Ángel R. Lombardi Boscán 30 de junio de 2023
«Perded
toda esperanza al traspasarme»,
El
Infierno, Divina Comedia de Dante Alighieri (1265-1321)
Simón
Bolívar (1783-1830) en vida fue querido y odiado. Yo pienso que más odiado que
querido. Sólo que la hagiografía («Vida de los Santos») que a partir de 1842
con José Antonio Páez (1790-1873) a la cabeza, empieza a elaborarse, encubre
sus manchas y deslices. El Mito Bolívar adquiere señorío no sólo en Venezuela
sino en toda Hispanoamérica. Lo español había que enterrarlo y el nuevo
criollismo vencedor de la Independencia tenía que levantar nuevos altares que
sirvieran de sustituto al de los reyes borbones tutelares. La nueva
identidad nacional se cubrió de la «gloria» de Bolívar, un guerrero, como todos
los guerreros, con ausencia de piedad, y sí, de mucha crueldad.
En Venezuela, Nueva Granada y Ecuador devino en deidad junto a sus lugartenientes principales, muy especialmente, Antonio José de Sucre (1795-1830), el «Abel, de América». Todas las historias que empezaron a escribirse bajo el amparo del nuevo poder oficial establecido exaltaron al mito junto a la leyenda. Bueno, casi todas. Los críticos al estilo de un imprudente Carlos Marx (1818-1883) y de algunos «compañeritos» de armas resentidos, provenientes de la Legión Extranjera, como Jean-Baptiste Boussingault (1801-1887) y Henri Louis Villaume Ducoudray Holstein (1772-1839) tuvieron que ser suprimidos por la nueva censura bolivariana.
Su
condición de extranjeros les descalificaba en eso de hablar mal sobre el Padre
de la Patria y la nueva religión cívica aunque inspirada por el furor marcial,
dicotomía absurda ésta, de la que aún hoy en pleno siglo XXI, no hemos sabido
librarnos los venezolanos. En esa hoguera cayó obviamente el humanista español
Salvador de Madariaga (1886-1978) y su buena biografía en dos tomos sobre
Bolívar (1951).
Ni
siquiera Gabriel García Márquez (1927-2014), acusado de irreverencia Caribe,
pudo meterse con la mayestática figura del caraqueño en su «El
general en su laberinto» (1989). Toda obra, tratado u opúsculo,
elaborado por algún criollo capaz de cuestionar la grandeza de una memoria
elaborada a la medida de los intereses de las hegemonías/oligarquías asaltantes
del poder en el periodo republicano, fueron suprimidas, dando la impresión de
unanimidad respecto a la conveniencia de la Independencia (1750-1830) contra el
Imperio Hispánico en América.
Así no
pensó un oscuro y desconocido cronista que el colombiano Evelio Rosero (1958)
rescata en su muy polémica novela histórica: «La Carroza de Bolívar» (2012).
Se trata de José Rafael Sañudo (1872-1943), nacido en Pasto, Departamento de
Nariño en la hoy Colombia. La obra en cuestión se llama: «Estudios sobre la
vida de Bolívar» (1925). He tratado de conseguirla y leerla para evitar las
deformaciones inevitables, ya sea las genuinas o aquellas provistas de mala
intención, de los distintos intérpretes. Hoy, es un libro invisible. Es una
obra proscrita, de un apóstata, que habló mal del Libertador y Sucre. Sañudo,
puede que sea el primer «historiador» criollo en cuestionar la mitología
patriótica. Valentía le sobró, eso sí.
Muy
poca gente repara hoy, y es que la historia en su lucha contra el olvido ha
degenerado en apología/propaganda y no en comprensión, que no todas las
regiones y pueblos de la Colonia acompañaron a los libertadores durante las
luchas por las Independencias. Maracaibo, Coro, Guayana, Pasto, Piura y Lima
entre otras se sintieron a gusto con los Virreyes, Capitanes Generales y
Gobernadores. Pasto, particularmente, fue siempre un incordio para Bolívar y
sus huestes en las llamadas Campañas del Sur (1821-1826).
El
suceso en que se explaya José Rafael Sañudo es la llamada: «Navidad Negra», una
masacre sobre civiles, habitantes de Pasto, el 24 de diciembre de 1822 por
parte del batallón Rifles bajo el comando de Antonio José de Sucre
siguiendo las órdenes superiores de Simón Bolívar.
El
objetivo militar devino en acto de castigo por la insolencia de Agustín
Agualongo (1780-1824) y sus partidarios en no querer ser «liberados» del yugo
imperial. 400 fueron los civiles asesinados a mansalva y se hicieron más de
1000 prisioneros, la mayoría hombres, que finalmente fueron desterrados a
Guayaquil, Quito y Cuenca.
Acostumbrados
sólo a transitar por el heroísmo inmaculado de un solo lado, referir estos
sucesos trágicos y vergonzosos sin que los autores sean los odiosos y
despiadados José Tomás Boves (1782-1814), Francisco Rosete (1775-1816), Eusebio
Antoñanzas (1770-1813), Francisco Javier Cervériz, Francisco Tomás Morales
(1783-1845), Pablo Morillo (1775-1837) y José de la Serna (1770-1832) entre
otros monstruos referidos por la historia patria, podría turbar a más de uno.
Este
conflicto entre memorias, esta historia oblicua deformada por las ideologías
políticas en el presente, representa un extraordinario reto para los
historiadores profesionales puestos en el dilema de callar o de presentar
algunas verdades incomodas.
Ángel
R. Lombardi Boscán
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