FAUSTO MASÓ 2 DE NOVIEMBRE 2013
Si Maduro nos mintiera sobre las
apariciones de Chávez lo supondríamos un político inescrupuloso que explota los
sentimientos primitivos del pueblo, pero si suponemos que realmente vio a
Chávez en forma de pajarito, o en una excavación, hay que salir corriendo,
porque se cree un bendecido por el comandante eterno, el cual no se le aparece
a Diosdado Cabello ni a sus propias hijas, y menos aún a un Leopoldo López. Los
apóstoles se resistieron a creer que Cristo había resucitado; Maduro, en
cambio, sabe que además de vivir eternamente Chávez lo vigila por encima del
hombro.
Si mintiese sería un tunante
peligroso. Si no, lo más probable, cualquier día jura que Chávez es la
Santísima Trinidad, tres personas en un solo Dios, o la reencarnación de José
Gregorio Hernández. Desventurado final para la teología de la revolución.
Con Maduro cualquiera hace un buen
chiste; le cayó como un regalo del cielo a caricaturistas y humoristas, pero
sus decisiones están arruinando el país. Decreta que no existe el dólar paralelo,
por ejemplo; le echa la culpa de la inflación a las empresas expropiadas; habla
de que falta la leche en polvo que produce e importa el gobierno. No, Maduro no
inventó la historia del pajarito, realmente vio Chávez en una pared. Estamos en
manos de un iluminado de café con leche, claro.
En la historia del marxismo científico
no hay un caso semejante. Fidel Castro nunca dijo siquiera que cada noche veía
al Che Guevara en sueños; Stalin se burlaba de la otra vida. Maduro, en cambio,
cree en apariciones. Solo encontramos algún antecedente en algunos místicos de
la política, como el personaje de Vargas Llosa de La guerra del fin del mundo.
Estamos entonces mal, mucho peor de lo que imaginamos.
¿Qué pensarán un Diosdado Cabello, un
Jorge Rodríguez, un Vielma Mora? ¿Sentirán pena ajena? ¿Creerán las historias
del pajarito? Probablemente ninguno de ellos haya visto un fantasma en su vida.
Sin embargo, aplauden a Nicolás Maduro: cabe la posibilidad de que estemos en
manos de un atajo de locos.
¿Qué hacer? Salir corriendo, los pocos
que hayan conseguido un pasaje para viajar. Hay que votar urgentemente el
próximo 8 de diciembre, porque el voto es realmente secreto. Alguna vez gente
supuestamente seria nos juraban que por poderes magnéticos, por extrañas
cábalas, el gobierno sabía por quién vota cada empleado público. Por tamaña
sandez la oposición pierde miles de votos de aquellos que no están dispuestos a
poner en peligro su salario.
Chávez escogió a su peor sucesor.
Pensaba en diciembre pasado que sobreviviría al cáncer y seleccionó un
presidente provisional que no se le ocurriese quedarse para siempre con el
coroto; el finado era bien desconfiado. Supuso a Maduro el menos capacitado
para ser presidente, el que le devolvería la silla de Miraflores. Probablemente
Maduro alguna vez le juró que también había tropezado con Bolívar en el campo
Carabobo en forma de águila, y entonces se dijo Chávez a sí mismo: “Este es el
hombre”.
Maduro es el piloto enamorado de lo
infinito en un avión que vuela en medio de rayos y truenos; nosotros somos los
pasajeros. Cualquier día nos estrellamos porque a Maduro se le aparece Chávez
en el cuadro de instrumentos.
Ojalá que en el chavismo haya gente
cuerda que acepte una salida política a esta situación de locos.
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