Humberto García Larralde 20 de junio de 2023
La semana pasada, El Nacional publicó un interesante artículo de Moisés Naím titulado, “Dictadores sin salida”. El autor comenta ahí la dificultad que presenta, en comparación con el pasado, deshacerse hoy de crueles dictadores. Antes, cuando se les ponía muy fea su permanencia en el poder, solían optar por un exilio dorado, frecuentemente en un país del primer mundo, con los dineros robados. Cita varios ejemplos. Pero, con los avances en el derecho internacional y/o de los países democráticos por imputar a estos dictadores por sus violaciones de derechos humanos, rapacerías y demás delitos, se les ha ido cerrando tal salida. El costo de abandonar el poder –la posibilidad de pasar el resto de su vida en una cárcel, por ejemplo—hace que se aferren a él como sea, cometiendo los crímenes más atroces, de ser necesarios. Aunque no lo cita, Nicolás Maduro es un claro ejemplo. Más allá de los errores que haya podido cometer el liderazgo opositor, su resiliencia frente a las sanciones y para capear las numerosas protestas en su contra, apelando, sin empacho, a la represión más desmedida, pone de manifiesto que desalojarlo con las fórmulas tradicionales de lucha democrática se ha hecho bastante cuesta arriba. De ahí la inclinación de algunos hacia una especie de modus vivendi con el régimen, en espera de que –al contrario de lo que reitero Cabello—“por las buenas” se logren introducir los cambios políticos.
Entre
las razones que explican la disposición de Maduro a pisotear el ordenamiento
constitucional para permanecer en el poder, destaca, en primer lugar, los
intereses en torno a la expoliación de las riquezas del país y de los ingresos
de los venezolanos, base de la alianza entre los que lo sostienen. Se asienta,
como tanto se ha repetido, en el desmantelamiento del ordenamiento
constitucional, en particular de la autonomía y el equilibrio de poderes
(incluyendo medios de comunicación críticos e independientes), en la ausencia
de transparencia y de rendición de cuentas sobre su gestión al frente de las
dependencias públicas y, en general, en el desconocimiento extendido de los
derechos ciudadanos. Los cómplices fundamentales de esta alianza estratégica
contra los venezolanos han sido los componentes de la cúpula militar que
traicionaron sus juramentos y sus deberes para con la patria, para enriquecerse
groseramente al amparo de la destrucción del Estado de derecho. Pero las
complicidades claves van más allá.
Como
también ha analizado Naím en su libro, La revancha de los poderosos, Maduro no
se encuentra solo en este empeño. La idea de que un dictador que transgrede los
derechos humanos se aísla de la comunidad internacional y sufre el oprobio de
hombres y mujeres de bien, es muy relativo. En plena guerra fría, EE.UU.
amparaba a dictaduras en distintas partes del mundo para mantener a raya la
amenaza comunista. La URSS hacía lo propio con regímenes de fuerza de su
agrado. Desaparecida esa confrontación, emergen ahora gobiernos en distintos
países en alianza heterogénea por desmontar las reglas de juego del orden
internacional hegemonizado por las democracias liberales: Estados Unidos,
Europa y Japón. En argumentos de la analista, Anne Applebaum (El ocaso de la
democracia), conforman una especie de cofradía que adopta comportamientos
similares, aprenden los unos de los otros y se prestan ayuda para superar
reveses. En su arco de complicidades entran también bandas criminales, de
narcotráfico y/o terroristas, igualmente enfrentadas al “imperialismo”. Frente
al orden liberal, se forja una alianza antiliberal, formada por autocracias de
variado signo, desde las teocracias primitivas como la de Irán, hasta las
dinastías comunistas de Corea del Norte y de Cuba, pasando por dictaduras
militares como las de Maduro y Ortega en América Latina, y sus similares en
Asia y África. Su intención es armar un orden internacional alterno, en el cual
caben acciones de fuerza si contribuyen a inclinar la correlación de fuerzas a
su favor. Vladimir Putin es la cabeza más visible y agresiva de esta pandilla,
como muestra su asalto cruel a Ucrania, pero quien tiene el poder para
capitalizar esta alianza a su favor parece ser la China de Xi Jinping. No en
balde Maduro y Padrino asumen las patrañas inventadas por Putin para justificar
su bárbara e inhumana agresión a su vecino, aún ante el riesgo, cada vez más
probable, de que salga derrotado. Pero, como dicen en criollo, son caimanes del
mismo pozo.
Pero
más allá de esta alianza entre mafias nacionales e internacionales, existe un
tercer elemento que le da una inusual capacidad de resistencia a una dictadura
que, en todos los ámbitos –económico, social, cultural, ambiental y apoyo
político—, ha fracasado estruendosamente. Es la edificación de una falsa
realidad con base en la retórica neofascista con que Chávez conquistó el poder,
aderezada por slogans y mitos forjados al calor de revoluciones comunistas o de
otro signo, que les sirve hoy como refugio inexpugnable a toda crítica. En el
pasado, se creía que la lucha ideológica tenía como fin ganar adeptos para una
causa, herramienta utilísima para conquistar el favoritismo de las masas. Sin
duda que el populismo extremo de Chávez y los suyos cumplió inicialmente con
estos propósitos, anteponiendo pueblo contra la “oligarquía” y hacerle creer a
algunos militares –a los peores—que eran legítimos herederos del Libertador
(¡!), para proceder, así, a destruir el Estado de derecho. Pero, luego de un
desastre tan completo como el urdido por Maduro y sus cómplices sobre la
nación, la inmensa mayoría de los venezolanos han dejado de creer en estas
imposturas “revolucionarias”. Pero su ausencia de credibilidad en absoluto les
molesta a quienes actualmente detentan el poder.
Lo
importante ahora del discurso “revolucionario” es mantener la cohesión interna
de sus partidarios. Con contraposiciones simbólicas han construido una realidad
alterna que alimenta fanatismos totalmente refractarios a la racionalidad
empírica para abordar los problemas del país. Su criterio de verdad no es la
que, por haber salido airosa en su contrastación con la realidad, ofrece un
piso sólido para avanzar en respuestas efectivas, que tengan sentido. No. La
verdad es, para la cofradía de complicidades dedicadas a expoliar al país, todo
lo que le sirve para fortalecer el poder dictatorial. Siempre hay enemigos al
acecho, dispuestos a acabar con la “revolución”. De ahí que no viene al caso
que ésta haya fracasado tan visiblemente: eso es obre de esos enemigos. ¡Hay
que tener fe! De subsistir, ¡algún día podrán saborearse las mieles de la
gloria! La secta, cebada con base a discursos maniqueos que alimentan el odio
contra todo aquel que protesta y pide cambios, hace de semillero de bandas
fascistas tan útiles para atemorizar a la población y evitar que las protestas
pasen a mayores. Y, no se cofundan, es éste “El Pueblo” en beneficio del cual
los jerarcas consagran sus atropellos. ¡La inmensa mayoría de venezolanos o son
agentes del imperio o son unos ignorantes que se han dejado engañar por el mal!
Lo
sorprendente es que, aún siendo minoritarios, todavía cerca de un 20 o un 25%
de venezolanos continúen vulnerables a tales supercherías. Una manifestación de
fe que, no obstante, debe alimentarse continuamente ofreciendo migajas del expolio
a sus fieles y abrumándolos con un bombardeo de clichés y excusas que les echen
la culpa a otros de sus infortunios. Además de la censura y persecución de los
medios independientes, críticos, no se proporcionan datos sobre el desempeño
económico, la gestión fiscal, los contratos o negocios celebrados con entes no
públicos, nacionales o extranjeros. En fin, a la sombra de la ignorancia
aumentan las posibilidades de mantenerse en el poder.
Los
más cínicos y oprobiosos son los que están arriba, los que comandan esta
involución al pasado. Si no fuera tan trágico, daría risa leer a cualquiera de
ellos hablando de la defensa del pueblo, de los “logros”, ahora en peligro por
la acechanza enemiga, de la “revolución”. En el fondo, es dudoso que crean, en
verdad, sus propias sandeces. Pero están obligados a abrazarlas, pues son las
“verdades” que absuelven la represión, la tortura, la violación descarada de
los derechos consagrados en la Constitución y la realización de toda suerte de
negocios sucios a cuenta de la “guerra económica” del imperio contra la
“revolución”. No hay blindaje más efectivo que el que se construye aquel que se
refugia en sus propios embustes. Al final, constituyen la única “verdad” que
les es admisible. Y esta propensión a caerse a embuste la comparten con los
estados forajidos y las bandas criminales con las que están aliadas. En
particular, lava la conciencia de aquellos militares sin los cuales la tragedia
chavo-madurista no hubiera podido materializarse. De ahí su terrible resiliencia
para evadir compromisos que puedan poner en riesgo su dominio. Lo peor es que
encuentran eco en la proliferación de “posverdades” con las que movimientos
populistas de toda laya han aprendido a justificar sus atropellos en distintas
partes del mundo. ¡Es esa la medida del desafío a enfrentar por las fuerzas
democráticas en Venezuela!
Humberto
García Larralde
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