JEAN MANINAT viernes 1 de noviembre de 2013
@jeanmaninat
El taxista me descubre por el acento
apenas le digo la dirección a donde me dirijo. Usted es venezolano, me dice, yo
viví varios años en su país, en Maracay, y en Valencia. Bonito su país... y
entonces se vivía bien, cómodo. Gente buena la suya. Ah y el clima. ¡Qué
maravilla! ¿Y a qué vino a Lima? ¿Por trabajo? Le explico que estoy de paso, un
poco extenso el tiempo de la velada, pero de paso al fin... y a gusto. Él
sonríe por el retrovisor. Ahora vienen muchos venezolanos, me dispara, con esa
manera de conversar de los taxistas como si hablaran con el techo. A cada rato
se sube uno. Llegan por montón, sabe. Casi siempre van a Polvos Azules. ¿Usted
no ha ido, señor? Le digo que no, no soy asiduo. ¡Ah! pues fíjese, allí hay
varios lugares con letreros que dicen "Se raspan tarjetas Cadivi", y
llegan sus compatriotas con varias tarjetas de crédito, pagan su comisión, y
salen con dólares directo a comprar allí mismo en las tiendas todo tipo de
playeras, chompas, bluyines. Salen cargados, a veces hasta directo para el
aeropuerto. ¿Usted no quiere raspar su tarjeta? Yo tengo un pata que lo hace. Y
no tiene que irse hasta tan allá. Aquí nomás, a la espalda del Parque
Kennedy... Le digo que no, que gracias, y me bajo frente a La Gloria, algo
atontado y con ganas de borrar de un trago la conversa.
Probablemente usted habrá vivido una
experiencia similar, o se lo habrán contado, en cualquier país vecino, a donde
llegan los venezolanos a la búsqueda de un vericueto que les permita burlar el
control cambiario, hacer una ganancia para remediar la situación y comprar unos
regalos para los muchachos, mientras unos burócratas atrincherados en su
incapacidad repiten que todo es culpa de la burguesía y del imperialismo, que
no cejan en su empeño de destruir la economía.
La impericia indolente de quienes
gobiernan nuestro país, la falta del más mínimo sentido de la responsabilidad,
de vocación alguna por el estudio o la información, la guachafita ideológica en
la que viven; han convertido al país en una balsa empobrecida que va a la
deriva y no precisamente navegando en el mar de la felicidad. Tenemos patria,
se ufanan, mientras muestran una sociedad quebrada, bajo sitio por el hampa, en
diáspora creciente, empujada a raspar tarjetas como delincuentes banales.
A su alrededor hay países que en medio
de dificultades prosperan, o al menos echan las bases para forjar una economía
saludable que genere empresas, puestos de trabajo, atraiga capitales e inversionistas
de todas partes y expanda la clase media para terminar progresivamente con la
pobreza. El conservador presidente de Colombia y la izquierdista presidenta de
Brasil; el exguerrillero y tupamaro presidente de Uruguay y el liberal
presidente de Paraguay; el empresario presidente de Chile y la socialista
expresidenta que lo sucederá en el cargo; el católico de izquierdas presidente
de El Salvador, y el atildado centroderechista presidente de México; todos
tienen perfectamente claro que jugar con la economía es jugar con el destino de
sus países y sus habitantes. En pocas palabras, son lo suficientemente sensatos
como para saber que de ideología sólo viven los idiotas y uno que otro bribón
disfrazado de revolucionario.
Los nuestros crean el Viceministerio
de la suprema felicidad -¡Ajajajaja! disculpen, perdí la compostura, no lo pude
evitar, no sucederá de nuevo- mientras tienen a un país cercado donde sólo unos
pocos, ellos, pueden viajar con comodidad, y quienes quieren venir son
desanimados por la ausencia de boletos o sus exorbitantes precios. ¿Viajar es
solo un vicio burgués? Bueno... saquemos la cuenta de lo gastado por los
jerarcas del régimen en sus frecuentes periplos circenses. Esa tarjeta roja de
viajero frecuente le ha salido costosísima a los venezolanos.
Esa es la patria que quieren para las
futuras generaciones. Un país de informales, de náufragos, de rebuscadores,
obligados a inventar triquiñuelas para sobrevivir, para respirar un poco sobre
la inseguridad, la inflación, los anaqueles vacíos, la ausencia de futuro para
los hijos: un país que se cae a pedazos, mientras ellos juegan a que son
Chávez, Fidel o el Che. (Curiosamente, mientras quienes comandan en La Habana
quieren dejar atrás su bobería económica, los remedadores nuestros se quieren
zambullir en ella con una tonelada de plomo amarrada a las pantorrillas).
Desde hace 15 años han estado raspando
la tarjeta del Estado, sin clemencia alguna, sin cariño incluso por quienes los
han votado porque alguna vez creyeron en ellos. Están de salida, y lo saben, de
allí las pataletas y la agresividad que los ofusca. El 8D comenzará la cuenta
regresiva. Raspa tu voto, es la consigna.
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