Fernando Mires 25 de junio de 2023
@FernandoMiresOl
No podríamos entender la rebelión del grupo mercenario
Wagner encabezada por el multimillonario Yevgeny Prigoschin sin tomar en cuenta
el sistema de dominación pacientemente construido por Vladimir Putin en Rusia.
Como hemos expuesto en otros textos, se trata de un sistema que reposa sobre
cuatro pilares.
El primer pilar está constituido por una red de servicios
secretos más el aparato policial estatal controlado directamente por el
dictador.
El segundo pilar es el ideológico, encomendado por Putin
a la reaccionara Iglesia Ortodoxa rusa, en cuya cúspide se encuentra un
siniestro monje, una especie de Richelieu a la rusa, eslavista y rusista hasta
los huesos, llamado Kiril, para quien Putin es un enviado de Dios para hacer
resucitar la Santa Rusia.
El tercer pilar es el de los llamados oligarcas,
millonarios salvajes a los cuales les está permitido enriquecerse sin límites,
bajo la condición de que no se introduzcan en los salones del poder político.
Y no por último, el cuarto pilar es el ejército, dividido a su vez en dos segmentos: el profesional y el mercenario.
Ahora bien, esos cuatro pilares no están separados e
inevitablemente se cruzan entre sí. El círculo más íntimo del dictador tiene
acceso a esos cuatro poderes. Dimitry Medvedev, entre varios, un millonario
cuyo hobby es hacerse construir mansiones lujuriosas, tiene también acceso
privilegiado a los servicios secretos. A ese círculo pertenece, o pertenecía
originariamente, el oligarca Prigoschin. Amigo íntimo de Putin, su hombre de
confianza en San Petersburgo, dueño de una cadena interminable de restaurantes
(por eso lo apodan, "el cocinero de Putin"), de casas de juegos e
incluso de prostíbulos, es a la vez un ferviente religioso (suele persignarse
sollozando frente a las tumbas de sus soldados). Su método de guerra es dar
carta libre a sus huestes (ex-presidiarios, desalmados de toda laya) para que
se repartan el botín de las ciudades asaltadas, y ahí cometer todos los
crímenes y aberraciones sexuales que se les ocurran, como aconteció en Bucha y
otras ciudades de Ucrania. Basta escucharlo dos o tres minutos para darse
cuenta de que estamos frente a un sádico de primer orden. No obstante, o quizás
por eso, mantiene contacto directo con altos oficiales del ejército oficial.
Prigoschin era, dicho en breve, “un poder dentro del
poder”. Esto es importante retenerlo, aunque sea por lo siguiente: El conflicto
que tuvo lugar el día sábado 24 de junio fue, antes que nada, entre dos
poderes: el del ejército oficial y el del ejército mercenario. Ese conflicto originó
una escalada que llevó a Prigoschin a chocar con la cúspide del poder: o sea,
con su propio protector, Putin.
De ese choque solo conocemos una parte, la que ha salido
a la publicidad. Las otras permanecerán en la oscuridad y puede que nunca se
conozcan. Pues bien, de acuerdo a lo que sabemos, podemos inferir algunos
hechos que parecen innegables Por ejemplo, ya es posible deducir que se trata
de un conflicto de larga duración entre Prigoschin y el Ministerio de Defensa
personificado en el general Sergei Schoigu. Sabemos también que en ese
conflicto, hasta el sábado 24 de junio, Putin aparentaba mantenerse al margen.
La razón es que ambos ejércitos, el profesional y el mercenario, son
insustituibles para sus planes de expansión. De hecho, a ninguno de ellos
quiere renunciar.
El ejército profesional -por lo menos en el imaginario
popular- es heredero de las “gloriosas” tradiciones del Ejército Rojo a las que
en Rusia se le rinde un culto cuasi religioso. Como todo ejército, mantiene sus
ritos, sus códigos, sus valores. Para sus generales, la guerra es una ciencia o
un arte. No así para el ejército mercenario de Prigoschin, el que, por los
altos oficiales del ejército oficial, es visto como un lumpen-uniformado con el
cual no conviene codearse. Sin embargo, tomando en cuenta el tipo de guerra que
ha llevado a cabo en Chechenia, en Mali y en Siria, a saber, una guerra si no
genocida, por lo menos de exterminio poblacional, ese ejército de delincuentes
a sueldo es absolutamente necesario para Putin.
Probablemente Wagner sea el primer ejército del mundo que
tiene como objetivo preferencial destruir a la población civil, incluyendo
ancianos, mujeres y niños. Un ejército de mercenarios, a diferencias de un
ejército profesional, que no está sujeto a ninguna regla que no sea a la
obediencia ciega al caudillo superior, en este caso Prigoschin, quien es para
ese lumpen militar, un “señor de la guerra”.
Naturalmente, el ministro de defensa Schoigu, se debe por
rango y oficio al ejército oficial.
Para la primera fase de la guerra a Ucrania, la llamada
de “operación especial”, a Putin convenía más utilizar las fuerzas mercenarias
que las profesionales. El problema es que el cada vez más sofisticado armamento
del que hacen uso los ucranianos, más la excelente formación de sus oficiales,
lo ha obligado poco a poco a privilegiar la guerra convencional por sobre la
irregular practicada por el ejército mercenario. Ese cambio implicaba, si no
eliminar, por lo menos subordinar el poder del ejército mercenario bajo la
dirección del profesional, vale decir, bajo las ordenes directas del Ministerio
de Defensa. Eso suponía, por supuesto, limitar el poder del potentado
Prigoschin. Pues bien, esa subordinación no podía ser aceptada por el gánster
militar. Su argumento –por lo demás, cierto- es que sus destacamentos han
llevado todo el peso de la guerra sucia, mientras en el Kremlin los altos
generales “se dan la gran vida” (sic). Además, como no están sujetos a reglas,
pueden saltarse todas las convenciones internacionales sobre derechos de
guerra.
De tal manera, lo que tuvo lugar el 24-J no fue un golpe
de estado, como tan mal lo cataloga el periodismo occidental (un golpe de
estado tiene lugar solo frente o dentro de la casa presidencial), ni tampoco
una guerra civil, sino, en el clásico sentido del término, una asonada militar.
Una rebelión del ejército mercenario en contra del ejército oficial que
amenazaba convertirse en una rebelión directa en contra del gobierno de Putin.
La población civil de la ciudad de Rostov, vitoreando a Prigoschin como si
fuera un líder popular, debe haber sido una visión infernal para Putin, más
todavía cuando en un rapto de delirante sinceridad Prigoschin se atrevió a
decir que la guerra a Ucrania no se justificaba pues la OTAN nunca había sido
una amenaza para Putin.
En un solo día Putin realizó dos movidas contrarias. Por
la mañana declaró la guerra a muerte a Prigoschin acusándolo de traición a la
patria (“una puñalada en la espalda de Rusia”) Durante la tarde decidió pactar
con Prigoschin gracias a la mediación de un tercer criminal: Lucashenzko, desde
Bielorrusia El conflicto de poder entre dos ejércitos no fue anulado, pero sí
postergado en el tiempo. Pero la sustancia que dio lugar a la asonada, se
mantiene por ahora. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe.
Evidentemente, Prigoschin tuvo miedo a Putin. Pero, y he
aquí lo notable, Putin, a su vez, tuvo miedo a Prigoschin. El primero no pierde
nada con su miedo. Su imagen de canalla está plenamente consolidada e incluso
la cultiva. Putin en cambio, pierde mucho prestigio como estadista, tanto hacia
dentro como hacia fuera. Desmentirse a sí mismo en el plazo de un día es una
hipoteca costosa para cualquier dictador, más para uno que intenta ostentar
ante el mundo un poder absoluto, total e indiscutido. En esa confrontación,
Putin ha perdido muchas plumas.
¿Qué lo llevó a pactar con Prigoschin? Hay una razón muy
explicable: abrir un foco de enfrentamiento militar dentro de Rusia en el marco
de una guerra a Ucrania, una que está muy lejos de ser ganada, habría sido un
acto suicida.
Si Putin intentará recuperar la imagen perdida, está por
verse. Los gobiernos de Occidente tuvieron al menos el buen tino de permanecer
en sus butacas viendo la película sin emitir comentarios a favor o en contra de
la asonada de Prigoschin. Aunque seguramente pensaron todos en que el poder de
Putin ha mostrado grietas que no parecen ser demasiado superficiales, algo
obvio para cualquier gobierno democrático, pero no para uno que se las quiere
dar de fundador de un nuevo orden mundial, como es el del dictador ruso. Apoyos
internacionales, recibió Putin muy pocos. Uno de Erdogan, quien seguramente lo
hizo por razones geográficas, más la de uno que otro presidencillo de poca
monta, entre ellos Maduro y Ortega, ya acostumbrados a lamer el culo a
cualquier dictador que tenga dificultades con los Estados Unidos. Xi, al menos
durante la rebelión de los mercenarios, no se pronunció. Pero nadie sabe lo que
piensa un chino. Sobre todo cuando sus mejores clientes y consumidores no están
en Rusia.
Como sea: las divisiones que ya apuntan en Rusia nunca
habrían aparecido si no fuera por la tenaz, heroica y legítima resistencia de
Ucrania. Ojalá los mandatarios europeos hayan tomado nota de esa realidad.
Mientras más resista Ucrania, más grandes asomarán las grietas de la dictadura
rusa.
Putin, sin quererlo, nos ha enviado una buena noticia: su
invulnerabilidad, tanto la política como la militar, es un mito.
Fernando
Mires
@FernandoMiresOl
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