Miguel Méndez Rodulfo 01 de julio de 2016
Al
principio, cuando leía en diferentes medios que una porción importante de la
población venezolana estaba paliando el hambre mediante el consumo de la
deliciosa y nutritiva fruta del mango, creí que se trataba de una exageración o
de una chanza. No es que no estuviera claro del hambre que se enseñorea en el
país, que por lo demás afecta a casi toda la población, sino que no pensé que
los mangos tuvieran un rol tan importante en calmar el estómago de la gente.
Pues resultó que esta cosecha de mangos ha sido para millones de venezolanos
maná bajado del cielo. Si uno observa con cuidado, verá muchos padres y madres
de familia, caminar por la calle con una bolsa de mangos dirigiéndose a sus
casas; y si le preguntan a los residentes de edificaciones contiguas a los
sitios donde se hacen colas desde la madrugada para comprar alimentos,
medicinas o pan, cuyos patios tengan sembradas matas de mango, nos dirán que
desde el amanecer la gente comienza a tumbar los frutos, maduros o verdes y con
ellos desayuna.
Antes
se veían mangos maduros caídos al suelo, ahora seguro que no se va a encontrar
ninguno. Lo que supongo es que, como en la Caracas de los años 40 y 50, los
jóvenes se iban a Los Chorros a buscar mangos, ahora hay “expediciones” hacia
cualquier urbanización de la capital en búsqueda del preciado fruto. Por cierto
que a la entrada de San Carlos en el estado Cojedes una estatua de un indio
recibe al visitante (y se supone que también recibió a los conquistadores
españoles) con un mango, parece que al escultor de la obra, y a las
autoridades, se les olvidó que este fruto es originario de la India. En tanto
que el Cendas nos dice que el Salario mínimo solo cubre 6% de la cesta
alimentaria y que los profesionales deben trabajar más de 4 meses para
comprarla, el Centro de Estudios del Desarrollo de la UCV nos refiere que: “Las
madres del país están en situación de hambre”.
Las
madres han hecho gala de una creatividad desbordada para sustituir los
alimentos que faltan en los anaqueles y que se ausentan de la mesa familiar.
Así las arepas de yuca, de plátano, de avena, intentan sustituir a la de maíz.
El problema es que la yuca subió a Bs. 1.000 por efecto del desplazamiento de
la demanda; la avena desapareció y el plátano que se conseguía hace un año a 3
unidades por Bs. 300, ahora uno sólo vale esa cantidad. Entonces la creatividad
debe no solamente resolver el problema de la escasez, sino también el de la inflación.
Ya en los detales de Petare una cucharada de leche en polvo vale 300 bolívares
y según rumores madres relativamente bien alimentadas, amamantan los hijos de
otras, por sumas razonables. El drama humano en Venezuela es pavoroso y la
realidad supera la imaginación. Eso dicen los corresponsales extranjeros que
nos visitan hoy día.
Uno
oye estas noticias con una mezcla de estupor y pena. Que seamos una república
africana muy mal administrada (porque los “Leones Africanos” son de las
economías que más crecen en el mundo) es una vergüenza que nos encoge el
corazón. La hambruna en Venezuela tiene rostro de niños y de ancianos. Los
enfermos esperan resignados, abandonados a su suerte. Pero en todo esto las
madres sufren por recaer en ellas el peso del hogar.
Los
mangos también han ayudado al gobierno a sobrellevar la crisis y a paliar el
tremendo error de pagar los millones de dólares de la deuda externa, sin
intentar renegociar su pago y liberar recursos económicos con los cuales
importar alimentos y medicinas. Pronto terminará la cosecha de mangos y no
parece haber a la vista otro sucedáneo disponible que sacie el hambre como el
mango. Entonces veremos que pasa.
Caracas
30 de junio de 2016
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