Fernando Mires 11 de julio de 2015
Pasado el momento de la primera
impresión -una mezcla de perplejidad, indignación, asombro y de ese inevitable
sentimiento que llamamos “vergüenza ajena”- tenía que llegar el momento de la
reflexión. ¿Qué habrá pasado por la cabeza de Evo Morales al regalar al Papa
Francisco ese adefesio con la cruz, el martillo y el Cristo crucificado?
Más allá de que el absurdo objeto haya
sido producto de la mente atormentada de un mártir, el sacerdote español Luis
Espinal –quien en su desesperación no talló el objeto para que fuera obsequiado
al Papa- el hecho es que si Evo Morales decidió usarlo como regalo fue porque
pensó que el objeto tenía un alto valor simbólico. Ahí justamente yace la
pregunta del problema. ¿Dónde reside para Evo Morales el valor simbólico de la
hoz y el martillo con una minimizada crucifixión en un mango? Creo que
justamente a partir de esa pregunta podría comenzar nuestra interpretación.
1.
Símbolos y símbolos
Evidentemente se trata de un objeto que
contiene dos símbolos: en una dimensión grande, la hoz y el martillo de los
comunistas y en una dimensión mucho más pequeña, el símbolo de los cristianos.
Queda claro entonces que en el objeto, la hoz y el martillo dominan por sobre
la crucifixión pues la hoz y el martillo no forman parte de la crucifixión sino
esta última es la que aparece integrada en el símbolo del comunismo.
La fusión de los dos símbolos
corresponde, es lo primero que salta a la vista, a un deseo de Evo. El poder
del Papa abarca en el extraño objeto una parte diminuta. El poder de Evo, en
cambio, es la parte más grande: la verdadera religión: el poder terrenal por
sobre el poder espiritual.
Para muchos cristianos, una inaceptable
blasfemia. La hoz y el martillo no es ni siquiera el símbolo de los
socialistas. Es el de una ideología nacional surgida de un proyecto de poder
basado en la imaginaria alianza entre la clase obrera (el martillo) y la clase
campesina (la hoz) dirigidas ambas por un solo partido, por un solo estado y
por un solo líder. Un símbolo que, además, rememora a uno de los genocidios más
sangrientos que conoce la historia, en un país donde gran parte de la clase
obrera no era más que una masa de esclavos moribundos, en un país donde la
clase campesina fue físicamente eliminada por Stalin, en un país, en fin, donde
fueron asesinados miles y miles de comunistas, más incluso que en la propia
Alemania nazi.
Esa es la verdad que se esconde detrás
de la hoz y el martillo y todos los comunistas, incluyendo Evo y su corte, lo
saben.
Adivino la respuesta. ¿Y no simboliza el
Papa y su Iglesia un pasado tanto o más sangriento que el comunismo? ¿No fueron
diezmados los indios de América en nombre de la Cruz? ¿No impuso la Inquisición
en Europa el reinado del terror? ¿No fueron asesinados miles y miles de
musulmanes y judíos en nombre de la “verdadera religión”? ¿No fue la de Franco
una “dictadura cristiana”? ¿No representa el regalo de Evo al Papa la fusión de
dos creencias, decididas ambas a hacer borrón y cuenta nueva y emprender un “nuevo comienzo” en la lucha común en
contra de la pobreza y la injusticia social?
En primera instancia, la argumentación
comunista podría ser considerada desde el punto de vista formal, correcta. Por
una parte el comunismo ha sido siempre una ideología practicada como religión.
Basta ver a los comunistas cuando están juntos. Se reúnen en lugares repletos
de signos. Recuerdan con fervor a sus mártires. Recitan frases aprendidas de
memoria. Levantan el puño cerrado y terminan cantando la Internacional con el
mismo éxtasis con que los católicos cantan el “Alabado sea el Santísimo”. En
cierto modo, el comunismo, para muchos de sus acólitos, ha sido la religión
perfecta, tan perfecta que ni siquiera necesita de Dios.
Por otra parte es innegable el
compromiso de muchos cristianos con las luchas sociales, su abnegación y
sacrificio por las causas de los pobres de América Latina y de África. Es evidente,
además, que algunos saben de marxismo más que cualquier dirigente marxista,
hecho que he comprobado cada vez que me he trenzado en discusiones con
egresados de la universidad de Lovaina. El guevarismo, el castrismo, incluso el
chavismo, han contado con muchos seguidores cristianos ¿En dónde reside
entonces el problema?¿Qué tiene de malo que Evo haya obsequiado a Francisco un
objeto que fusiona los símbolos de dos creencias?
El problema, digámoslo de una vez, no
está en cada símbolo por separado. El problema está precisamente en el intento
de fusión. Con eso quiero decir que al haber elegido un objeto que fusiona los
símbolos del cristianismo con los del comunismo, Morales evidenció al mundo que
el no conoce el valor y el significado de los símbolos. Problema grave pues si
la vida es simbólica, la vida política lo es mucho más.
Pero antes de proseguir, una pregunta
necesaria: ¿Qué es un símbolo? Un símbolo, opinión que debemos a Paul Ricoeur
(“Los caminos de la interpretación”), no es solo un signo como seguramente cree
Morales. Porque si bien todo símbolo se expresa en signos, no todo signo es un
símbolo.
2.
Los símbolos y sus significados.
Un símbolo es una forma de
representación de una identidad colectiva: puede ser una bandera en el caso de
una nación, una estrella, una media luna, un crucifijo en el caso de una
religión. Por lo mismo los signos marcan diferencias, no semejanzas de
identidades, como supuso tal vez Morales cuando regaló al Papa en un mismo
objeto los signos de una ideología y los de una religión. Luego, los símbolos,
además de establecer las diferencias, marcan las distancias.
“Se puede estar juntos pero no
revueltos”, dice un dicho popular. Y bien, esa diferencia entre una reunión
diplomática ocasional y la revoltura que representa el objeto del regalo,
muestra que Evo Morales es una persona que “no sabe guardar las distancias”, no
solo entre un Presidente y un Papa, no solo entre una cruz y un emblema
partidario, sino, sobre todo, entre una ideología y una religión.
Que el Papa no haya protestado frente a
tamaño desacato, fue, para algunos, algo difícil de entender. ¿Obedeció
Francisco a la máxima cristiana de amar a sus enemigos? Pero Jesús, si bien
dijo, “hay que amar a nuestros enemigos” nunca dijo que no deberíamos tener
enemigos. No podría haberlo dicho. Enemigos tuvo muchos y todavía los tiene. La
palabra de Cristo era controversial. No apuntaba a la unidad por la unidad. “No
piensen que vine a traer paz sobre la tierra; no vine a traer paz, sino espada”
(Mateo 10:34)
Lo cierto es que ni Pepone ni Don
Camilo, quienes en la ya legendaria película trabajaron juntos como ha sucedido
a veces entre cristianos y comunistas frente a un enemigo común, jamás
entregaron partes de su identidad al otro. Nunca Don Camilo habría aceptado una
hoz y un martillo al lado del crucifijo. Nunca Pepone habría aceptado un
crucifijo al lado de la bandera comunista.
Imaginemos que en uno de los encuentros
que han tenido los Papas con representantes del Islam estos últimos hubieran
obsequiado a los primeros una Media Luna con un crucifijo chiquitito. O al
revés, que un Papa hubiese obsequiado a un Imam un crucifijo con el símbolo de
la Media Luna en la cruz. Tanto lo uno como lo otro habría sido considerado una
ofensa suficiente para generar una ruptura de relaciones entre ambas grandes
religiones. Y con razón.
¿Por qué entonces el Papa acepta ese
regalo, no de un representante de otra religión, sino de una vulgar ideología?
¿En nombre de la unidad entre los hombres? Si fue así, ocurrió todo lo
contrario.
En la ex URSS, y en los países
comunistas, viven millones de descendientes de seres asesinados en el GULAG
bajo el signo de la hoz y el martillo. Tantos por lo menos como descendientes
de judíos asesinados en los campos de concentración nazi. En la ex
Checoeslovaquia, en Hungría, en la RDA, en Polonia, hay también miles de
descendientes de seres asesinados caídos en nombre de la hoz y del martillo.
¿No pensó el Papa que para esos europeos que lo veían en la televisión, muchos de ellos tan o más cristianos que el
sacerdote Luis Espinal, la hoz y el martillo no puede tener un significado
distinto al de la cruz svástica para los judíos?
3.
El valor de los símbolos
El problema adquiere aún más gravedad si
intentamos reflexionar sobre la teoría de los símbolos.
Inevitable, si hablamos de símbolos, no
pronunciar el nombre de Jacques Lacan. De todos los pensadores de nuestro tiempo,
Lacan ha sido el que más ha insistido en el valor de los símbolos como
elementos constitutivos de una vida psíquica no patológica. La separación del
campo psíquico entre los espacios de lo real, de lo simbólico y de lo
imaginario, propuesta por Lacan (Seminario 5) contiene un alto valor no solo
psicoanalítico y filosófico, sino, además, y aunque parezca extraño, político.
Haber descubierto la potencialidad política del psicoanálisis lacaniano es a la
vez la deuda que mantenemos con autores como Žižec y Laclau, entre otros.
Ahora, si quisiéramos interpretar a un
crucifijo en idioma lacaniano, deberíamos decir: el crucifijo es una imagen que
pertenece al campo de lo imaginario, convertido en símbolo por la cristiandad.
La muerte de Jesús, en cambio, ya anuncia la entrada del ser al campo de lo
indecible y por eso mismo de lo impensable, es decir “de lo real”.
“Lo real” según Lacan, es el espacio no
simbolizado, es decir, el espacio infinito y eterno que nos rodea y acosa: lo
desconocido (lo “Unhemlich”, según Freud) Ese espacio existe, pero no puede
poseer, al ser desonocido, ninguna representación simbólica. Es, si se quiere,
la verdadera realidad, pero situada más allá de nuestro pequeño mundo
simbolizado.
La representación simbólica es, por lo
tanto, ese lugar que nos permite ser y estar en este mundo. Faltando la
simbolización, caemos en la tierra de las patologías en la cual las imágenes,
al no estar articuladas entre sí, se transforman en entidades fragmentadas y
amenazantes (del mismo modo que un exceso de simbolización lleva a la
neurosis).
El estadio que separa a la infancia del
ser adulto reside precisamente en la capacidad de simbolización, o lo que es
igual, del encajamiento de las imágenes en símbolos –gramáticos y visuales –
correspondientes. Es por eso que el mundo mal o no simbolizado, pertenece a los
niños, a los soñantes, a los llamados locos y a los grandes poetas ¿Qué tiene
que ver esto – se preguntará más de un lector- con el crucifijo de Evo? Aunque
a primera vista no parece ser así, tiene que ver mucho.
El crucifijo de Evo, en lugar de separar
dos símbolos –condición elemental del saber pensar- los une en un solo objeto.
Como en los sueños cuando por ejemplo aparecen conversando dos personas: una
que vimos ayer junto a otra que murió hace mucho tiempo. El mundo onírico, como
el crucifijo de Evo, desconoce los tiempos y los espacios, las identidades y la
particularidades de los signos simbólicos. El objeto del obsequio representa,
en cierto modo, un sueño de Evo.
¿Es Evo Morales entonces un presidente
con características patológicas? No necesariamente. Pero sí es algo muy
parecido: Evo es un presidente populista.
4.
Populismo y simbología
Fue Ernesto Laclau, quien llevando las
lecciones de Lacan a sus estudios sobre el fenómeno populista, descubrió que
las representaciones simbólicas del populismo no son equivalentes entre sí
(como no lo es un crucifijo con una hoz y un martillo). Todo lo contrario, la
simbología populista es opaca, difusa, incongruente. Y no puede ser de otra
manera pues el populismo es la representación de significantes múltiples, a
veces contradictorios entre sí y por lo tanto imposibles de ser entendidos
desde la perspectiva de una lógica racional. En nuestros términos, la forma
populista corresponde a la fase infantil o pre-política (salvaje) de la
política.
Como en los niños, las representaciones
simbólicas del populismo son incoherentes (dislocadas, según Laclau), como
incoherentes son las acciones de sus propios líderes. Perón escribiendo cartas
personales a Mao Tse Tung, Chávez declarándose católico y protestante,
trotskista y gramsciano en una sola frase, Maduro con sus eternas “guerras”,
visitado por pájaros y confundiendo panes con penes, y no por último, Evo
Morales obsequiando al Papa una locura tallada en madera, son actos que
corresponden precisamente a la lógica-ilógica de “la razón populista”.
Quizás para Francisco, argentino al fin,
dichas representaciones no son del todo desconocidas. De ahí su frase paternal
dirigida a Evo ante el escándalo del crucifijo: “Eso no esta bien”.
Mucho más paternal habría sido el Papa
si hubiera dicho a ese presidente vestido de andaluz que tenía frente a sí:
“Eso está mal, muy mal”.
Porque no nos olvidemos: el símbolo de
la cruz tiene una enorme significación en la teología y en la poética
cristiana. La cruz es la representación no solo del sufrimiento de Dios hecho
hombre sobre la tierra. Es, además, el símbolo de la santa trinidad. Clavada en
la tierra extiende los dos maderos horizontales sobre el mundo, elevando un
madero vertical hacia el cielo. Muriendo, el Hijo (el ser humano) asciende
hacia el Padre (Dios) y extiende sus brazos hacia todos nosotros (el Espíritu
Santo).
No, el cristianismo no es una ideología
seguida con religiosidad o un sustituto pobre de una religión como fue el
comunismo. Si no es la religión verdadera, es al menos una verdadera religión,
tan verdadera como la judía y la musulmana. Si el presidente boliviano no lo
sabía, había llegado el momento de enseñárselo, ante él y ante el mundo.
El Papa Francisco perdió así una gran
oportunidad evangélica y pedagógica: la de dar a conocer a la nación boliviana
el verdadero sentido y el verdadero significado simbólico de la crucifixión de
Jesús.

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