ANA TERESA TORRES 26 de junio de 2023
@AnaNocturama
“El proceso migratorio, conocido como
diáspora por su amplia dispersión geográfica, no es solo un fenómeno de
importancia estadística sino la señal de un duelo colectivo. Cerca de un cuarto
de la población venezolana, vive fuera del territorio nacional. Para la gran
mayoría la emigración de un ser querido constituye la expectativa de una
separación indefinida e incluso definitiva”.
Según
los registros del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados
(ACNUR), entre 2015 y 2022salieron de Venezuela 6 millones de personas,
cifra que sumada a los años anteriores arroja un total de más de 7 millones de
emigrantes. Es decir que aproximadamente un 25% del universo estimado en 28
millones, cerca de un cuarto de la población venezolana, vive fuera del
territorio nacional; si una de cada cuatro personas ha emigrado, es improbable
que haya venezolanos que no tengan algún familiar o conocido cercano entre los
migrantes.
En la
encuesta nacional Un
retrato psicosocial 2023, creada por Psicodata Venezuela, de la Escuela
de Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello, se lee que 75% de los
entrevistados ha experimentado en los dos últimos años la falta de familiares o
amigos cercanos por migración; de estos 29% indican que su salud se ha
deteriorado y 34% dice que les ha costado retomar su cotidianidad después de
experimentar esta falta. Esto es más frecuente en mayores de 65 años (40%) y en
mujeres (32%). Este preámbulo cuantitativo viene a subrayar que el proceso
migratorio, conocido como diáspora por su amplia dispersión geográfica, no es
solo un fenómeno de importancia estadística sino la señal de un duelo colectivo.
Un duelo individual, familiar, social y en última instancia nacional, a lo que
se agrega que solo un pequeño porcentaje de venezolanos está en condiciones de
mitigar las huellas de la pérdida a través de viajes y conexiones cibernéticas;
para la gran mayoría la emigración de un ser querido constituye la expectativa
de una separación indefinida e incluso definitiva.
“Una forma de eliminar el duelo: imaginar un futuro que restaure el pasado, o negar cualquier esperanza de que lo mantenga vivo”
Desde
que el deseo de irse del país comenzó a extenderse en la primera década del
siglo 21, particularmente en la población joven de clase media, me he
interesado en seguir el fenómeno y sus vicisitudes, observando las consecuencias
psicológicas en los migrantes y en aquellos que no lo son, o se han
convertido en seminómadas como es mi caso y el de otros que dividen su vida
entre varios lugares. Mis observaciones con seguridad no son objetivas, y desde
luego pertenecen a una muestra mínima que impide generalizar proyecciones; son
el resultado de ver, escuchar y compartir el duelo a veces desde cerca y otras
desde lejos con algunas personas cercanas y queridas, con anónimos de las
redes sociales, o conocidos que se expresan por diferentes medios. Son personas
a las que les tocó esta misma historia.
El duelo
migratorio es un duelo complejo, no quiere decir que sea más o menos grave
que otros, sino que está conformado por distintos niveles y ámbitos de pérdida,
a diferencia, por ejemplo, del duelo simple en el que el dolor está concentrado
en la ausencia de un solo objeto privilegiado. León y Rebeca Grinberg,
psicoanalistas argentinos emigrados a España, en su libro Psicoanálisis
de la migración y del exilio (Alianza, 1984), afirman que “la
migración, justamente, no es una experiencia traumática aislada que se
manifiesta en el momento de la partida-separación del lugar de origen, o en el
de llegada al sitio nuevo y desconocido donde se radicará el individuo.
Incluye, por el contrario, una constelación de factores determinantes de
ansiedad y de pena”.
Freud (1917)
no consideró el duelo como una patología sino como una ‘reacción a la pérdida’.
Sin embargo, las reacciones a la pérdida migratoria adquieren en algunas
personas características que, sin entrar a definirse como patológicas, muestran
sin duda un intenso traumatismo psíquico, grados elevados de ansiedad y
ejercicio de mecanismos de defensa básicos, hasta tanto el sujeto logra una
aceptación de la pérdida y posibilidades sublimatorias del trauma, lo que no
siempre ocurre. Porque, y esto hay que subrayarlo, toda emigración es
traumática. Quien emigra probablemente lo hace escapando de situaciones que
eran traumáticas en sí mismas, pero eso no quita el carácter traumático de la
propia decisión.
No es
un juego de ganar-ganar como creen algunos; tampoco necesariamente de
perder-perder, y deseablemente debería terminar siendo de ganar-perder. En el
resultado influyen variadísimos factores, algunos de los más significativos
son el grado de estabilidad psíquica del sujeto migrante, la edad, la
migración solitaria vs. en pareja o familia, los recursos para emprenderla, las
oportunidades de rehacer los objetivos de vida en otros contextos, los
niveles de rechazo o aceptación del país de acogida, la capacidad de tolerar la
soledad o la no inclusión, serían algunos de ellos y pueden añadirse muchos
otros. Por supuesto que el resultado de la emigración en términos de lograr una
buena situación, o en todo caso mejor que la anterior, es un factor esencial, y
sin embargo vemos individuos que no han logrado todas las metas a las que
aspiraban y están conformes, mientras que otros, a quienes las condiciones han
favorecido considerablemente, arrastran por largo tiempo las secuelas del
duelo. Es importante aclarar que me estoy refiriendo a migraciones y no a
exilios, que forman parte de otro tema.
La
otra característica del proceso migratorio es su complejidad. Contiene el nivel
humano, pero también el ambiente no humano, el paisaje, los lugares, la casa, el
clima, el olor, la gastronomía, la música, los ritmos de vida. Contiene
también el capital histórico de la memoria. Una pareja que emigró a un país en
el que disfrutaban de todas las facilidades para llevar una existencia cómoda,
poco tiempo después regresaron. La causa: allí adonde se habían ido no
tenían una historia común con nadie. Una historia común es un
intangible, a algunos los afecta mucho, a otros quizás menos. Otro ejemplo: una
pareja, cuya vida migratoria ha sido exitosa, no termina de reponerse de los
pocos amigos nuevos que han logrado reunir, y sobre todo porque no son los
‘viejos amigos de siempre’. Estos dos ejemplos son casos de personas de tercera
edad. Toda la historia está atrás y lo más importante en esa etapa es
compartirla con quienes la conocieron.
Otra
circunstancia que vale la pena mencionar porque abre un capítulo aparte son las
diferencias que se van estableciendo entre los que se quedaron y los que
se fueron. Parecieran abrirse brechas de incomprensión, incluso de
culpabilización mutua, de apuestas de superioridad por parte de unos y otros
que oscilan en extremos: los de quienes piensan que el país quedó destruido
para siempre y los que creen en promesas más o menos insostenibles de que el
país vuelva a ser el mismo, o incluso mejor en poco tiempo. Es también una
forma de eliminar el duelo: imaginar un futuro que restaure el pasado, o negar
cualquier esperanza de que lo mantenga vivo.
ANA
TERESA TORRES
@AnaNocturama
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