Opus Dei 24 de junio de 2023
@OpusDeiVE
Comentario del Domingo 12.º del Tiempo
Ordinario (Ciclo A). "A todo el que me confiese delante de los hombres,
también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos". Un
discípulo de Cristo no tiene por qué temer, ya que no está solo. Dios es un
Padre amoroso.
Evangelio
(Mt 10,26-33)
No les
tengáis miedo, porque nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto
que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y
lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. No tengáis miedo a
los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que
puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. ¿No se vende un par de
pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que
lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra
cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más
que muchos pajarillos.
A todo
el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de
mi Padre que está en los cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres,
también yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.
Comentario
El
capítulo décimo del evangelio de san Mateo nos dice que Jesús, después de haber
elegido a los doce Apóstoles, los envió y les dio algunas instrucciones para su
labor. Entre ellas, las que escuchamos en el Evangelio de este domingo y que
glosan la idea principal: “No tengáis miedo”. Desde el primer momento les
advierte de que en su tarea encontrarán dificultades, persecuciones,
incomprensiones… Pero la mayor amenaza no viene de aquellos que intenten
acallarlos, ni siquiera de los que atenten contra su vida. El único peligro
verdadero es aquel “que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno”, el
que puede conducir al pecado, a la pérdida de la amistad con Dios.
Nos
guste o no, el miedo forma parte de la vida humana. Desde niños hemos
experimentado temores que a veces eran infundados y luego desaparecían. También
en la madurez se nos presentan miedos ante situaciones duras –dolor,
incomprensión, soledad, incertidumbre, muerte, …– que nos salen al paso y
debemos afrontar y superar, contando con nuestro esfuerzo y la ayuda de Dios.
Pero
un discípulo de Cristo no tiene por qué temer, ya que no está solo. Dios es un
Padre amoroso, que, si se ocupa hasta de los más pequeños detalles en sus
criaturas, con mucha mayor razón cuidará de sus hijos fieles. “La solución es
amar. San Juan Apóstol escribe unas palabras que a mí -decía san Josemaría- me
hieren mucho: ‘qui autem timet, non est perfectus in caritate’. Yo lo traduzco
así, casi al pie de la letra: el que tiene miedo, no sabe querer. –Luego tú,
que tienes amor y sabes querer, ¡no puedes tener miedo a nada! –¡Adelante!”[1].
“Por
consiguiente –comentaba Benedicto XVI–, el creyente no se asusta ante nada,
porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no
tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es
Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos amó hasta sacrificarse a sí mismo,
muriendo en la cruz por nuestra salvación. Cuanto más crecemos en esta
intimidad con Dios, impregnada de amor, tanto más fácilmente vencemos cualquier
forma de miedo”[2].
Todavía
resuena en muchos corazones aquel grito, lleno de fe y confianza en Dios, de
san Juan Pablo II en la Misa inicial de su pontificado: “¡No temáis! ¡Abrid,
más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad
salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos,
los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No
tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo Él lo conoce!
Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de
su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su
vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en
desesperación. Permitid, pues, –os lo ruego, os lo imploro con humildad y con
confianza– permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de
vida, sí, de vida eterna!”[3].
El
Apóstol es valiente, atrevido. Tiene la virtud de la audacia que le empuja a
afrontar tareas que están en el límite de sus posibilidades o parece que lo
superan. Pero cuando se trata de tareas divinas, la audacia no es temeridad,
porque “no estamos solos, Él obrará” (cf. 1 Ts 5,24). San Josemaría lo
señalaría con claridad en un punto de Camino: “¡Dios y
audacia! –La audacia no es imprudencia. –La audacia no es osadía”[4].
[1] San
Josemaría, Forja, 260.
[2] Benedicto
XVI, Ángelus 22 de junio de 2008
[3] San Juan Pablo
II, Homilía en el comienzo de su Pontificado. 22 de octubre de 1978, n.
5.
[4] Camino, 401.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
Invitamos
a suscribirse a nuestro Boletín semanal, tanto por Whatsapp como vía correo
electrónico, con los más leídos de la semana, Foros realizados, lectura
recomendada y nuestra sección de Gastronomía y Salud. A través del correo
electrónico anunciamos los Foros por venir de la siguiente semana con los
enlaces para participar y siempre acompañamos de documentos importantes,
boletines de otras organizaciones e información que normalmente NO publicamos
en el Blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico