Soledad Morillo Belloso 1 de noviembre de 2013
Andan muy preocupados por Miraflores.
No es poca cosa lo que le ocurrió a su Majestad la Reina Cristina de Argentina.
Le pasó lo que estaba escrito en su destino que le pasaría. Y aquí tiemblan.
Saben que les va a suceder lo mismo.
Es como cuando los niñitos se enteran
de la verdad. Una verdad hosca que destruye sus ilusiones. Que los regalos no
los trae el Niño Jesús, o San Nicolás, o los Reyes Magos. Que son papá y mamá
quienes ponen esos paquetes al pie del arbolito. Que el diente caído bajo la
almohada no se lo lleva el ratón Pérez ni es él quien a cambio deja una
monedita. El día en que los niños se enteran
de esas verdades, el relato en el que habían creído como dogma de fe se les
rompe en mil pedazos. Y es irrecuperable. Nada en sus vidas vuelve a ser igual.
Es ese el momento en que dejan atrás la infancia. Y se recuperan del trancazo
emocional. Y se empinan sobre él. Y siguen adelante. Pero nunca más será igual.
Cristina daba por sentado que su magia
duraría por siempre y aguantaría cualquier embate. Que ella podía hacer lo que
le viniera en gana porque el relato sería como la tela de araña en la cual se
balancearían sin riesgos uno, dos, tres, cuatro, miles de elefantes. Que ella
la única propietaria de una chistera de la cual sacar conejos. Que su voz era
la única capaz de seducir. Ah, los políticos terminan siendo víctimas de su
propias pedanterías. El domingo pasado “todo se derrumbó”. El relato, la magia,
el guión, el embeleso y las fantasías se volvieron añicos. Y Cristina comienza
a convertirse en un espejismo. Los electores hablaron, en voz baja, pero tan
claro que no hay cómo ignorarlos. Se rebelaron. Con votos. Y por mucho que haya
discursos grandilocuentes que pretendan tapizar la verdad, ella, la realidad,
se impone, con todo su peso. Otros tendrán que intentar rearmar el rompecabezas
de piezas rotas que Cristina deja. Con otro relato. Ella será una página más en
la historia de un país que lleva años coqueteando con la tragedia y que ha
desperdiciado una y otra vez las mejores oportunidades. Pero allá abundan, como
me decía un muy querido amigo porteño de pura cepa, los “sobrevivientes”. Y son
esos los que construyen porvenir, no los que se rinden.
¿Similitudes con Venezuela? Muchas. A
nuestro estilo. Tropical. Acalorado y sudoroso. Pero tan parecido todo… Con los
mismos ayayayes y uyuyuyes. Allá se les murió Néstor y la heredera no supo
heredar. Aquí también hay un finado. Y un heredero. Y un desastre. Y una
corrupción asquerosa y nauseabunda. Y una persecución a quienes piensen
distinto. Y una infiltración del
narcotráfico. Y una manía medieval de imponer criterios. Y una sistemática destrucción de la economía y del aparato productivo. Y un
despilfarro de los dineros públicos. Y una inflación que se traga todo esfuerzo
de hacer rendir el dinero. Y una sarta de mentiras. Y una desilusión
generalizada. Y una rabia creciente. Y unos jóvenes que sienten que en su país
se oscureció el horizonte. El pasado domingo en Argentina el relato se hizo
pedazos. Se fue por el barranco. La gente tarda, pero se despierta. Y muchos
enchufados sienten que se quedaron como pajarito en rama.
Aquí el relato se está despellejando.
Como una piel expuesta al sol durante horas sin el necesario protector. Y en
Miraflores creen aún que con lecos heridos, y amenazas, y vituperios, e
insolencias y un despliegue de campaña hecha a los realazos van a evitar el
barranco.
En Argentina el domingo pasado hubo
elecciones de medio término. El pueblo habló con votos y fue elocuente. Y pintó
un nuevo futuro. A saber si los políticos de allá sabrán leer el nuevo dibujo.
¿Será que el pueblo venezolano pintará
un nuevo destino el 8 de diciembre o seguirá tragándose las mentiras del
relato? Veremos y contaremos.
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