Fernando Luis Egaña 30 oct, 2013
Los gobernantes en los
pocos países donde imperan regímenes que se ufanan de socialistas-colectivistas,
también saben que eso no funciona porque cercena la libertad y el desarrollo
humano, pero no les importa porque sí les funciona a ellos -y a ellas- mientras
los mantenga en la cima por obra de la dependencia del pueblo al poder despótico.
Casi todo el mundo sabe que el
socialismo despótico-colectivista o lo que se le parezca o asimile, no
funciona. No facilita el progreso sino que lo entorpece y lo aplasta. Y los que
más lo saben son los que lo han padecido y los que aún lo padecen. Los
gobernantes en los pocos países donde imperan regímenes que se ufanan de
socialistas-colectivistas, también saben que eso no funciona porque cercena la
libertad y el desarrollo humano, pero no les importa porque sí les funciona a
ellos -y a ellas- mientras los mantenga en la cima por obra de la dependencia
del pueblo al poder despótico.
Y eso es exactamente lo que ocurre en
Venezuela. Con un añadido muy especial: El socialismo
chavista-madurista-cadivista es uno de los regímenes político-económicos más
corruptos en los anales del planeta. Y no hay pizca de exageración en esa
afirmación. Luego de 15 años de accidentada experiencia al respecto, el país se
encuentra arruinado en lo financiero, postrado en lo productivo, degradado en
lo democrático, ensangrentado en lo social y muy pero muy confundido en lo
cultural. Un verdadero caos que, lamentablemente, no hace sino expandirse con
el paso del tiempo.
Y todo ello a la vez que se ha
incubado, madurado y amparado a la plutocracia más depredadora que se pueda
concebir. La boli-plutocracia. El verdadero poder detrás de la retórica y los
espasmódicos programas sociales. De seguro que hay mucha gente que no lo ve
así, o no quiere verlo así. Pero como decía el mismísimo Lenin: los hechos son
tercos. Y en el caso venezolano, además, trágicos; porque con el barril de
petróleo en 100 dólares, el panorama nacional debería ser auspicioso y no, como
es, ominoso. ¿O me equivoco?
En verdad quisiera estarlo, pero la
realidad cotidiana que agobia a la abrumadora mayoría de los venezolanos,
expresa que las maromas estadísticas del INE y las campañas triunfalistas del
Minci no sólo no reflejan el día a día del país sino que lo manipulan o falsean
de una forma despiadada. La “suprema felicidad social” que Maduro pretende
burocratizar a través de un vice-ministerio es puro falsete, puro oropel, puro
falsificado. Luce tan auténtica como su pretendida partida de nacimiento.
Y mientras tanto la dinámica política
se espesa en una atomización electoral o seudo-electoral que suele apuntalar el
decorado democrático o seudo-democrático de la hegemonía. Esperemos que no sea
así el próximo 8-D. En particular si los resultados se compadecen con el clima de
angustia y molestia que se manifiesta en todo el país. Puede que el ministro
Ramírez se quiera quedar 50 años más donde está, pero la olla de presión está
hirviendo…
La denominada “revolución bolivarista”
es una gran trampa. Una trampa que atrapa al conjunto de Venezuela y hace
imposible el desarrollo de su inmenso potencial. Una trampa para la democracia,
porque la simula a la vez que la corroe. Una trampa de la seducción social en
medio del empobrecimiento económico. Una trampa de la que se debe salir para
que el país tenga un futuro distinto y mejor.
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