Por Luis García Mora 3 de Noviembre, 2013
Maquiavelo aconsejaba a su príncipe el
uso de la mentira como el arte de “burlar con astucia el ingenio de los
hombres”.
El finado Chávez mentía y se
contradecía casi inmediatamente, o en menos de 24 horas, sin que le temblara
ningún músculo del rostro, y riendo le pasaba por encima a uno con desprecio.
Pero había algo más impactante: mentía
y siempre mentía, a sabiendas de que los demás sabíamos que él mentía.
Y en el devenir de un ejercicio del
mando como una diplomacia del cinismo, los mecanismos del sistema asimilaron
esta manera de gobernar, sin preocuparse por su carácter espurio.
Había demasiada carga
cubano-soviética-goebbeliana para poder resistirse, como ahora al parecer está
ocurriendo con Maduro cuando se deja engullir por el facilismo de la mentira
burda, chocarrera, de gracia basta. Como cuando afirma que el difunto se le apareció
como un ave, en aquella sala sofocante de Sabaneta. O antes de dormir junto al
sarcófago. O cuando asegura, buscando a Dios por los rincones, que este
desastre económico y social no es responsabilidad de él ni de quienes han
estado durante tres lustros manejando a su antojo el país, sino de esta
resistencia pasiva y de un enemigo interplanetario.
De Capriles, del Pentágono, del
Twitter.
Y uno, humilde mortal, no puede dejar
de pensar ante tanta estulticia que es imposible que este hombrón tan grande sea
tan simple y sin malicia, sino que se trata de una estrategia planificada para
el embaucamiento de (lo que considerarían sus asesores) una Venezuela muy
obtusa, conformada por una gente muy lerda y autómata, dispuesta a aceptar el
escape mágico ante una vida de mierda.
Sí. Siempre hay unos granos de
truculencia de lo más cínica en esos espíritus que venden a precio de costo la
redención del más débil. Sobre todo cuando la prisa los aprieta, sin percatarse
que tal vez el golpe se les devuelva como un boomerang.
Como ya les ha empezado a ocurrir
desde algunos sectores formados del chavismo.
Y no es sólo Felipe Pérez Martí, el
ex-Ministro de Planificación del primer Hugo Chávez (doctor en Economía y
profesor del IESA; no un ingeniero eléctrico fanático como El Monje), quien
además de advertir sobre un inminente relevo, alerta contra la radicalización
del modelo fallido como el camino más expedito hacia la nada. O el propio Heinz
Dieterich el sociólogo alemán, gurú de Fidel y del Chávez del Socialismo del Siglo
XXI, para quien el gobierno (o Maduro, más bien) tendría “los meses contados”.
Hablo también de colectivos como “Marea Socialista”, quienes miran con pavor el
futuro.
El país se desmorona a su alrededor y
Maduro y su gobierno, poseídos por su propias mentiras, nos hablan de un Chávez
que se les aparece en epifanías en las cavernas del Metro o de que Twitter
trata de “boicotear la Revolución”.
Y uno se queda impávido.
No puedo imaginar a mis antiguos
camaradas de la Juventud Comunista de la Escuela de Medicina de los años
sesenta pensando que este adefesio fallido y corrupto puede calificarse de
alguna manera Revolución.
Never.
Como dicen Pérez Martí y Dieterich:
hablemos claro.
Esto de echar las culpas del
derrumbamiento nacional a otros (en primer lugar a un empresariado acosado y en
segundo lugar a nuestra prudente y cautelosa oposición), camaradas, más que una
mentira constituye una absoluta falta de responsabilidad.
Una falta de responsabilidad
histórica.
“Llamen a Rafael Correa”, dice
Dieterich. “El único presidente latinoamericano que tiene una comprensión
profunda de la economía de mercado”. Sí: el mismo nuevo propietario de Ecuador.
Economista con una maestría en Lovaina y doctorado en la Universidad de
Illinois.
¿O es que después de 15 años de
equivocaciones se puede creer todavía que desde un cuartel o desde el manubrio
del Metro, por más avilantado que se sea, se puede gobernar alguna nación
exitosamente, con apenas apropiarse de un micrófono y una cámara de televisión?
Y, además, sin levantar jamás el
teléfono desde Miraflores a la representación de la otra mitad del país que te
adversa. Ésa que hoy se amplió.
Se murió Chávez. Y su sucesor, más
perdido que el hijo de Lindbergh, imagina que nos puede vender una Segunda
Guerra Mundial económica así de fácil, y no asumir su responsabilidad en esta
crisis.
Recuerdo que decía el español Santos
Juliá, refiriéndose a las mentiras como estrategia de Estado: “Mentir para decir
al otro: tengo poder para negar que eso ha sucedido, por más que tú sepas que
sí, que ha sucedido y sin que venga a cuento si en realidad ha sucedido o no”.
Es mi palabra contra tus hechos. “Mi palabra
como instrumento de poder porque crea realidad y causa hechos al afirmarlos o
los borra al negarlos, igual que la palabra de Yahvé”.
La mentira, amigo lector, como
capacidad para borrar de la existencia aquello sobre lo que se miente, para
darlo como no sucedido: tal es el arte de esta farsa que ni Maquiavelo pudo
imaginar.
Dice Axel Capriles, perspicaz, que la
campaña sobre la “trilogía del mal” del aparato propagandístico de Maduro,
conformada por “el parásito ladrón que ya tiene una celda” (Leopoldo López),
“el parásito que desgobierna Miranda” (Henrique Capriles Radonski) y “la otra”
(María Corina Machado “que es la presidenta de la junta de transición que
dirige a los parásitos fascistas”) lo que busca crear es un espíritu de secta,
que se profundice la polarización y construir con urgencia un chivo expiatorio
para canalizar esta ola de frustración.
Aunque sea acudiendo a la ausencia de
espíritu más corrupta.
Como decía alguien luego de los
sucesos que dieron al traste con la brutal dictadura comunista de Ceausescu:
quizás sea hora de emprender en la izquierda un debate honesto sobre los
caracteres catastróficos del sistema de propiedad y del modelo de organización
del Estado creados a la sombra de la Revolución de Octubre.
El desmoronamiento de este gobierno no
puede ser entendido al igual que aquel de Ceausescu “como una purga de errores
y desviacionismos”, sino como el síntoma del fracaso teórico e histórico de
consecuencias todavía imprevisibles.
Sí, camaradas: quizás sea hora de
comenzar un proceso de reconstrucción moral e intelectual que les aparte del
cinismo o de la desesperación.
De la mentira llevada al límite como
instrumento de poder.
Cráteres
- Ugalde: “Venezuela está en agonía y
no es fácil pasar del fracaso actual al éxito”. Por eso cuesta entender, dice,
que un presidente repudie cada día a más de la mitad de los venezolanos
- Cosa que Maduro no ha podido hacer:
Ceausescu había acaparado todos los cargos públicos de Rumanía, era presidente
de la República, presidente del Consejo de Estado, secretario general del
Partido Comunista, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, presidente del
Consejo Nacional de Defensa, presidente del Consejo Supremo Económico y Social
y presidente honorario de la Academia Rumana. No dejó herederos. Se lo impidió
la instauración de un riguroso culto a la personalidad. Fue derrocado durante
la Revolución de diciembre de 1989 en la que él y su mujer, Elena, cargada de
joyas, fueron ejecutados tras una mediática sesión en los tribunales de dos
horas televisada para todo el país. Se recuerda la brutalidad estalinista y la
corrupción manifiesta del aparato burocrático rumano. Y, como aquí, el fracaso
del modelo socialista como sistema de creación y distribución de riqueza.
- La dura arremetida de los militares
contra tres periodistas colegas del diario 2001 que cubrían los sucesos de la
Feria Navideña de Los Próceres, propinando golpizas e incautándole los equipos
y deteniéndolos por fotografiar lo que ocurría con la desesperación en las
colas, nos habla de un Gobierno muy débil que aumenta la represión y profundiza
más el control de los medios que el de Chávez, porque es más endeble y de un
sustento muy frágil, por lo que la oposición debe actuar con prudencia. Una
atmósfera de libertad de expresión y de información como fundamento esencial de
una sociedad democrática es letal para una cabeza totalitaria determinada a
imponer su proyecto.
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