
8 Mc 1,
2. —
9 Cfr. L.
Cl. Fillion, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, FAX, 8ª ed.,
Madrid 1966, p. 260. —
10 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 1. —
11 Jn 1,
6. —
12 Jn 1,
29-30. —
13 Mt 3,
2. —
14 Cfr. Mt 3,
5; Mc 1, 1-5. —
15 Cfr. Jn 1,
40-43. —
16 Mc 6,
18. —
17 Segunda
lectura. Is 49, 1-6. —
18 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio, de San Juan,
29, 1. —
19 Cfr. Hech 1,
22. —
20 Jn 3,
15-16. —
21 Cfr. San
Cirilo de Alejandría, Catequesis, 20, 6. —
22 Cfr. Jn 3,
27-30.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
Invitamos a suscribirse a nuestro Boletín semanal, tanto por Whatsapp como vía correo electrónico, con los más leídos de la semana, Foros realizados, lectura recomendada y nuestra sección de Gastronomía y Salud. A través del correo electrónico anunciamos los Foros por venir de la siguiente semana con los enlaces para participar y siempre acompañamos de documentos importantes, boletines de otras organizaciones e información que normalmente NO publicamos en el Blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico