Américo Martín 12 de junio de
2014
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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I
En su sombría novela, 1984, George
Orwell observa que la inteligencia, el pasear por el mundo de las ideas, el
simple pensar sin la orden del partido, son actos extremadamente peligrosos y
deben ser extirpados. Así se trate de un solo disidente, esos actos encienden
alarmas y despiertan la cólera del sistema.
El gobierno del Gran Hermano (el amado
jefe totalitario, que para evocar a Stalin, lo adorna Orwell con agresivos
bigotes gruesos) crea Ministerios de nombres cínicos: el de la Verdad, el de la
Paz, el del Amor, el de la Abundancia. Mienten desvergonzadamente sin que nadie
se atreva a denunciarlo.
Del Ministerio de La Verdad depende la
Policía del Pensamiento, cuya misión consiste en castrar hasta el último
vestigio de divergencia o descontento. No se trata sólo de imponer la dictadura
absoluta, sino también de extenderla a la intimidad de cada persona. El objeto
de semejante operación es reconciliar al perseguido con su perseguidor de modo
que el azotado bese el látigo que lo castiga. No es suficiente que se resigne a
la tortura, no. Es preciso que la desee y se derrita de amor hasta las lágrimas
por el Gran Autócrata. La diferencia con las dictaduras clásicas, aún las más
crueles es clara: éstas se limitan a arremeter contra la disidencia, a acabar
con las libertades, encarcelar y torturar. La totalitaria va por más. Invade el
fuero interno de cada uno. El sadismo, el sadomasoquismo, la eliminación del
ser humano, de su dignidad, de su respeto propio. Para mejor lograrlo se
ensañan contra los socialmente más vulnerables: niños, los adolescentes. De
allí la imposición del pensamiento único en la educación. Falsean la verdad,
predican el olvido, rehacen el pasado para conformarlo al cambiante interés del
autócrata. El totalitarismo es el olvido y la democracia, la memoria. Memoria
contra Olvido.
El Ministerio de la Verdad, con su
policía del Pensamiento, adultera el pasado. Quien ayer fue fiel al jefe eterno
y luego disintió, será implacablemente borrado en reediciones actualizadas.
II
Esas prácticas se multiplican en
Venezuela, a medida que el gobierno entra en crisis. La angustia frente a los
líderes de oposición, a los intelectuales, a quienes –como los estudiantes- se
relacionan con la cultura y se sienten con derecho a expresarse libremente, se
resuelve en un amasijo de pánico, odio, desesperación y maldad.
No los persiguen porque sean
privilegiados o algo así. Lo hacen porque se sienten descubiertos en sus
análisis. No son fáciles de engañar con estallidos contra fantasiosos golpes o
magnicidios. Les irrita cuando la gente de pensamiento, lejos de molestarse
hace de esas acusaciones fantasmagóricas objeto de befa.
Esta masa informe de complejos y
pánicos se revela en los bárbaros atropellos contra los estudiantes y en el
zarpazo y la calumnia contra líderes de la oposición que, por lo demás, no se
asustan. Una vez conformada en el régimen la tendencia más fanatizada y
fascista, se cerró para el presidente Maduro el instrumento del diálogo y
cualquier forma de flexibilidad o tolerancia hacia la disidencia democrática.
Comoquiera que la reiteración latosa,
aburrida y sin pruebas de magnicidios, terrorismo y golpes no convence a nadie,
el fundamentalismo oficial –en la incapacidad de retroceder hacia la reflexión
y el diálogo- grita más duro, promete más pruebas, insiste en la falacia. Pero
esta vez proporciona nombres con el fin de revestirla con algo reconocible.
Machado, Salas Romer, Arria, Tarre son conocidos. Al difamarlos, esperan
respuestas irracionales que les permitan patear el diálogo y acusar, con espuma
en la boca, a la otra parte de negarse a conversar.
Se han propuesto sacarle el jugo al
pobre parapeto que llaman Poder Judicial, incluido el Ministerio Público. Pero
son tan disparatados que desacreditan a los tribunales que supuestamente les
servirían para vestir de legalidad el zarpazo. Maduro ya condenó por magnicidas
a sus acusados. Diosdado (odios dados, por mejor decir) ordenó a Teodoro
Petkoff presentarse cada semana al dócil tribunal a sabiendas de sus
padecimientos. Sus médicos han certificado lo que Diosdado sabe pero por
ruindad finge ignorarlo. Afotunadamente Teodoro tiene lo que a aquel le falta:
moral, rectitud, valor físico.
III
¿Deben presentarse o no los acusados
al tribunal que tiene pre-elaborada la sentencia? Ese debate tiene antecedentes
remotos. Las decisiones que tomen los afectados son respetables, ambas.
Entiendo que María Corina se presentará, confiada en que el impacto del desmán
se devolverá con fuerza sobre un gobierno débil y desasistido de la razón y la
verdad. Es un noble gesto que nadie puede criticar. Pero será igualmente válido
que Salas Romer o Diego Arria o Tarre, desconfiando del tribunal que los oirá,
opten por denunciar el hecho en todos los países, sin ponerse en manos de
quienes los tratarán de humillar.
Machado y López son figuras de alto
perfil actualmente. Pueden apoyarse en su gran nombradía para hacer un gesto de
resonancia mundial. Nada sugiero pero lo comprendo. Salas, Arria y Tarre no
tienen en este instante tal colocación y no tendrían por qué aceptar el vejamen
que probablemente les preparan.
Ese dilema se le planteó a los
bolcheviques rusos en la víspera de la revolución. Se libró una orden de
detención contra Lenin. ¿Qué hacer? ¿Convertirla en publicidad revolucionaria?
Varios recomendaron esa salida. Lenin
los paró en seco.
– Yo no confío en esa “justicia”. No
me presentaré.
Salas, Arria, etc están en las
antípodas de Lenin, pero desconfiar de un juez cuestionado es muy razonable.
Más en nuestra atormentada Venezuela, invadida como está por el escarnio y la
venganza.
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