Luis Ugalde Viernes, 5 de
abril de 2013
En
Venezuela ha muerto un líder político que más que nadie logró convencer a sus
seguidores de su simpatía y compasión, y al mismo tiempo condujo la peor
gestión de gobierno de los últimos 100 años de nuestra historia
Para vivir no basta querer vivir. Para
recuperar la salud no basta un médico compasivo; si no tiene conocimientos y
capacidad, con sólo buena intención matará al enfermo. No sometemos a un
familiar a operarse con un cardiólogo incompetente movidos por sus bellas
palabras y promesas de salud. Lamentablemente, lo que exigimos a los médicos
(capacidad además de compasión) no lo hacemos con la salud nacional.
En Venezuela ha muerto un líder
político que más que nadie logró convencer a sus seguidores de su simpatía y
compasión, y al mismo tiempo condujo la peor gestión de gobierno de los últimos
100 años de nuestra historia.
Con 1 billón (1 millón de millones) de
dólares en las manos, su pésima gestión ha llevado a Venezuela a los primeros
lugares de endeudamiento interno y externo, de inflación (el triple del
promedio latinoamericano), corrupción, creación de multimillonarios ineptos y
parásitos a la sombra del poder político, récord en las importaciones de
productos agropecuarios e industriales y ruina de la productividad con atrofia
de las exportaciones. Nos ha puesto en los primeros lugares del mundo en el
crimen en las calles y en las cárceles y nuestra sociedad enferma prolonga la
agonía gracias al suero petrolero.
Agoniza la democracia porque el poder
se concentra en una persona que desde el Ejecutivo maniata al Judicial, al
Legislativo y al Electoral. Como han declarado sus ex amigos y agentes, Aponte
Aponte y Makled, los tribunales y el dinero público se usan para perseguir
enemigos y comprar conciencias.
Peor todavía que la mala gestión es su
empeño en imponer sueños comunistas estatistas que han fracasado en todas
partes. Llamar "mar de la felicidad" a la miseria y falta de libertad
de Cuba es a la vez infantilismo y malicia manipuladora. Chávez se dejó atrapar
por las perversiones propias del poder absoluto y le tomó gusto al
autoritarismo omnipotente, sin controles ni contrapesos, con la Fuerza Armada
partidizada y los millones de opositores tachados de perversos lacayos del
imperialismo. Hegemonía y control de los medios de comunicación, de la
educación, de los presupuestos, de las mentes y de las empresas y el
clientelismo que cambia votos por dádivas oficiales. No lo han conseguido, pero
el empeño sigue.
Con ilimitada demagogia se le inculca
a la población que para salir de la pobreza no son necesarios el esfuerzo
propio y la productividad; basta la ayuda de un presidente compasivo y generoso
con el reparto del ingreso petrolero. Al contrario decimos, lo que el pobre
necesita para dejar de serlo es apoyo decidido a su educación y formación
productora, a su organización social y la creación de millones de puestos de
trabajo con inversión y enorme creatividad empresarial exitosa de decenas de
miles de emprendedores. Se agrava el problema cuando el líder tiene un don
especial de tocar con la denuncia las fibras de la frustración y de los
agravios, como lo logró Hitler en la Alemania derrotada y humillada. Los
caudillos populistas echan toda la culpa de nuestros males a otros, dan a los
diabéticos el azúcar que les gusta y disparan las ilusiones para luego dejar
los países más enfermos que antes.
Se muestran solidarios y compasivos,
pero son incapaces de conducir a la nación a su propio saneamiento.
Estamos en grave necesidad de sincerar
nuestra realidad nacional, nuestra ética, nuestra economía y nuestra sociedad,
profundamente enfermas. El Presidente fallecido tenía en grado superlativo el
arte de convencer a muchos de que él los quería más que la propia madre. Pero
al mismo tiempo la desastrosa gestión de su gobierno apenas pudo ser disfrazada
por la propaganda desvergonzada.
En la encrucijada del 14 de abril
queremos políticos que rechacen las malas prácticas del pasado y del presente y
hagan suyos los dolores y miserias de nuestro país y la causa de los pobres.
Pero chavistas y opositores tienen que sincerar al país con la enfermedad y
convocar con toda crudeza a rescatar la salud con esfuerzo propio y
desenmascarar los falsos remedios aplicados. No es sólo asunto de candidatos,
todo el país tiene que asumir con responsabilidad y emoción la decisión
política. Sabemos adónde nos lleva la perpetuación del actual poder. Hay que
votar por la democracia y su éxito, y sincerarnos con nuestra realidad tan
opuesta a la propaganda.
No habrá salud sin enfrentar las malas
prácticas políticas del presidente difunto, de su equipo y de sus mitos.
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