MARÍA DENISSE FANIANOS DE
CAPRILES miércoles 6 de noviembre de 2013
@VzlaEntrelineas
Cuando yo estudiaba periodismo, en mi
querida Universidad Central de Venezuela, mi sueño era ser reportera de guerra
como la periodista italiana Oriana Fallaci. Creo que no hay un libro que haya
disfrutado tanto en mi vida como su Entrevista con la Historia, donde los
principales líderes mundiales le respondían preguntas sobre la guerra y sobre
la paz.
El hecho es que una vez se me ocurrió
decir, frente a una española que vivió la guerra civil, que yo quería ser
reportera de guerra. Ella me miró sorprendida y con cara de gran tristeza me
dijo: "Jovencita, usted no sabe lo que dice". Hoy, a través de mis
líneas, quiero pedir perdón por haber pensado y dicho tremenda insensatez
porque ahora comprendo, en cierta manera, lo que significa vivir en una guerra.
Definitivamente las guerras no deben
existir. Tengo en mi mente la imagen de Juan Pablo II cuando gritaba con todas
sus fuerzas: "¡Más nunca la guerra, más nunca la guerra!". Y es que
él la vivi
ó en carne propia y sabe cuánto sufrimiento padecen quienes están
ahí.
Como dicen que "la lengua es el
castigo del cuerpo" hoy en día estoy viviendo en carne propia, al igual
que muchos otros venezolanos, algo muy parecido a lo que significa vivir en una
guerra. Y como periodista, en esta columna que generosamente me permite tener
El Universal, ¡y que es una ventana al mundo!, reporto lo que estamos viviendo,
lo que estamos sufriendo... casi como en una guerra.
Hoy entiendo, en carne propia, a todas
las personas en la guerra que han perdido a un ser querido por la violencia.
Ahora entiendo a esas madres que uno ve en las películas de guerra quienes
despiden a sus hijos como si fuera la última vez que los van a ver. Así
despedimos aquí las madres a nuestros hijos cada vez que salen. Y en lo que se
van comenzamos a rezar a Dios para que ¡Él! los proteja. Quienes no tenemos
guardaespaldas ni carros blindados vivimos así. ¡Es la realidad! Yo he vivido y
¡llorado! con madres a las que les han matado más de un hijo; con madres a las
que un delincuente ha dejado en una cama, para siempre, al hijo de su corazón.
Y esto no es una película virtual ¡no! Es algo muy real, de carne y hueso.
Hoy entiendo el dolor de los padres en
la guerra cuando llegaban a su casa y no tenían comida para darle a sus hijos.
Cuando vemos las filas de gente marcada en los brazos, como en un campo de
concentración, para comprar un paquete de harina de maíz precocida, entiendo lo
que se sufre en la guerra. Cada vez que veo llegar a mi esposo doblado a la
casa y me dice, con el semblante caído: "no pude conseguir la leche ni la
medicina que me pediste", entiendo lo que sufre un padre en la guerra. Es
en ese momento cuando uno actúa como el actor de la "Vida es Bella" y
comenzamos a echar bromas para "alegrarle" la noche al esposo, aunque
por dentro estemos tragando grueso. Cuando uno esconde como un tesoro los 4
deditos de acetona que nos quedan y le dice a las hijas: "Niñas no se
pueden pintar las uñas sino hasta Navidad", uno entiende lo que se puede
sentir en una guerra.
En estos meses también he pensado
mucho en las españolas que vivieron la guerra civil. Eso me pasa cada vez que
me siento a remendar la ropa de mis 6 hijos, porque con la inflación como está
(supongo que esa es otra característica de la guerra) a uno le alcanza para la
comida, útiles (los pocos que no pudimos reciclar) y medicinas. Entonces a la
ropa, y a todo lo que tengamos en la casa, tenemos que "sacarle el
jugo". Yo, que cosía muy poco, desde hace varios años para acá me he
convertido en una experta remendando todo lo que se rompa, pegando parches a
pantalones, bajando ruedos, etc. La costura me costaba pero la tuve que
aprender y hasta le agarré el gustico. Yo me pregunto: ¿será que esas
maravillosas costureras españolas y portuguesas que llegaron a nuestro país,
con esas manos de "oro", aprendieron a coser en la guerra remendando
la poca ropa que tenía su familia? Creo que esa es una de las pocas cosas
buenas que se pueden aprender en una guerra.
Sólo le pido a Dios, todos los días,
cada hora, cada minuto, que lo que tenga que reportar pronto en mis artículos
cambie de guión. Que pueda escribir sobre desarrollo, eficacia para resolver
los problemas, honestidad en quienes
manejan los recursos de la nación... Que pueda escribir sobre un país donde
brille la verdad, la libertad, la justicia y la paz. A mí me consta que hay
mucha gente rezando, estudiando y trabajando ¡dejando hasta los tuétanos! para
que esto pase (así anden con su ropa remendada).
Por eso no pierdo ni perderé nunca la
esperanza que vendrán tiempos mejores. Que vendrán tiempos donde no tendré que
reportar la injusticia y el dolor. Que vendrán tiempos donde reportaré, con
toda la felicidad de mi alma, la alegría y la paz de todo mi amado pueblo
venezolano. ¡Que Dios y la Santísima Virgen de Coromoto nos ayuden, nos den la
fuerza para seguir adelante y nos protejan de todo mal!
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