Por P. Juan José
Paniagua 28 de febrero de 2015
Evangelio: Mateo
5,43-48
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu
prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros
enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre
que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la
lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio
tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a
vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también
los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es
perfecto”.
Reflexión:
Probablemente
todos los que me escuchan y yo también hemos recibido el sacramento del Bautismo, pero sabemos también que el
sacramento y la fe que hemos recibido de
nuestros padres es sólo el comienzo de
la vida cristiana.
No
basta que llevemos el cartelito en el pecho
de ser católicos o hijos de Dios. Hay acciones concretas que nos
identifican como tales y hoy Jesús va a señalar alguna de estas actitudes, las
más importantes. Y nos va a decir: “Amarás a tus enemigos, harás el bien a los que te aborrecen, rezarás por los
que te persiguen y hablan mal de ti”.
Quizás
alguno dirá: “Oye, pero yo no tengo
enemigos”. Pero, ¿cómo eres con la persona que no
te simpatiza, con el que te cae mal, con el que es a veces medio
insoportable, con el que alguna vez
tuviste algún roce o discusión?, ¿cómo
eres con ellos?
Obviamente
no hay que vengarse, ni devolver mal con
el mal. Pero Jesús nos va a elevar más la exigencia el día de hoy. También hay
que amar a esas personas, hay que rezar por ellas, hay que buscar su bien. Sino, ¿qué nos diferenciaría
de los malos o de las personas que no creen en Jesucristo?, ¿no nos portaríamos
también como paganos?
Amar
al enemigo es buscar también su salvación y eso sólo se logra si podemos amar
como Dios nos ama. Por eso Jesús nos
dice el día de hoy: “Sean perfectos como
el Padre es perfecto”. Ser perfecto no
significa no equivocarse, eso sería un
imposible. La perfección cristiana se mide por la capacidad de amar. No basta
con decir: “yo no tengo enemigos”. Y luego permanecer indiferentes con las
personas que Dios pone en nuestro camino.
No
basta con no hacerle mal a los otros, hay que hacer mucho bien, incluso al que
pareciera que no lo mereciera. Si en
algo tenemos que sobresalir los cristianos, debe ser en la caridad con el
prójimo. Ése es nuestro verdadero carnet de identidad.
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