Carlos Blanco 24 de abril de 2015
No es cierto que las medidas de Obama en
contra de los funcionarios acusados de violar los derechos humanos favorezcan a
Maduro. Lo que ha recibido el régimen es un mazazo estratégico, aunque haya
obtenido aparentes victorias tácticas. Los funcionarios hoy saben que violar
los derechos humanos, así como la complicidad o benevolencia con el
narcotráfico, el terrorismo y la corrupción, no solo les impide volar a
Disneyworld sino que los coloca en riesgo de aprehensión en cualquier lugar del
planeta.
La bulla madurista y antimperialista es
flor de un día; no porque América Latina no tenga agravios históricos por parte
de Estados Unidos, sino porque precisamente el proyectado fin del embargo a
Cuba –con todos los pasos previos actuales– es parte del ajuste de cuentas
entre la región y Washington; es el símbolo del cambio definitivo del garrote o
“hardpower” por el “softpower” (Joseph Nye, Harvard) en estos territorios. Pero
no debe haber confusión, los países progresivamente están comprometidos en la
defensa universal de determinados valores y principios, dentro de los cuales
los derechos humanos, la lucha contra el narcotráfico, la corrupción y el
terrorismo adquieren carácter global. Las sanciones entran dentro de estos
nuevos rumbos. Una vez que pase el cuento de las firmas (planas, forjadas,
obligadas) quedará que un grupo de funcionarios no podrá ver a Mickey Mouse ni
comprar en Bloomingdale, pero tampoco en El Corte Inglés ni en Harrods. Mientras
tanto, 26 expresidentes, representativos de una porción significativa de la
opinión pública continental, también sancionan el régimen venezolano.
Detrás de la alharaca queda un personaje
patético que, sin sonrojarse, declara que desde hace dos años le pide a Obama
que lo reciba y este ni le hace caso; tiene que atravesársele en un pasillo
para luego contar una historia inverosímil, cuya respuesta no es otra que: “Mr
Maduro, you have to respect human rights and release political prisoners… y
después hablamos; permiso que tengo que ir a orinar”.
La solidaridad con el régimen venezolano
no es tal; nótese que los países prefirieron criticar a Estados Unidos antes
que apoyar a un régimen que viola los derechos humanos. No es una sutileza.
Ahora vienen la gasolina, el Esequibo y
el descontento sobre este tema en los militares, la entrega de las reservas de
oro, el clamor por la libertad de los presos políticos, la escasez, la
inflación, el crimen, los “tenores de Washington” y la descomposición interna
del régimen. Maduro no puede manejar esto. Es que ni sabe, ni quiere ni lo
dejan. Tal vez sea él quien implore ahora por “la salida”…
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