Por José Domingo Blanco, 01/05/2014
Hace algún tiempo, hubo un comentarista deportivo –cuyo nombre no
recuerdo- que cuando el pelotero iniciaba bien y luego se ponchaba de manera
vergonzosa, decía una frase que siempre me pareció grandilocuente: “de lo
sublime a lo ridículo”. Y recordé al comentarista y su frase porque vi un video
de la visita que John F. Kennedy hiciera a Venezuela en diciembre de 1961. Por
supuesto, imágenes de una Venezuela cauta y moderada, que daba pasos hacia la
prosperidad y el progreso. Un país democráticamente naciente, con grandes
riquezas, para envidia del resto del continente que, con el transcurrir de los
años, pasó de lo sublime a lo ridículo, para infortunio de quienes la aman y
bendición de quienes la roban.
¿Hacia dónde nos perfilábamos y en dónde caímos? Teníamos la materia
prima para ser una gran potencia; existían las ideas, los proyectos, los
recursos y las ganas. Pero también, existían los corruptos, los ladrones de
cuello blanco, los de maletín y los oportunistas. Avanzábamos hacia el
progreso, pero tomados de la mano con la ambición. Y derivamos, luego de años
de malos gobiernos, en algo mucho peor: nuestra historia reciente, esta, la de
los últimos cinco lustros ha logrado cifras récord en corrupción, pobreza y
retroceso, para llegar “a pasos agigantados” –como bien rezaba su slogan- a la
destrucción total de un país.
Sin embargo, es alarmante comprobar que en Venezuela coexisten dos
realidades antípodas. Completamente extremas. Por un lado estamos los que
vivimos una pesadilla: el epítome de la miseria, la descomposición moral,
económica y social. Y en el otro –donde se encuentra la gente muy afecta al
desgobierno- Disneylandia: felicidad, prosperidad y bonanza, generada por unos
pseudo líderes ineptos, mediocres promovidos; pero, que a juicio de quienes les
siguen, han hecho todo a la perfección. A propósito del Día del Trabajador
entrevisté al diputado del Psuv, Oswaldo Vera, y a la sindicalista de Únete,
Marcela Máspero. No hubo, en lo absoluto, un punto de coincidencia. Fue como
tener delante de mí, dos países distintos, dos realidades opuestas: el país de
Vera, donde todo funciona, todo es bueno y todo sirve. Y el país de Máspero,
donde la injusticia, la escasez y la matraca son el orden del día.
Llamó poderosamente mi atención un correo que me escribió una lectora,
a propósito de mi artículo “A más votos, más minoría”, para describir su
realidad, que es la de muchos venezolanos opositores a este régimen; pero, que
viven inmersos dentro de esos sectores donde el virus llamado
chavismo-madurismo-comunismo, infecta a más venezolanos y por qué esto “pica y
se extiende”. Comparto con ustedes sus líneas:
“Le escribo para informarle, si acaso no lo sabe, cómo es la vida en el
oeste de Caracas, específicamente en el sector Capuchinos, lugar donde resido,
y darle mi humilde opinión en relación a todo lo que está sucediendo. Una
visión general.
En mi opinión, no saldremos de esto. Pienso que los egresados de las
universidades creadas por el gobierno no van a perder lo que lograron; y, de
cambiar esto, no se someterían a una reválida simplemente porque la mayoría no
sabe nada. Compare a un abogado de la Central con uno de la Bolivariana; eso,
por una parte. Por otra, la cantidad de empleados públicos apegados a su quince
y último que, aunque estén descontentos, seguirán votando por el régimen para
no perder su cambur, y siempre tendrán como ejemplo a nosotros, los despedidos
de Pdvsa. A ellos, mensualmente, les colocan un Mercal donde les venden un
combo por 700 bolívares (dos aceites, dos mantequillas, 4 arroces, 4 pastas, un
pollo y una leche) ¿se preocupan por comida?
Mingo, en los barrios hay comida. Me ha tocado, a veces, comprar en El
Guarataro: me visto con una coraza y hago mi cola. Allí hay carne, pollo, leche…
en Pinto Salinas, hay Mercales dotados. En el Mercal de La Morán, igual. Y no
te quiero contar en el 23 de Enero: tienen de todo. Con cola, pero de todo. El
gobierno hizo muy bien su trabajo; por eso es que la gente no sale a la calle,
los pobres tienen comida en su barrio y los ricos consiguen en el Automercado
La Muralla de La Lagunita, y en otros, su comida cara que pueden pagar.
Quedamos los del medio, opositores, que damos trancazos para conseguir comida,
que lloramos a diario por la situación, que nos deprimimos y a veces
enfermamos.
Otro fenómeno es la descomposición social del venezolano. ¿Qué será del
país con esa cantidad de adolescentes que a los quince años tienen ya dos
niños? Es algo tan espantoso vivir en el Oeste: Mingo, la gente escupe en la
calle, en el Metro, en los automercados. Recuerda que por aquí hay muchos
edificios de la Misión Vivienda. Ir al Unicasa de Capuchinos es una travesía de
gente horrible. Vas con miedo. Y en esas colas ves gorras rojas, ojos de
Chávez, en fin. La gente te empuja en la calle, y no te quiero contar lo que es
montarse en una camioneta, lo que representa un peligro inminente. Y la gente
feliz.
Entonces, ¿cómo Capriles, Ismael García, nos piden que votemos? ¿A
quién apoyamos si la oposición no sirve para nada? Es increíble el efecto
rechazo que produce Chúo Torrealba. Yo, particularmente, pienso que el gobierno
está fuerte, agarrando espacios, dictando medidas. Todo el tiempo escuchamos
que Maduro esta caído, que esto pasa… no soy político, ni analista; pero mi
percepción y la de muchos es que esto se jodió y se queda así.
La propaganda del gobierno es bestial. Tú pasas por El Calvario y dos
ojos de Chávez iluminan el espacio que te da miedo.
Habla en tu programa de esto: del Oeste de Caracas, de la inmundicia
que lo carcome ante la mirada feliz de algunos. Esto sigue amigo y se
consolida. Clara”.
Luego de leer las palabras de Clara, quien le hizo honor a su nombre,
no me quedan dudas de que nuestro país transita de lo sublime a lo ridículo. Y
costará mucho, revertir ese efecto.
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