RAFAEL LUCIANI sábado 6 de junio de 2015
En contextos como los nuestros, donde se
viven sendos procesos de deshumanización es imperativo, incluso por sanidad
mental, encontrar y dar razones para vivir como hermanos. En este sentido, el
papa Francisco ha hablado de la necesidad de reconstruir la «mística del vivir
juntos» (Evangelii Gaudium, 87). De otro modo, el peso diario de la
realidad nos irá consumiendo lentamente hasta no reconocernos más como
individuos capaces de humanidad y de bondad.
Es cierto que el agobio cotidiano asfixia la esperanza en el porvenir. Sin embargo, es en ese momento cuando debemos recordar que siempre estamos llamados a «dar razones de nuestra esperanza» (1Pe 3,15). Ciertamente no es algo fácil porque exige una apuesta personal, el querer cambiar las condiciones en las que vivimos, arriesgarnos a mirar la realidad desde otra perspectiva y entender que sí tenemos la capacidad para transformar nuestro entorno. El mayor triunfo de un victimario es lograr que los demás pierdan la esperanza y hacer creer que las cosas no pueden cambiar.
Pero los cambios no surgen exnihilo. Siempre han de ser construidos. Son opciones. Y en nuestro caso esto significa, hoy más que nunca, recuperar la puesta en práctica de dos actitudes básicas que nos caracterizaron como sociedad moderna, pero que hemos olvidado: la «inclusión social» y la «acogida fraterna». En Venezuela se llegó a vivir aquello que la comunidad de Mateo expresó metafóricamente al decir: «era forastero y me hospedaste» (Mt 25,35), pues no existía distinción de origen ni de raza, y mucho menos de ideología. La inclusión pasa por sanar el modo cómo nos hablamos y tratamos los unos a los otros, por recuperar ese talante perdido de gran familia venezolana (Lc 8,19-21) en la que todos podemos ser acogidos y disfrutar del mismo banquete (Lc 24,30-31).
La praxis de Jesús es inspiración para los que creemos que sí es posible un cambio que devuelva humanidad a nuestras vidas. Entre los criterios que inspiraron a Jesús podemos mencionar cuatro: la práctica de la no violencia (Mt 5,9), la lucha en favor de la justicia (Mt 5,10), la opción por el bien del pobre y de la víctima (Lc 6,20), el cuidado del enfermo y del débil (Lc 7,21). Estos criterios, aun cuando puedan parecer utópicos, nos ayudan a reconocer cuán mal estamos como sociedad. Exponen el deterioro moral en el que vivimos, a veces cómplices por acción u omisión. Cada uno de ellos nos confronta con un modo de actuar concreto cuyo objetivo es salvaguardar la vida y vivirla con abundancia.
Puestos en contexto sociopolítico, estos criterios revelan cuán alejadas están las políticas públicas actuales de los dramas que viven las mayorías del país, pues no hacen más que promover una subcultura de la escasez, en la cual la falta de paz nos seguirá arrastrando hacia la violencia, la falta de justicia hacia la impunidad, la falta de bienestar hacia una pobreza cada vez mayor, y la escasez de alimentos y medicinas a la desnutrición y la muerte de muchos. ¿Queremos, pues, que «esta tierra sea como el cielo» (Mt 6,10) y que exista«pan para todos» (Mt 6,11; Lc 9,17), sin escasez alguna? Hay que optar.
Es cierto que el agobio cotidiano asfixia la esperanza en el porvenir. Sin embargo, es en ese momento cuando debemos recordar que siempre estamos llamados a «dar razones de nuestra esperanza» (1Pe 3,15). Ciertamente no es algo fácil porque exige una apuesta personal, el querer cambiar las condiciones en las que vivimos, arriesgarnos a mirar la realidad desde otra perspectiva y entender que sí tenemos la capacidad para transformar nuestro entorno. El mayor triunfo de un victimario es lograr que los demás pierdan la esperanza y hacer creer que las cosas no pueden cambiar.
Pero los cambios no surgen exnihilo. Siempre han de ser construidos. Son opciones. Y en nuestro caso esto significa, hoy más que nunca, recuperar la puesta en práctica de dos actitudes básicas que nos caracterizaron como sociedad moderna, pero que hemos olvidado: la «inclusión social» y la «acogida fraterna». En Venezuela se llegó a vivir aquello que la comunidad de Mateo expresó metafóricamente al decir: «era forastero y me hospedaste» (Mt 25,35), pues no existía distinción de origen ni de raza, y mucho menos de ideología. La inclusión pasa por sanar el modo cómo nos hablamos y tratamos los unos a los otros, por recuperar ese talante perdido de gran familia venezolana (Lc 8,19-21) en la que todos podemos ser acogidos y disfrutar del mismo banquete (Lc 24,30-31).
La praxis de Jesús es inspiración para los que creemos que sí es posible un cambio que devuelva humanidad a nuestras vidas. Entre los criterios que inspiraron a Jesús podemos mencionar cuatro: la práctica de la no violencia (Mt 5,9), la lucha en favor de la justicia (Mt 5,10), la opción por el bien del pobre y de la víctima (Lc 6,20), el cuidado del enfermo y del débil (Lc 7,21). Estos criterios, aun cuando puedan parecer utópicos, nos ayudan a reconocer cuán mal estamos como sociedad. Exponen el deterioro moral en el que vivimos, a veces cómplices por acción u omisión. Cada uno de ellos nos confronta con un modo de actuar concreto cuyo objetivo es salvaguardar la vida y vivirla con abundancia.
Puestos en contexto sociopolítico, estos criterios revelan cuán alejadas están las políticas públicas actuales de los dramas que viven las mayorías del país, pues no hacen más que promover una subcultura de la escasez, en la cual la falta de paz nos seguirá arrastrando hacia la violencia, la falta de justicia hacia la impunidad, la falta de bienestar hacia una pobreza cada vez mayor, y la escasez de alimentos y medicinas a la desnutrición y la muerte de muchos. ¿Queremos, pues, que «esta tierra sea como el cielo» (Mt 6,10) y que exista«pan para todos» (Mt 6,11; Lc 9,17), sin escasez alguna? Hay que optar.
Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico