PAULINA GAMUS 30 JUN 2014
Una epístola pretende
descalificar a Nicolás Maduro como carente de liderazgo e indigno del legado de
Hugo Chávez
El título del bolero de Manuel
Alejandro que hizo famoso Raphael y que interpretaron otros grandes de la
canción romántica, viene al pelo en un país en que el género epistolar comienza
a tener peso y protagonismo como nunca antes en los últimos quince años. Me
atrevería, asumiendo el riesgo de la inexactitud, a prolongar ese lapso hasta
toda la era democrática de Venezuela 1958-1998. En los comienzos de esas cuatro
décadas las cartas eran manuscritas o redactadas con máquinas de escribir
manuales primero y luego eléctricas. Como el servicio de correos venezolano
nunca fue un ejemplo de eficiencia y puntualidad, había que tener la precaución
de entregarlas en mano si es que la misiva en cuestión tenía una importancia
capital. El correo electrónico fue la tabla de salvación: se podía amar,
detestar, odiar, pedir matrimonio o su disolución, iniciar o cortar una
relación de amistad, opinar, chismear, negociar, mentir y hasta estafar con
solo un correo electrónico. Las cartas, lo que se llaman cartas, dejaron de
tener distinción y estilo. Nunca sería lo mismo emailear si es que el
barbarismo se admite, la inmediatez del correo electrónico le restó
personalidad y glamour a la epistolografía.
Durante la égida chavista se pusieron
de moda las cartas abiertas que dirigentes de la oposición o simples ciudadanos
enviaban al comandante en jefe, a sus ministros y a otros funcionarios. En
realidad eran actos de catarsis o desahogo porque jamás, que se sepa, alguno de
los receptores acusó el más mínimo recibo. Recordemos que una de las citas más
manoseadas por el difunto fue “aquila non capit muscas”, por lo que siendo
moscas todos quienes adversábamos al caudillo inmortal, su manera de
aplastarnos con un manotazo era ignorarnos. Viajó Hugo Chávez a la eternidad
sin boleto de retorno y dejó como heredero de su magna obra a Nicolás Maduro.
Casi de inmediato a éste le llovieron cartas abiertas de sindicatos, gremios
profesionales, empresarios, presos políticos, familiares de los presos, ONG y
un sinfín de instituciones e individualidades. Todos en reclamo de sus derechos
y con petición de buscar soluciones al desastre de hospitales, cárceles,
servicios públicos, injusta administración de la justicia, violaciones de los
derechos humanos, escasez de medicinas, sequía de divisas para la importación
de lo más elemental y todos los etcéteras derivados del país en ruinas que
recibió como herencia el hijo putativo.
Aunque este nuevo presidente era mucho
menos águila que el de cujus, siguió con la práctica de ignorar las epístolas
de las moscas. En el habla popular venezolana pistola no es solamente el arma
que usan los delincuentes vernáculos para asesinar cada semana entre 150 y 200
personas, sino también una manera de descalificar a otro por tonto o insignificante.
Suponemos que cada vez que alguien le anunciaba a Nicolás Maduro que había
recibido una epístola de las que ya hemos hablado, él desde su vasta cultura
respondía ¿Y quién es el pistola esta vez?
Pero, “a veces llegan cartas con sabor
amargo, con sabor a lágrimas, a veces llegan cartas con olor a espinas que no
son románticas…… a veces llegan cartas que te hieren dentro de tu alma”. Así,
casi como un plagio del bolero de Manuel Alejandro, fue la carta pública que le
movió el piso no solo al heredero del desaparecido líder sino a todo su
tinglado revolucionario y político partidista. Un tipo extraño, de mirada
malévola y sonrisa burlona, llorón cuando Chávez lo desechaba y más llorón
cuando lo recogía, un marxista-leninista-estalinista que diseñó a conciencia
durante tres lustros, la destrucción de la economía venezolana, un fanático que
con sus consejos al líder transformó una próspera nación petrolera en un remedo
de Haití o de cualquier miserable país africano, un sujeto que no tuvo empacho
en decir en una reunión de gabinete, que la revolución necesitaba tener muchos
pobres para sostenerse; ese espécimen fue quien escribió la carta abierta más
abiertamente revulsiva de todas las que se hayan escrito en estos últimos
quince años.
La epístola que pretende descalificar
a Maduro como carente de liderazgo e indigno del legado de Chávez, es además la
confesión descarnada de todos los delitos que el finado presidente comandante y
su entorno cometieron para sostenerse en el poder y la complicidad del
remitente con el robo descarado de 20.000 millones de dólares que se perpetró
con la tramitación de divisas. Lo sabía, siempre lo supo, lo denuncia en la
carta pero se cuida de identificar a los culpables.
¿Habría escrito esa carta Jorge
Giordani si no lo destituyen? ¡Jamás! Henrique Capriles acuñó en su campaña
electoral de abril de 2013, el calificativo de enchufados para aquellos que se
han aprovechado indebidamente y se han lucrado con el ejercicio del poder
gracias al socialismo del siglo XXI. Chávez los destituía, los humillaba pero
ellos permanecían en silencio e incrementaban su servilismo y adulación. Sabían
que el comandante era experto en reciclar desechos sólidos. Botados de un cargo
aceptaban cualquier otro del nivel que fuese con tal de seguir en la movida. La
vez Chávez botó a Jorge Giordani, dijeron los cercanos que el hombre entró en
profunda depresión y se encerró en su casa sin dejarse ver por nadie hasta que
el ídolo lo llamó de nuevo para que continuara con su plan de liquidar la
iniciativa privada, sustituir la producción nacional por economía de puertos,
expropiar empresas productivas para transformarlas en chatarra, cerrar casas de
bolsa y hacer presos a sus directivos para que el dólar negro se elevara a la
estratosfera y se incrementaran los negociados ilegales. En fin, hacer todo lo
necesario para que floreciera el enriquecimiento corrupto de unas cuantos y el
país quedara en la miseria, endeudado con medio mundo y sin divisas para
importar los insumos más indispensables.
Esta vez Giordani no permaneció mudo
como aquella cuando Chávez lo marginó, sabía que tarde o temprano el hombre al
que mareó con su marxismo trasnochado lo llamaría de nuevo. Escribió y publicó
la carta con sabor a espinas para que hiriera a Maduro dentro del alma, porque
intuyó que su destitución del cargo de ministro de Planificación, directivo del
Banco Central de Venezuela y de la petrolera estatal PDVSA, era definitiva.
Pretendió darle a su destitución un barniz ideológico —la revolución herida por
la contrarrevolución— cuando la verdadera causa es que Maduro debe elegir entre
salvar su pellejo o continuar por el despeñadero socialista de factura cubano castrista.
¿Salva el pellejo Maduro con la salida de Giordani? ¿Ha sido el llamado “monje
loco”, el único responsable del tsunami revolucionario que ha sumido a
Venezuela en la inopia? Esta historia apenas comienza.
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