Por Vladimiro Mujica, 05/09/2013
Aparentemente le corresponde el crédito a la
creatividad cubana por la invención de la palabra alumbrón para designar el
evento improbable en que se cuenta con energía eléctrica en la isla, donde la
frecuencia de los apagones es tal que ya no tenía sentido referirse a ellos
porque constituían más bien la norma. Como en muchos otros ámbitos la noticia
no es que el perro muerda al hombre sino que el hombre muerda al perro.
En esta como en muchos otros temas, imitamos
las peores cosas del paraíso insular que alguna vez nos prometiera el
Comandante Eterno. En algunas hemos sobrepasado con creces a los cubanos, como
por ejemplo en materia de inseguridad. La revolución es tan patológicamente
incompetente que ni siquiera puede garantizar calles seguras para los
venezolanos, algo que en Cuba, como en otros regímenes autoritarios se da más o
menos por descontado. Alguna gente ha especulado con la idea de que en realidad
el gobierno no tiene ningún interés en controlar al hampa porque parte de la
estrategia de infundir miedo se basa en el supuesto control que se ejerce sobre
los sectores más violentos de la población.
No lo sé. Lo que sí es evidente es que estamos
en presencia de la peor gestión de gobierno de nuestra era republicana.
Inclusive en países que se callan sus
críticas por temor al chantaje petrolero, nuestro país se ha convertido en
motivo de burlas e hiriente sarcasmo ante una gestión de gobierno nefasta. El
último episodio es el apagón de ayer que dejó en la oscuridad a todo el país a
pesar de las declaraciones del ministro del ramo sobre las mejoras en el
servicio.
Antes de ello fue la infame alocución
presidencial donde se la atribuyó la multiplicación de los penes a nuestro
Señor Jesucristo. Pero más allá del mal gusto y del irrespeto que semejante
traspiés verbal implica, está el hecho de que desde el gobierno se ejercen la
ignorancia y la incontinencia verbal como espléndidas virtudes. Duele la pérdida
de propósito y el desamor de unos gobernantes enquistados en el poder por
nuestra patria, por nuestra gente.
Literalmente no transcurre un día sin que el
gobierno nos depare alguna sorpresita.
Tanto por lo que hace y, quizás sobre todo,
por lo que no hace. Hoy es una ley de cultura troglodita y atrasada; mañana hay
una nueva ola de escasez de papel sanitario acompañado de las correspondientes
burlas planetarias. Otro día se convoca una subasta de dólares con la peregrina
instrucción de quienes ofrezcan mucho por los dólares no recibirán asignación
alguna. Más allá se intenta arruinar a las universidades. Surgen “resuelves”
que pasan a ser trabajos en los tiempos revolucionarios. Dos muy singulares que
revelan hasta dónde ha llegado la descomposición auspiciada desde el más alto
gobierno: los bachaqueros y las pirañas. Unos compran en familia productos
subsidiados para burlar los cupos impuestos por la incompetencia que arruina la
economía para luego revenderlos, y los otros atropellan a la gente para cortarles
brutalmente el cabello.
Algún jurisconsulto chavista declara más allá
que en Venezuela no está tipificado el delito de cortarle a alguien el cabello.
¡Como si las pirañas ejercieran un oficio de peluqueras de calle! En medio de
tanto escarnio y tanta burla de quienes dirigen el país, está la gente que
trabaja y mantiene el país andando en un precario equilibrio de incertidumbre.
Uno se pregunta muchas veces como funciona un país de esta manera. ¿Por qué no
revienta por los cuatro costados? La respuesta a esto nunca es sencilla.
Quienes pretenden que tanto acoso y tanto abuso terminarán mecánicamente por
producir un estallido pueden estar profundamente equivocados. Hay muchos
ejemplos de países, quizás el más emblemático sea Haití, que se han adaptado al
infortunio como elemento de la existencia cotidiana.
La gente termina por aferrarse con frecuencia
a una existencia llena de pesares cuando la alternativa única es la violencia.
A estimular ese miedo juega el chavismo como parte de su esquema de poder y
nosotros estamos obligados a entender que ese es el juego y a mantenernos en el
camino de debilitar sus estructuras de poder hasta que el juego de la exclusión
de la mitad del país que pretenden practicar se les haga completamente
inviable.
Mientras tanto, seguiremos transitando esta
historia increíble de cómo el país con mayores posibilidades de la región para
construir felicidad para su gente ha fracasado miserablemente en manos de una
oligarquía que insiste en el cuento necio de que su propia incompetencia en
rodearnos de alumbrones y otras ocurrencias incompatibles con la existencia de
un país moderno son hechura del imperio. Por ahora, estamos jodidos pero
tenemos patria, como le gusta decir a los jerarcas del chavismo.
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