Por Mario Guillermo Massone, 02/11/2015
La tragedia que vive Venezuela repercute, como es de esperar, en la
estética pública del país. Cuando se observa una ciudad limpia, con personas
sentadas en las plazas públicas con sus computadoras, tabletas, celulares
usándolos libremente, sin temor alguno a ser atracados o asesinados por
semejante osadía, cuando vemos parejas de jóvenes enamorados caminando a altas
horas de la noche por las calles, hermosamente iluminadas y con actividades
diversas, ocupados de su amor, y despreocupados del mundo, sabemos que no
estamos en una ciudad venezolana.
La estética pública, en Venezuela, ha devenido en una antiestética, o
al menos en una estética de lo feo. Las calles de noche, parecen trazar sus
líneas sobre una ciudad desierta, en un pueblo fantasma, en un lugar en donde
alguna vez hubo vida humana. El alumbrado público apagado, nos da una sensación
de ausencia. Desolación de lo bello. Vacío vital.
El hecho de que usar un artefacto tecnológico en las calles sea una
osadía, un verdadero acto de temeridad, nos da luz de lo feo que están las
cosas en cuanto a seguridad y valor de la vida, pero también de una belleza
ausente que en otros países ni siquiera sería tema de reflexión ni escritura.
Escaleras mecánicas inutilizadas en su función técnica, de seis ascensores
solo uno o a veces dos que funcionan, locales comerciales clausurados por
doquier, vislumbran a una sociedad que alguna vez fue y que ha dejado de ser.
Cada vez hay menos actividad. Todo se reduce, se achica. Cada vez se ve menos,
porque cada vez hay menos.
La basura esparcida en las calles y esquinas, adornan con el peor gusto
a las ciudades de Venezuela. Caracas, la capital, no escapa. Y la basura es la
analogía perfecta de quienes nos gobiernan. Porque se comportan como una
basura, gobiernan como una basura, y a los ciudadanos nos tratan como a una
basura.
Por eso lamento escribir, por ser venezolano y vivir en Venezuela, que
la estética pública, incluyendo el quehacer del Estado, es una estética de la
basura. Porque no hay belleza en la ausencia, no hay belleza en la miseria, ni
en la escasez, ni hay belleza en la criminalidad. Tampoco hay belleza en la
palabra mal dicha, en la palabra que hiere e insulta, en la palabra de degrada
y agrede. No hay nobleza en la palabra de los revolucionarios que destruyen
nuestro país con sus actos y palabras de odio. Se acerca la Navidad y esto es
lo que hay. Pero se acercan unas elecciones, y es a la basura a la que hay que
sacar.
El Socialismo del Siglo XXI representa lo más feo de lo humano. Es una
afrenta en contra de lo sublime y lo noble, lo bello y lo justo. A diferencia
del Rey Midas, a quien Dioniso le dio el don de convertir todo lo que tocara en
oro, todo lo que la revolución toca lo convierte en basura. Y hace rato que los
mismos gobernantes de la revolución se tocaron a sí mismos.
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