Fernando Mires 01 de mayo de 2015
Para que no se me enreden los dedos voy
a escribir Olga K en vez de Olga Krnjasky.Y voy a escribir un artículo sobre un
artículo suyo: El de Olga, un artículo-estampida. Uno de esos que salen
disparados desde el alma y se reproducen como conejos al interior de las redes.
¿Por qué lo haré? Porque creo que el suyo es un artículo que lleva a pensar más
allá del artículo. Si no fuera así solo me limitaría a recomendarlo. Por eso,
más que escribir sobre, voy a escribir a propósito del artículo de Olga K
titulado “A los chavistas que están aquí y a los opositores que se fueron”.
El primer punto al cual me voy a referir
tiene que ver con el aquí y el allá de lo político. Un aquí y un allá que hace
referencia a la localización de lo político y que me hizo recordar
automáticamente una tesis de Hannah Arendt. La política, decía ella, ha de
tener lugar siempre en el aquí y en el ahora.
Aquí y ahora significa practicar la
política en un espacio y en un tiempo determinado. Arendt pensaba evidentemente
en la polis griega. El debate político que tenía lugar en el ágora no se
refería a temas abstractos, sino al aquí y al ahora de la vida ciudadana.
¿Hemos de declarar la guerra a los espartanos después que se unieron a los
persas? ¿Hemos de permitir que Sócrates vague por las calles sembrando dudas
entre los más jóvenes? ¿Hemos de permitir que la populista Aspasia (esposa de
Pericles) quiera controlar a todos los asuntos de la ciudad?
La política es existencial; es “cosa
viva”; no puede ser jamás separada de sus coordenadas de tiempo y lugar. La
política, en síntesis, “se hace”.
Pero una cosa es hacer a la política y
otro –este fue el punto que faltó precisar a mi estimada Olga K- es opinar
sobre política, ya sea de modo oral o escrito, sobre cualquier país del mundo.
Lo digo, pues a través de una primera lectura, pareciera que Olga K niega a los
venezolanos que se han ido la posibilidad de emitir opiniones sobre la política
de su nación.
Por supuesto, nadie puede –en sentido
estricto- hacer política desde fuera de su país, pero desde fuera sí se puede
opinar sobre política tan bien o a veces mejor que desde dentro.
Yo mismo he escrito muchos artículos
sobre Bolivia, Chile, Cuba, España, Venezuela e incluso sobre Rusia, a pesar de
que desde hace más de veinte años nadie me ha visto cerca del Kremlin.
Estimo incluso que para un analista
político, analizar la política interna de diversos países no solo es un
derecho; es, además, un deber. Mas, al opinar, estoy conciente de que cuando
escribo sobre los países nombrados, no estoy haciendo política. Por lo tanto,
si Olga hubiera hecho la obvia distinción entre el hacer y el opinar –tal vez
por obvia no la hizo- habría evitado algunos injustos ataques a su persona.
Opinar sobre política desde el exilio o
destierro o simplemente desde otro país, es un derecho, y en mi caso, un deber
profesional. Hacer, o creer que se hace política desde fuera, es una estupidez.
Lo sé por experiencia.
¿Deberé recordar el tiempo del exilio
chileno cuando algunos que ni siquiera habían rozado la superficie política te
querían dar lecciones sobre lucha armada? Muchos, evidentemente, hablaban desde
la voz de su propia e injustificada culpa. Por el contrario, quienes de verdad
nos habíamos metido hasta el cuello en esa terrible historia, sabíamos que
hacer política desde fuera es casi siempre una imposibilidad. Por eso solo nos
limitábamos a opinar. Amigos cubanos me han contado historias parecidas sobre
la tragedia de su propio exilio.
En el caso venezolano he sabido de
algunos que desde fuera del país llaman a no votar y a morir en las calles. Una
segunda lectura más detenida del texto de Olga muestra que a esos y no a otros
van dirigidos los dardos de Olga K. Y con razón. Más todavía si se tiene en
cuenta que la gran mayoría de los venezolanos que se han ido de su país no son,
en el exacto sentido del término, refugiados políticos.
La segunda parte del artículo de Olka K
donde se dirige directamente a los chavistas descontentos es, según mi opinión,
la más interesante. En lugar de saludar algunos llamados que estos
chavistas arrepentidos han hecho a no
votar en las próximas elecciones, Olga los desafía a tomar posiciones definidas,
exigiéndoles que asuman su responsabilidad con el desastre que vive la nación.
En ese punto Olga se distancia de dos posiciones predominantes en el seno de la
oposición. Una es la de insultar a los ex -chavistas desde el altar moral de
una pureza absolutamente injustificada. La otra es la de tratarlos con cuidado
para que no se vayan a asustar y vuelvan al redil. Ni lo uno ni lo otro. Olga
los toma en serio como entes políticos y los llama a debatir públicamente sus
posiciones.
En cierto modo, pese a la emocionalidad
con la cual escribe, el espíritu que mueve el artículo de Olga K es,
objetivamente visto, más unitario que divisionista. Pero en contraste con la
unidad por la unidad proclamada por algunos candorosos de la política, Olga
llama a practicar una unidad entre distintos, manteniendo las diferencias, pero
en función de una convergencia que ponga fin, electoralmente, al gobierno de
Maduro. Por lo mismo, Olga no les habla a los ex chavistas desde una oposición
indiferenciada sino desde una oposición dividida, reconociéndose ella, a sí
misma, como un miembro de solo una parte y exponiendo si tapujos, y de modo muy
radical, sus diferencias con la otra parte de la oposición. En cierto modo, en
su mensaje a los chavistas arrepentidos, ella llama, menos que a una unidad, a
una alianza en contra de un enemigo común.
La diferencia entre unidad y alianza es
fundamental. En la unidad desaparecen las diferencias, en una alianza son
mantenidas. Más aún, ellas son una condición de la alianza. ¿Cómo podría haber
una alianza sin posiciones diferentes?
Sin sistematizar el contexto político
venezolano, queda claro, a través de su llamado a los chavistas arrepentidos,
que Olga ha dicho una verdad del tamaño de una catedral, pero a la vez, una
verdad que nadie quiere aceptar:
En la Venezuela de hoy no hay una lucha
entre dos posiciones, como quieren creer la mayoría de los observadores
internacionales. Hay un chavismo duro, hay un chavismo potencialmente
disidente, hay una posición democrática y electoral representada por la MUD y
hay un radicalismo opositor anti-MUD –el que según Olga K comparte afinidades
culturales con el chavismo- que se hace presente con virulencia dentro de la
propia MUD.
Cuando Maduro ya no esté más en el
gobierno, esas cuatro posiciones se separarán entre sí e iniciarán una lucha
cuyos alcances son por el momento impredecibles. Es decir, después de mucho
tiempo, volverá a aparecer la política con todas las pendencias y antagonismos
que siempre la acompañan. En buena hora.
El llamado de Olga K va destinado a que
se reconozcan, no después, sino aquí y ahora, y de una vez por todas, esas
diferencias, tanto las internas como las externas. En ese punto creo que ella
tiene razón: Sin diferencias no hay política y sin política no hay democracia.
Las diferencias son la sal de la política.
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