Francisco Fernández-Carvajal 25 de junio de 2023
@hablarcondios
— Llamada universal a la santidad.
— Filiación divina. Omnia in
bonum!
— Apostolado. Trascendencia de nuestra
vida.
I. Os
daré pastores conforme a mi corazón, que os apacentarán con ciencia y
experiencia (Antífona de entrada).
El Señor ha querido dar a su Iglesia a San Josemaría como un buen pastor conforme a su corazón, para recordar a todos los hombres que somos llamados por Dios a ser santos, a una amistad creciente con Él. Esta cercanía con el Señor se traduce en un deseo ardiente de acercar a muchos a Cristo, para que le amen y le sirvan en la entraña misma de la sociedad. A todos nos pide Dios convertir nuestras ocupaciones ordinarias en medio y camino que nos lleve a Él: la familia, el trabajo, la amistad, el deporte, el dolor y la enfermedad, los éxitos y los fracasos... Del mismo modo, nos pide el Señor a todos señalar el camino de santidad a otros, con el ejemplo y la palabra. Este fue el mensaje fundamental de este Santo sacerdote, fundador del Opus Dei.
El que
escribe estas líneas pudo oír de sus labios comentar aquel mandato del
Señor: Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto1.
Nos decía, con una convicción profunda, que Dios nos quería santos no a
pesar del trabajo en medio del mundo, de las dificultades...,
sino a través de esas realidades. Nos inculcaba que para
todos, cada uno según sus propias circunstancias, tiene el Señor grandes
planes. El Maestro llama a la santidad sin distinción de edad, profesión, raza
o condición social. Todos podemos y debemos ser seguidores de Cristo, con una
llamada personal y única. Dios nos escogió para ser santos y sin mancha
en su presencia2.
Esta
doctrina de la llamada universal de todos los bautizados a la santidad y a la
santificación del trabajo profesional en la vida ordinaria, fue, por
inspiración divina, uno de los puntos centrales de su mensaje espiritual.
Volvió a recordar en nuestro tiempo que el cristiano, por su Bautismo, está
llamado a la plenitud de la vida cristiana.
El
Concilio Vaticano II declaró para toda la Iglesia esta «vieja y nueva» doctrina
evangélica: «Todos los fieles, cualesquiera que sean su estado y condición,
están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad,
por la que el mismo Padre es perfecto»3.
Todos y cada uno de los fieles. Nosotros y quienes nos rodean.
Llama
el Señor a los cristianos que están en medio del mundo en plena ocupación
profesional, para que allí le encuentren, realizando aquella tarea según el
espíritu de Jesucristo; es decir, con perfección humana y, a la vez, con
sentido sobrenatural: ofreciéndola a Dios, viviendo la caridad con las personas
que tratan, con espíritu de servicio..., y así contribuir a la santificación
del mundo.
Hoy
podemos preguntarnos en nuestra oración ante el Señor si le damos gracias con
frecuencia por esta llamada a seguirle de cerca, si estamos correspondiendo a
las gracias recibidas mediante una lucha ascética clara y vibrante por adquirir
las virtudes, si estamos vigilantes para rechazar todo aburguesamiento, que
enflaquece los deseos de santidad y deja el alma sumida en la mediocridad
espiritual y en la tibieza. No basta con querer ser buenos; el
Señor nos pide que nos esforcemos decididamente por ser santos. Hoy puede ser
un buen día para recomenzar en nuestro camino hacia el Señor.
II. Sabemos
que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios4,
leemos en la segunda lectura de su Misa.
El
sentido de la filiación divina nos ayuda a descubrir que todos los
acontecimientos de nuestra vida son dirigidos, o permitidos para nuestro bien,
para nuestra santidad, por la amabilísima Voluntad de Dios. Él, que es nuestro
Padre, nos concede lo que más nos conviene y espera que sepamos ver su amor
paternal tanto en los acontecimientos favorables como en los adversos. Este
espíritu de confianza en Dios, de filiación, estuvo siempre en el núcleo de las
enseñanzas de San Josemaría, «el santo de lo normal», como lo calificó Juan
Pablo II.
El que
ama a Dios con obras sabe que, pase lo que pase, todo será para bien, si no
busca más que la gloria de Dios. Y, precisamente porque ama, pone los medios
para que el resultado sea bueno. Y, después, se abandona en Dios y descansa en
su providencia amorosa. Ante los acontecimientos en los que nada podemos hacer,
diremos en la intimidad de nuestro corazón: Omnia in bonum, todo es
para bien. Era esta una jaculatoria que San Josemaría empleó en muchas
ocasiones: resuena aún en mis oídos. Expresaba su confianza en Dios Padre,
fundamento de su vida y de sus enseñanzas.
Con
esta convicción, también nosotros viviremos con optimismo y esperanza y
superaremos así muchas dificultades en nuestro camino de santidad: «Parece que
el mundo se te viene encima. A tu alrededor no se vislumbra una salida.
Imposible, esta vez, superar las dificultades.
»Pero,
¿me has vuelto a olvidar que Dios es tu Padre?: omnipotente, infinitamente
sabio, misericordioso. Él no puede enviarte nada malo. Eso que te preocupa, te
conviene, aunque los ojos tuyos de carne estén ahora ciegos.
»Omnia
in bonum! ¡Señor, que otra vez y siempre se cumpla tu
sapientísima Voluntad!»5.
Omnia
in bonum! ¡Todo es para bien! Todo lo podemos convertir en algo
agradable a Dios, y en bien del alma. Esta expresión, que resume la de San
Pablo, puede servirnos para repetirla a modo de jaculatoria, como una pequeña
oración, que nos dará paz en momentos difíciles.
III. El
Evangelio de la Misa6 nos
muestra a Jesús junto al lago de Genesaret con una gran muchedumbre que deseaba
oír la Palabra de Dios. Pedro y sus compañeros de trabajo lavaban las redes
después de bregar una noche sin pescar nada. Y Jesús, que quiere meterse
hondamente en el alma de Simón, le pidió la barca y le rogó que la apartase un
poco de tierra.
Cuando
terminó de hablar, Jesús dijo a Simón: Guía mar adentro, y echad
vuestras redes para la pesca. Quizá han terminado de limpiar las redes de
las algas y del fango del lago. Todo invita a la excusa: el cansancio, las
redes lavadas y preparadas para la noche siguiente, la inoportunidad de la
hora... Pero la mirada de Jesús, el modo imperativo y a la vez amable de dar la
orden, el supremo atractivo que Cristo ejerce sobre las almas nobles...
llevaron a Pedro a embarcarse de nuevo. El único motivo de echarse al agua con
las barcas es Jesús: Maestro –le dice Pedro–, hemos
estado fatigándonos durante toda la noche y nada hemos pescado; pero no
obstante, sobre tu palabra echaré las redes. In verbo autem tuo...,
sobre tu palabra. Esta es la gran razón de los santos, la que movió a San
Josemaría en todos los momentos de su vida. In verbo autem tuo... En
tu palabra; porque Tú lo quieres, porque esa es Tu voluntad...
Si en
alguna ocasión aparece esa fatiga peculiar que origina el no ver frutos en la
vida interior personal o en el apostolado, en la familia, cuando encontramos
motivos humanos para abandonar la tarea, debemos oír la voz de Jesús que nos
dice: Duc in altum, guía mar adentro, deja la orilla, recomienza de
nuevo, vuelve a empezar... en mi Nombre.
¡Cuántas
veces nos dijo San Josemaría que en la vida interior, en el apostolado habíamos
de estar siempre recomenzando! El secreto de la victoria definitiva está en
saber «volver a empezar», en intentarlo una vez más con la ayuda de la gracia,
acudiendo con más confianza a la intercesión de la Virgen, que es garantía de
que todo saldrá adelante.
Pedro
se adentró en el lago con Jesús en su barca y pronto se dio cuenta de que las
redes se llenaban de peces; tantos, que parecía que se iban a romper. Entonces
hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca para que vinieran
y les ayudasen. Vinieron y llenaron las dos barcas de modo que casi se hundían.
Dios premia siempre, con frutos incontables, el deseo de hacer su voluntad.
Así ha
sucedido con el Opus Dei, que San Josemaría fundó por inspiración divina7 el
2 de octubre de 1928. Su fe operativa consiguió, con la ayuda del Señor, que se
removiesen los obstáculos que se levantaban. Será también nuestra fe y el deseo
de hacer la voluntad de Dios, con la ayuda de la gracia y la intercesión de la
Virgen, la que vencerá los obstáculos que podamos encontrar en nuestra vida, en
el apostolado, en el ambiente...También nosotros podremos decir: Omnia
possum in eo qui me confortat!8,
¡todo lo puedo en Aquel que me conforta! Y «para cumplir una misión tan
comprometedora, es necesario un incesante crecimiento interior, alimentado por
la oración. San Josemaría fue un maestro en la práctica de la oración, a la que
consideraba como una extraordinaria «arma» para redimir el mundo (...). Este es
el fondo, el secreto de la santidad y del auténtico éxito de los santos»9.
Después
de aquel milagro, Jesús dijo a Simón: No temas: desde ahora serán
hombres los que has de pescar. Pedro y quienes le habían acompañado en la
pesca, sacando las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, le
siguieron.
Jesús
comenzó pidiendo a Pedro una barca y se quedó con su vida. Algo parecido a lo
que hizo con nosotros. El Apóstol dejaría tras de sí una huella imborrable en
tantas almas que Cristo mismo puso a su alcance. Comenzó correspondiendo en lo
pequeño y el Señor le manifestó los grandes planes que para él, pobre pescador
de Galilea, tenía desde la eternidad. Nunca pudo sospechar la trascendencia y
el valor de su vida. Miles y miles de personas encendieron su fe en la de
aquellos que siguieron a Jesús, y muy particularmente en la de Pedro, que sería
la roca, el cimiento inconmovible de la Iglesia.
La
correspondencia fiel de San Josemaría, tuvo unas consecuencias insospechadas en
pocos años: gracias a su oración y mortificación, y al influjo espiritual,
miles de personas de los cinco continentes de toda condición social han
dedicado su vida, en las circunstancias ordinarias, a seguir de cerca al Señor
al servicio de la Iglesia y de todas las almas. La Prelatura del Opus Dei es
como un río de paz para tantas personas en medio del mundo, en
la entraña misma de la sociedad.
Tampoco
nosotros podemos sospechar las consecuencias de nuestro seguimiento fiel a
Cristo. Cada vez nos pide más correspondencia a lo que, de modo diferente, nos
va manifestando. Si somos fieles, un día nos hará contemplar el Señor la
trascendencia de nuestro seguirle con obras:
«Eres,
entre los tuyos –alma de apóstol–, la piedra caída en el lago. -Produce, con tu
ejemplo y tu palabra un primer círculo... y este, otro... y otro, y otro...
Cada vez más ancho.
»¿Comprendes
ahora la grandeza de tu misión?»10.
No
pongamos límites al Señor, como no los puso Pedro, ni los santos, ni tampoco
San Josemaría, cuya fiesta litúrgica celebramos hoy.
Nuestra
Madre Santa María, Stella maris, Estrella del mar, nos enseñará a
ser generosos con el Señor cuando nos pida prestada una barca y cuando quiera
que le demos la vida entera. Ninguna condición hemos puesto para seguirle.
*Nació
en Barbastro (España) el 9-I-1902 y murió en Roma, en olor de santidad, el
26-VI-1975. Ordenado sacerdote el 28-III-1925, comenzó su labor pastoral en
parroquias rurales, continuando después en las barriadas pobres y hospitales de
Madrid, entre estudiantes universitarios y personas de toda clase y condición.
El 2-X-1928, Dios le hizo ver un camino de santidad para cristianos corrientes
que viven en medio del mundo, al que llamó más tarde Opus Dei. Contó desde
el principio con la aprobación de la autoridad diocesana, y, desde 1943,
también con la aprobación de la Santa Sede. A partir de 1928, la vida de San
Josemaría Escrivá coincide con la historia y el desarrollo del Opus Dei. El
camino jurídico de esta institución llegó al término deseado por su Fundador
solo después de su muerte, el 28-XI-1982, cuando Su Santidad Juan Pablo II lo
erigió en Prelatura personal.
*Entre
sus escritos de espiritualidad publicados se cuentan: Camino, Santo
Rosario, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, Vía
Crucis, Surco, Forja. Han sido traducidos a numerosos idiomas, y
frecuentemente citados en estos volúmenes de Hablar con Dios.
*Fue
beatificado en Roma por Juan Pablo II el 17 de mayo de 1992, y canonizado
también en Roma el 6 de octubre de 2002, ante una multitud de personas que
llenaba la plaza de San Pedro y sus alrededores.
*El
cuerpo de San Josemaría Escrivá reposa en la iglesia prelaticia de Santa María
de la Paz, en la sede central de la Prelatura del Opus Dei, en Roma.
1 Mt 5,
48. —
2 Ef 1,
4. —
3 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 11. —
4 2ª
lectura de la Misa. Rom 8, 28. —
5 San
Josemaría Escrivá, Vía Crucis, IX, n. 4. —
6 Lc 5,
1-11. —
7 Cfr. Juan
Pablo II, Const. Apost. Ut sit, 28-XI-1982, Proemio.
—
8 Flp 4,
13. —
9 Juan
Pablo II. Homilía en la Misa de la canonización de San
Josemaría. Roma 6-X-2002. —
10 Camino,
n. 831.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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