JULIO DÁVILA CÁRDENAS sábado 9 de noviembre de 2013
Prácticamente todos
quienes habitamos en este país nos damos cuenta de la gravísima
situación en que se encuentra Venezuela. Quizás algunos que continúan
disfrutando de las mieles del poder traten de desmentirlo, pero en el fondo
saben perfectamente que nos están llevando directo al despeñadero. Pero no sólo
es a nosotros como individuos, arrastran también a lo que queda de lo que
alguna vez fue el aparato productivo del país y ese poderoso huracán se lleva
igualmente a los valores morales.
Ante una situación como esa, en la que
vemos cómo se está perdiendo el proyecto de vida ya no nuestro, sino el de
nuestros hijos, nietos y generaciones futuras, es necesario no cesar de repetir
lo imperioso que resulta levantar la voz y actuar para tratar de detener esta
barbarie. No podemos continuar manteniendo silencio ante tanta siembra de odio
que se hace frecuentemente con total impunidad. Basta observar la forma en que
se denigra a quienes se osan oponer a las arbitrariedades del régimen y cómo se
les expone al desprecio público, sin que los legalmente responsables de
mantener el Estado de Derecho hagan algo que impida semejantes desafueros.
Todos quienes transitan por el centro de la ciudad pueden observar los carteles
en que se convoca a la ciudadanía a reconocer y por descontado a perseguir, a
quienes consideran como la trilogía del mal.
Resulta oportuno recordar el poema que
algunos atribuyen a Bertolt Brecht y otros al pastor luterano Martin Niemöller,
pero que independientemente de quién lo haya escrito muestra la necesidad de
expresarse en situaciones de peligro.
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,/ guardé silencio,/
porque yo no era comunista./ Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,/
guardé silencio,/porque yo no era socialdemócrata./ Cuando vinieron a buscar a
los sindicalistas,/ no protesté,/ porque yo no era sindicalista./ Cuando
vinieron a buscar a los judíos,/ no protesté,/ porque yo no era judío./ Cuando
vinieron a buscarme,/ no había nadie más que pudiera protestar. Si hubieran protestado contra el régimen nazi
probablemente hubiesen muerto algunos, o muchos, pero quizás se podrían haber
salvado cuarenta millones de personas, porque eso fue lo que el silencio costó.
Quizás muchos recuerden lo que
significó el Manifiesto de los Intelectuales en 1957. Trajo cárcel para
algunos, pero también dio inicio al despertar de todo un pueblo. Aun cuando
haya quienes piensen que lo que sucede no es asunto que les competa, lo cierto
es que el futuro del país es responsabilidad de todos. Por eso es necesario que
dejen oír su voz para que esa mayoría que hoy se muestra defraudada pueda
concurrir a votar el 8 de diciembre y exprese su repudio a tanto desacierto.
¡El silencio cuesta!
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