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lunes, 4 de noviembre de 2013

Al límite: De la mentira como instrumento de poder

Por Luis García Mora 3 de Noviembre, 2013

Maquiavelo aconsejaba a su príncipe el uso de la mentira como el arte de “burlar con astucia el ingenio de los hombres”.

El finado Chávez mentía y se contradecía casi inmediatamente, o en menos de 24 horas, sin que le temblara ningún músculo del rostro, y riendo le pasaba por encima a uno con desprecio.

Pero había algo más impactante: mentía y siempre mentía, a sabiendas de que los demás sabíamos que él mentía.

Y en el devenir de un ejercicio del mando como una diplomacia del cinismo, los mecanismos del sistema asimilaron esta manera de gobernar, sin preocuparse por su carácter espurio.

Había demasiada carga cubano-soviética-goebbeliana para poder resistirse, como ahora al parecer está ocurriendo con Maduro cuando se deja engullir por el facilismo de la mentira burda, chocarrera, de gracia basta. Como cuando afirma que el difunto se le apareció como un ave, en aquella sala sofocante de Sabaneta. O antes de dormir junto al sarcófago. O cuando asegura, buscando a Dios por los rincones, que este desastre económico y social no es responsabilidad de él ni de quienes han estado durante tres lustros manejando a su antojo el país, sino de esta resistencia pasiva y de un enemigo interplanetario.


De Capriles, del Pentágono, del Twitter.

Y uno, humilde mortal, no puede dejar de pensar ante tanta estulticia que es imposible que este hombrón tan grande sea tan simple y sin malicia, sino que se trata de una estrategia planificada para el embaucamiento de (lo que considerarían sus asesores) una Venezuela muy obtusa, conformada por una gente muy lerda y autómata, dispuesta a aceptar el escape mágico ante una vida de mierda.

Sí. Siempre hay unos granos de truculencia de lo más cínica en esos espíritus que venden a precio de costo la redención del más débil. Sobre todo cuando la prisa los aprieta, sin percatarse que tal vez el golpe se les devuelva como un boomerang.

Como ya les ha empezado a ocurrir desde algunos sectores formados del chavismo.

Y no es sólo Felipe Pérez Martí, el ex-Ministro de Planificación del primer Hugo Chávez (doctor en Economía y profesor del IESA; no un ingeniero eléctrico fanático como El Monje), quien además de advertir sobre un inminente relevo, alerta contra la radicalización del modelo fallido como el camino más expedito hacia la nada. O el propio Heinz Dieterich el sociólogo alemán, gurú de Fidel y del Chávez del Socialismo del Siglo XXI, para quien el gobierno (o Maduro, más bien) tendría “los meses contados”. Hablo también de colectivos como “Marea Socialista”, quienes miran con pavor el futuro.

El país se desmorona a su alrededor y Maduro y su gobierno, poseídos por su propias mentiras, nos hablan de un Chávez que se les aparece en epifanías en las cavernas del Metro o de que Twitter trata de “boicotear la Revolución”.

Y uno se queda impávido.

No puedo imaginar a mis antiguos camaradas de la Juventud Comunista de la Escuela de Medicina de los años sesenta pensando que este adefesio fallido y corrupto puede calificarse de alguna manera Revolución.

Never.

Como dicen Pérez Martí y Dieterich: hablemos claro.

Esto de echar las culpas del derrumbamiento nacional a otros (en primer lugar a un empresariado acosado y en segundo lugar a nuestra prudente y cautelosa oposición), camaradas, más que una mentira constituye una absoluta falta de responsabilidad.

Una falta de responsabilidad histórica.

“Llamen a Rafael Correa”, dice Dieterich. “El único presidente latinoamericano que tiene una comprensión profunda de la economía de mercado”. Sí: el mismo nuevo propietario de Ecuador. Economista con una maestría en Lovaina y doctorado en la Universidad de Illinois.

¿O es que después de 15 años de equivocaciones se puede creer todavía que desde un cuartel o desde el manubrio del Metro, por más avilantado que se sea, se puede gobernar alguna nación exitosamente, con apenas apropiarse de un micrófono y una cámara de televisión?

Y, además, sin levantar jamás el teléfono desde Miraflores a la representación de la otra mitad del país que te adversa. Ésa que hoy se amplió.

Se murió Chávez. Y su sucesor, más perdido que el hijo de Lindbergh, imagina que nos puede vender una Segunda Guerra Mundial económica así de fácil, y no asumir su responsabilidad en esta crisis.

Recuerdo que decía el español Santos Juliá, refiriéndose a las mentiras como estrategia de Estado: “Mentir para decir al otro: tengo poder para negar que eso ha sucedido, por más que tú sepas que sí, que ha sucedido y sin que venga a cuento si en realidad ha sucedido o no”.

 Es mi palabra contra tus hechos. “Mi palabra como instrumento de poder porque crea realidad y causa hechos al afirmarlos o los borra al negarlos, igual que la palabra de Yahvé”.

La mentira, amigo lector, como capacidad para borrar de la existencia aquello sobre lo que se miente, para darlo como no sucedido: tal es el arte de esta farsa que ni Maquiavelo pudo imaginar.

Dice Axel Capriles, perspicaz, que la campaña sobre la “trilogía del mal” del aparato propagandístico de Maduro, conformada por “el parásito ladrón que ya tiene una celda” (Leopoldo López), “el parásito que desgobierna Miranda” (Henrique Capriles Radonski) y “la otra” (María Corina Machado “que es la presidenta de la junta de transición que dirige a los parásitos fascistas”) lo que busca crear es un espíritu de secta, que se profundice la polarización y construir con urgencia un chivo expiatorio para canalizar esta ola de frustración.

Aunque sea acudiendo a la ausencia de espíritu más corrupta.

Como decía alguien luego de los sucesos que dieron al traste con la brutal dictadura comunista de Ceausescu: quizás sea hora de emprender en la izquierda un debate honesto sobre los caracteres catastróficos del sistema de propiedad y del modelo de organización del Estado creados a la sombra de la Revolución de Octubre.

El desmoronamiento de este gobierno no puede ser entendido al igual que aquel de Ceausescu “como una purga de errores y desviacionismos”, sino como el síntoma del fracaso teórico e histórico de consecuencias todavía imprevisibles.

Sí, camaradas: quizás sea hora de comenzar un proceso de reconstrucción moral e intelectual que les aparte del cinismo o de la desesperación.

De la mentira llevada al límite como instrumento de poder.

Cráteres

- Ugalde: “Venezuela está en agonía y no es fácil pasar del fracaso actual al éxito”. Por eso cuesta entender, dice, que un presidente repudie cada día a más de la mitad de los venezolanos

- Cosa que Maduro no ha podido hacer: Ceausescu había acaparado todos los cargos públicos de Rumanía, era presidente de la República, presidente del Consejo de Estado, secretario general del Partido Comunista, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, presidente del Consejo Nacional de Defensa, presidente del Consejo Supremo Económico y Social y presidente honorario de la Academia Rumana. No dejó herederos. Se lo impidió la instauración de un riguroso culto a la personalidad. Fue derrocado durante la Revolución de diciembre de 1989 en la que él y su mujer, Elena, cargada de joyas, fueron ejecutados tras una mediática sesión en los tribunales de dos horas televisada para todo el país. Se recuerda la brutalidad estalinista y la corrupción manifiesta del aparato burocrático rumano. Y, como aquí, el fracaso del modelo socialista como sistema de creación y distribución  de riqueza.

- La dura arremetida de los militares contra tres periodistas colegas del diario 2001 que cubrían los sucesos de la Feria Navideña de Los Próceres, propinando golpizas e incautándole los equipos y deteniéndolos por fotografiar lo que ocurría con la desesperación en las colas, nos habla de un Gobierno muy débil que aumenta la represión y profundiza más el control de los medios que el de Chávez, porque es más endeble y de un sustento muy frágil, por lo que la oposición debe actuar con prudencia. Una atmósfera de libertad de expresión y de información como fundamento esencial de una sociedad democrática es letal para una cabeza totalitaria determinada a imponer su proyecto.


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