Luis Ugalde 31
de octubre 2013
Venimos de un pasado de intolerancia.
Al salir de ese largo desierto cualquier charco de agua nos sabe a cielo. Ayer
éramos condenados a cárcel, exilio o muerte, por ser protestantes en un país
católico, o “papistas” en territorio calvinista o anglicano, o carne de gueto y
persecución por ser judíos. Por eso convertimos la tolerancia en bandera de
esperanza, pero… el diccionario dice que la tolerancia consiste en “permitir algo
que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente”, o en “permitir actos
de culto que no son de la religión del Estado”. La intolerancia era un horror y
base para la persecución y el crimen, por lo cual el paso a la tolerancia es un
gran avance: es salir del campo de concentración y la cámara de gas a un
racismo que discrimina, pero tolera.
En el pasado de Venezuela tenemos
menos páginas sangrientas de intolerancia que otras naciones. Por eso resulta
un retroceso deprimente que en pleno siglo XXI ansiemos la tolerancia que no
tenemos. La Constitución bolivariana declara que todos somos iguales ante la
ley y tenemos la misma dignidad; por tanto no es posible que haya gente
meramente tolerada. Pero en la realidad reinan múltiples formas de exclusión, e
incluso se predica la discriminación como un deber revolucionario, pues este es
un país “rojo rojito”: para estos son el empleo, el Poder del Ejecutivo y las
armas; también la benevolencia de los jueces, y la impunidad… Hoy la mayoría
venezolana no simpatiza con el gobierno y por ello es tachada de conspiradora,
agente del imperialismo, golpista, genocida y magnicida. Según el gobierno
tolerar a los “enemigos de la patria” sería debilidad, y discriminarlos es una
virtud y deber “revolucionario”.
En la otra acera también crece la
intolerancia y algunos lamentan no tener la fuerza para barrer a los rojos, a
quienes consideran de inferior calidad; sobre todo si son pobres y de color.
Definidos así los campos y alineados en esa guerra, la intolerancia es inevitable
y para muchos obligatorio su cultivo. Está sembrado el odio. Esta realidad
impide la convivencia y nos incapacita para construir juntos una casa común
próspera y exitosa; para superarla es necesario ir más allá de la tolerancia al
reconocimiento del otro. No se trata de ser tan buenos que toleramos al otro
que no se lo merece, sino de reconocerlo por el mero hecho de ser persona
humana con la misma dignidad y derechos similares que yo, no importa cuál sea
su raza o religión, cuánta su cuenta bancaria y cuál su pensamiento.
Discutiremos sus ideas. Este es el abecé del cristianismo tan predicado y tan
abusado en la política actual por tirios y troyanos. Esta es la base de nuestra
Constitución; sin ella, estamos en dictadura.
Para poder construir juntos la
Venezuela que queremos y necesitamos es imprescindible que los empresarios
deseen e incluyan en el centro de su estrategia empresarial la potenciación de
los pobres para que dejen de serlo y se conviertan en trabajadores de calidad y
ciudadanos de primera. Es también necesario que en el horizonte de los deseos
del pobre y en las esperanzas del trabajador esté una muchedumbre de
emprendedores y la multiplicación de empresas de competencia mundial. Para
construir en paz estos diversos actores socioeconómicos deben jugar en un mismo
equipo y combinarse la pelota para meter goles y derrotar al fracaso. Los
diversos (social, económica, religiosa y políticamente) debemos reconocernos y
llegar a tener un mismo horizonte de oportunidades formativas, productivas y de
disfrute compartido.
Venezuela está en agonía y no es fácil
pasar del fracaso actual al éxito. Solo juntos es posible, y hay que pasar de
la intolerancia al reconocimiento. Por eso cuesta entender que un presidente
repudie cada día a más de la mitad de los venezolanos y necesite para dormir
una dosis diaria de insultos y descalificaciones. Menos entendemos que ahora,
violando los artículos 57 y 58 de la Constitución, salgan con el Cesppa (Centro
Estratégico de Seguridad y Protección de la Patria) que es la reproducción de
la política de seguridad nacional con la que se ensangrentaron las dictaduras
nazis y comunistas y de militares de derecha en América Latina. ¿Cómo es
posible que quienes hace cuarenta años denunciaban esas políticas criminales
hoy las entronicen? La respuesta es que son iguales las dictaduras de derecha y
de izquierda, pues sus armas no son para convencer, sino para imponer, censurar
y silenciar. Los constructores de la paz están en los diversos sectores y
bandos políticos, en todos los que reconocen la dignidad del otro y se hacen
solidarios también de los que no tienen el mismo color político. Esto es mucho
más que tolerancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico