Fernando Mires 01 de julio de 2016
Desde
que la estructura política de España dejó de ser bipartidista ha terminado el
periodo de las mayorías absolutas y ha comenzado el de las mayorías relativas.
Sin embargo, el país parece no estar política ni constitucionalmente preparado
para cursar la transición de la democracia binaria a la democracia
multipartidista. Esa es tal vez la razón por la cual España enfrenta hoy la
peor forma que puede asumir una crisis política. Se trata nada menos que de una
crisis de gobernabilidad.
Solo
en las manos de los partidos democráticos se encuentra la posibilidad de
superar la crisis. Eso será posible si ellos logran reconocer las
particularidades que conlleva la segunda y nueva transición (la primera fue la que llevó de la
dictadura a la democracia).
En el
siguiente texto intentaré explicar y fundamentar esa tesis.
1. Guste
o no, España es hoy un país cuyas tendencias mayoritarias son de derecha y
centro. Así fue demostrado en las elecciones del 26 de Junio. El PP es partido
mayoritario. Además, en perjuicio de Ciudadanos (leve bajada en votos pero
fuerte caída en escaños) el PP aumentó su votación con respecto a los comicios
anteriores.
Nada
nuevo. PSOE sufrió por segunda vez la derrota más grande de su historia. Esa
derrota fue celebrada como un triunfo por sus dirigentes al haber fracasado el
intento de la combinación Unidos Podemos (U/P) por convertirse en segunda
mayoría. Lo dicho significa que nuevamente las llaves de la puerta las tiene el
PSOE.
La
responsabilidad no deja de ser grande. Es también un dilema.
Si los
socialistas apoyan a un gobierno PP en sus dos posibilidades -tolerancia sin
participación, o asumiendo directamente funciones de co-gobierno- o si reiteran
su posición de no apoyar a un gobierno donde esté presente el PP, deberán enfrentar
en cada uno de esos casos una definición existencial.
Si el
PSOE apoya al PP será cuestionado por una fracción de su militancia que ve en
Rajoy un enemigo total. Pero si no lo hace, el PSOE será cuestionado por otra
fracción para la cual la tarea del PSOE no es impedir que el PP gobierne sino
convertirse en su oposición (y para eso el PP debe gobernar).
La
alternativa del “apoyo condicionado y crítico” es por cierto viable. Pero lo es
solo desde la perspectiva de una razón de estado. El problema es que el PSOE no
es un estado sino un partido y por lo mismo debe atender en primer lugar a sus
intereses partidarios.
En
menor medida, el dilema de C’s es similar. Si apoya a un gobierno PP, todos sus
esfuerzos para aparecer como una alternativa situada más allá del clásico
esquema izquierda/derecha -vale decir, como portador de un liberalismo
democrático y transversal- quedarían completamente desdibujados. Más aún, un
apoyo directo al PP, además de ser insuficiente, llevaría a confirmar la
política de Podemos tendiente a empujar a C’s hacia la derecha a fin de hacerlo
aparecer como “la otra cara del PP”. Pero por otra parte, si C’s no apoya a la
mayoría que representa el PP, será acusado de boicotear la gobernabilidad de la
nación. Esa es la razón por la cual C’s, para apoyar la opción PP, necesita de
la intermediación del PSOE. Por lo tanto, al igual que el PSOE, C’s se enfrenta
a dos razones políticas:
La
razón de estado y la razón de partido.
Un
apoyo condicionado de C’s a una combinación U/P-PSOE no dejaría bien parado a
C’s frente a sus electores de centro-derecha (justamente, su base). Un apoyo de
U/P a una combinación PSOE - C’s, es casi imposible. Un gobierno PSOE-C’s- U/P
es más lógico, pero sería visto como un indecente golpe electoral al PP (¿y
bajo qué programa?).
2. En
una democracia pluripartidista los partidos políticos deben, bajo ciertas
condiciones, concertar alianzas para alcanzar la gobernabilidad. Cuando la
posibilidad de coaliciones en aras de la gobernabilidad ya no es posible,
significa que la razón de partido se ha impuesto por sobre la razón de estado.
Si eso ocurre estamos frente a una crisis de gobernabilidad. El problema dista
de ser irrelevante. Pues sin la hegemonía del principio de gobernabilidad
desparece el sentido de la política.
Paradoja
del caso es que las alianzas entre el PP, PSOE y C`s habrían sido mucho más
fácil de realizar si UP hubiese obtenido la altísima votación pronosticada por
las erráticas encuestas españolas. Los partidos democráticos habrían encontrado
así un enemigo común del que defenderse como ha sido el caso de los demócratas
franceses ante el avance del Frente Nacional. Pero Podemos no pudo.
En
fin, por donde miremos el problema vemos que el principio de gobernabilidad en
España solo puede ser rescatado por el PSOE. Ahora, si con eso puede rescatarse
a sí mismo, es otro tema.
3.- La
crisis política española no es solo española. En cierto modo es una crisis
política de dimensiones europeas. Ella se expresa en el descenso de los
partidos tradicionales frente a la formación de partidos políticos emergentes.
En España dicha crisis tiene lugar con el fin del bipartidismo y,
consecuentemente, con en el fin del periodo de las mayorías absolutas.
Si
bien la ciudadanía hispana parece haberse adaptado perfectamente a la nueva
transición no ha ocurrido así con los dirigentes de los partidos quienes en su
gran mayoría continúan actuando con la mentalidad bi-polar impuesta por la
estructura bi-partidaria.
El
aumento de las ofertas políticas y el fin del bi-partidismo obliga a todos los
partidos sin excepción a concertar pactos y alianzas en aras de la obtención de
mayores cuotas de poder. Bajo esas nuevas condiciones es perfectamente posible,
desde un punto de vista matemático, que una coalición de partidos minoritarios
pueda dejar fuera del juego al partido que ha obtenido la mayoría relativa, en
el caso español, el PP. Sin embargo, hay diferencias entre la lógica matemática
y la política.
Dejar
fuera del poder a un partido que ha obtenido una gran mayoría relativa en dos
elecciones consecutivas puede ser evaluado por la mayoría de la nación, si no
como una asonada electoral, como una falta de respeto a la decisión ciudadana.
Ello contribuiría a profundizar el pozo de la crisis política con la
consiguiente deslegitimación de sus actores, principalmente del partido
portador de la segunda mayoría: el PSOE.
Llamar
a una tercera elección con la intención de forzar a la ciudadanía para que vote
por los candidatos más deseados por los partidos, no sería una opción ética ni
democrática. Una maniobra de ese tipo solo llevará a convertir al “partido de
los abstencionistas” en primera mayoría.
Naturalmente,
puede darse una situación en la cual todos los partidos democráticos de un país
deben unirse para impedir el acceso al poder de un partido anti-democrático. En
ese caso los partidos se unen para preservar el espacio de convivencia común.
Así ocurre y así seguirá ocurriendo en Francia ante el persistente crecimiento
del FN, portador de una política destinada a cambiar al sistema político, a las
relaciones internacionales, y a los principios heredados de largas luchas
democráticas. Pero Francia no es España y el PP no es el FN de la familia Le
Pen.
Tampoco
se trata de hacer aquí una apología del PP. Todo el mundo sabe que el PP es un
partido de la economía, proclive a defender intereses empresariales y por lo
mismo susceptible de cometer vergonzantes actos de corrupción (aunque los
socialistas no son precisamente ángeles del cielo). Desde el punto de vista
cultural el PP sigue siendo para muchos el partido del pasado, representante de
esa “España de charango y pandereta” que denostara el gran poeta Antonio
Machado.
Para
otros, sin embargo, el PP es el partido de la estabilidad, el que ha salvado a
España de convertirse en una desbarrancada Grecia y, no por ultimo, un partido
firmemente opuesto a las autonomías disgregadoras que amenazan a la unidad
nacional. Ese último punto hay que tenerlo muy en cuenta. A corto plazo
definirá el destino de España. Ese es el punto, además, en el cual PP coincide
con gran parte del PSOE y, por supuesto, con C’s. Si eso no lo entienden los
dirigentes de los partidos españoles, nunca entenderán nada.
Más
allá de cualquiera evaluación, el PP, al igual que el PSOE, es un partido
histórico y por lo mismo miembro tradicional del sistema político de la nación.
Ese lugar lo ganaron ambos partidos, no está de más recordar, después que en
España tuvieron lugar alianzas políticas muy complejas y difíciles.
Imaginemos
que Adolfo Suárez durante la pre-historia de la España post-dictatorial -o
primera transición- hubiese desde su partido, la UCD, tabuizado a comunistas y
socialistas con el mismo encono como hoy lo hacen los partidos españoles con el
PP. Probablemente España no habría recorrido el camino de ninguna transición y tal vez sería todavía franquista hasta en sus
huesos. Todo indica, en consecuencias, que un futuro gobierno –en un nuevo (y
segundo) periodo de transición como es el que está atravesando España- debería
contar con la presencia del PP. Guste o no.
La política
no se inventó al fin para satisfacer todos los gustos y mucho menos los gustos
de todos. Lo que está en juego aquí es el principio de gobernabilidad. Nada
menos.
Por
supuesto, nadie va a pedir a un partido como Podemos que se sacrifique en aras
del principio de la gobernabilidad. Podemos es “un partido anti-sistema dentro
del sistema” y Pablo Iglesias nunca lo ha ocultado. Su objetivo es alterar
radicalmente el orden político, insertar a España en un nuevo contexto
internacional fuera de la UE y, no por último, hacerse eco de las demandas
segregacionistas, sobre todo de las que provienen de Cataluña. Para cumplir
esos objetivos Podemos requiere convertirse en la fuerza hegemónica de la
izquierda española y esa alternativa pasa – no hay otra vía- por la destrucción
del segundo partido histórico de la nación, el PSOE. Ese objetivo no lo logró el 26 de Junio. Pero
nadie dice que no pueda lograrlo en un futuro próximo.
En las
elecciones del 26 de Junio el PSOE salvó su vida por un pelo. Pero el peligro
de muerte no ha desaparecido del todo. Hoy como antes PSOE se ve enfrentado a
las mismas disyuntivas. O sigue el llamado de su ala izquierda que lo llevará a
claudicar frente a Podemos o levanta una política que permita la expresión de
las mayorías, incluyendo al PP, en una coalición gubernamental, exigiendo
naturalmente -es su derecho- algunas condiciones, entre otras que PP abandone
por lo menos una parte de ese economicismo anti-social que ha caracterizado su
gestión gubernamental.
Por
último, si una gran coalición funcionó en Alemania, ¿por qué no puede suceder
lo mismo en España? Pregunta legítima que se hacen tantos observadores. Es
cierto, pero para que eso sucediera en Alemania tuvo que irse Helmuth Kohl y
llegar Angela Merkel. Lamentablemente Rajoy no es Merkel. Aunque,
afortundamente, tampoco es Kohl.
En
otras palabras, no se trata de salvar al PP sino de asegurar la persistencia de
un espacio de sobrevivencia política común a todos los partidos democráticos.
Solo dentro de ese espacio podrá el PSOE curar sus heridas para después tomar
un camino que pueda llevarlo a convertirse en portador de demandas sociales muy
diferentes a las de la “sociedad industrial” desde donde emergió. En ese
espacio podrá recomponer alianzas, principalmente con C’s, partido emergente
con el cual mantiene un programa de coincidencias comunes e incluso con
Podemos, pero desde posiciones de fortaleza y no de debilidad.
El
hecho decisivo es que España no puede darse el lujo de convertirse en un país
ingobernable. Mucho menos ahora, frente a tantas fuerzas disgregadoras
–internas y externas- cuyo evidente objetivo es pulverizar a la unidad
geográfica y política de esa gran nación.
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