Por Luis Pedro España
Ya pasó diciembre. Con alguna
lentitud vuelve el ajetreo del tráfico y el regreso a una cotidianidad que lo
único que tiene de cotidiano es la sorpresa.
Arrancó el año con una nueva
realidad política y con un aire de cambio que sólo se compara con el tamaño de
la crisis. Desde el compatriota más informado, hasta el que sólo se huele lo
que nos pasa por la inmediatez de su día a día, todos vemos con temor los
primeros meses del año.
Desde hace mucho tiempo el
venezolano sabe que los dos primeros meses del año son una mezcla de resaca
económica con rompimiento político de expectativas. A febrero hay que tenerle
miedo. No en vano los sucesos políticos más notorios de finales del siglo
pasado ocurrieron precisamente en ese fatídico mes. Este año, se agudizarán un
conjunto de procesos económicos y políticos en marcha, que ciertamente pueden
hacer que nuevamente tengamos un año de quiebre, como lo fue 1989 o 1992.
Lo primero que hay que señalar
es el tamaño de la crisis económica. Agotadas todas las piruetas para correr la
arruga, desde el fin del ciclo petrolero expansivo hasta el día de hoy, la
magnitud de la crisis en forma de inflación y desabastecimiento permiten
calificar la situación de Venezuela de los próximos meses como de tragedia
social. La Venezuela popular lleva casi dos años comiendo lo que consigue
regulado. El los próximos meses la rigidez del consumo va a llegar, en algunas
zonas del país, a niveles de posible hambruna.
Por primera vez, quien sabe si
desde antes de la propia aparición del petróleo, en pueblos y caseríos del
país, la dieta de las familias se convertirá en una mezcla de producción de
conuco, trueque entre familias y acceso a bienes por operativos públicos de
frecuencia menos que ocasional.
En las ciudades grandes e
intermedias la situación será un poco distinta, pero no por ello menos caótica.
Las colas y las esperas frente a los centros de abastecimiento por
(literalmente) “lo que sea”, hará parecer a los dos años anteriores como
“tiempos de más o menos”, comparados con lo que será la tragedia alimenticia
que nos depara.
En medio de su alienación, en
el sentido freudiano de la separación del Yo-gobierno con la realidad, la nomenclatura
en el poder parece que sólo recientemente y de lejos, le huele a crisis o al
menos a emergencia nacional. Frente a una tragedia de la cual sólo ellos son
responsables, no tienen otra idea en el portafolios que enfrentarla con más de
lo mismo. Controles, represión, operativos y otras prácticas del militarismo
económico, serán disfrazadas bajo otro pomposo nombre, como el denominado Plan
de Emergencia Económica, cuya única novedad será la aparición de un nuevo
enemigo: la Asamblea Nacional.
Imagínese usted la parálisis
del gobierno frente a la tragedia nacional que tenemos en puertas, que a un mes
de anunciado un supuesto cambio de gabinete, el presidente sigue ensañando
masajitos por Twitter, contactos por VTV y otros truquitos de la desinformación,
para hacerle creer al país que alguien como que está gobernando o, al menos le
piensa dar alguna respuestas a la inmensa sensación de vacío que genera en el
estómago los próximos días por venir.
Mientras el gobierno y los
voceros políticos seguirán tratando de sacarle alguna frase infeliz a la
oposición para imputarle la crisis, o seguirán con la irresponsable e irritante
práctica de las huidas hacia delante, la realidad seguirá su curso, acumulando
presiones y tensiones que por algún lado reventaran.
Febrero mes de revueltas y
explosiones, esperemos que sea para este 2016, y por el bien de todos, el
inicio de un cambio canalizado por la poca institucionalidad que nos queda.
07-01-16
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