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lunes, 4 de noviembre de 2013

La trampa roja

Fernando Luis Egaña 30 oct, 2013

Los gobernantes en los pocos países donde imperan regímenes que se ufanan de socialistas-colectivistas, también saben que eso no funciona porque cercena la libertad y el desarrollo humano, pero no les importa porque sí les funciona a ellos -y a ellas- mientras los mantenga en la cima por obra de la dependencia del pueblo al poder despótico.

Casi todo el mundo sabe que el socialismo despótico-colectivista o lo que se le parezca o asimile, no funciona. No facilita el progreso sino que lo entorpece y lo aplasta. Y los que más lo saben son los que lo han padecido y los que aún lo padecen. Los gobernantes en los pocos países donde imperan regímenes que se ufanan de socialistas-colectivistas, también saben que eso no funciona porque cercena la libertad y el desarrollo humano, pero no les importa porque sí les funciona a ellos -y a ellas- mientras los mantenga en la cima por obra de la dependencia del pueblo al poder despótico.


Y eso es exactamente lo que ocurre en Venezuela. Con un añadido muy especial: El socialismo chavista-madurista-cadivista es uno de los regímenes político-económicos más corruptos en los anales del planeta. Y no hay pizca de exageración en esa afirmación. Luego de 15 años de accidentada experiencia al respecto, el país se encuentra arruinado en lo financiero, postrado en lo productivo, degradado en lo democrático, ensangrentado en lo social y muy pero muy confundido en lo cultural. Un verdadero caos que, lamentablemente, no hace sino expandirse con el paso del tiempo.

Y todo ello a la vez que se ha incubado, madurado y amparado a la plutocracia más depredadora que se pueda concebir. La boli-plutocracia. El verdadero poder detrás de la retórica y los espasmódicos programas sociales. De seguro que hay mucha gente que no lo ve así, o no quiere verlo así. Pero como decía el mismísimo Lenin: los hechos son tercos. Y en el caso venezolano, además, trágicos; porque con el barril de petróleo en 100 dólares, el panorama nacional debería ser auspicioso y no, como es, ominoso. ¿O me equivoco?

En verdad quisiera estarlo, pero la realidad cotidiana que agobia a la abrumadora mayoría de los venezolanos, expresa que las maromas estadísticas del INE y las campañas triunfalistas del Minci no sólo no reflejan el día a día del país sino que lo manipulan o falsean de una forma despiadada. La “suprema felicidad social” que Maduro pretende burocratizar a través de un vice-ministerio es puro falsete, puro oropel, puro falsificado. Luce tan auténtica como su pretendida partida de nacimiento.

Y mientras tanto la dinámica política se espesa en una atomización electoral o seudo-electoral que suele apuntalar el decorado democrático o seudo-democrático de la hegemonía. Esperemos que no sea así el próximo 8-D. En particular si los resultados se compadecen con el clima de angustia y molestia que se manifiesta en todo el país. Puede que el ministro Ramírez se quiera quedar 50 años más donde está, pero la olla de presión está hirviendo…

La denominada “revolución bolivarista” es una gran trampa. Una trampa que atrapa al conjunto de Venezuela y hace imposible el desarrollo de su inmenso potencial. Una trampa para la democracia, porque la simula a la vez que la corroe. Una trampa de la seducción social en medio del empobrecimiento económico. Una trampa de la que se debe salir para que el país tenga un futuro distinto y mejor.


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