Por Margarita López Maya
La Venezuela chavista es un
caso digno de estudio. Pocas veces se ve un país que pareció tener condiciones
ventajosas para avanzar hacia la construcción de una sociedad moderna,
democrática y justa, perderse y regresar a etapas que habían parecido
superadas. Venezuela es hoy más parecida a lo que fue en el siglo XIX que lo
que logró ser en el XX.
Existen, empero, claras
señales de haberse abierto una oportunidad para el cambio político, la que bien
administrada pudiera reflotarnos al siglo XXI. Exige, eso sí, un gran esfuerzo
por parte de quienes aspiramos a un mejor país, lo que conlleva pensar la
sociedad que queremos, y plantearnos metas de corto, mediano y largo plazo.
Una tarea impostergable
sería retomar la vida cotidiana republicana, es decir, civil, civilizada. La
crisis ha roto nuestra cotidianidad, generando entre, otras cosas, una política
de calle que promedió el año pasado dieciséis protestas diarias, y el año
anterior, veinticinco. Las formas de la acción colectiva han sido altamente
disruptivas de la vida social, algunas incluso violentas. Cierres de vías,
concentraciones, marchas, paros laborales y disturbios, dificultan la calidad o
sosiego en la vida urbana, así como la productividad y la prosperidad.
Las causas de tanta protesta
por derechos económicos y sociales insatisfechos se deben, agravados en la
crisis, a la ausencia o nula voluntad de instituciones estatales para procesar
la conflictividad. Necesitamos políticos y servidores públicos que se ocupen de
resolver los acuciantes problemas endémicos de los servicios con métodos
despartidizados, transparentes y profesionales. Oficinas públicas con
funcionarios capacitados profesionalmente y formados con valores democráticos.
Y necesitamos apoyarlos y sostenerlos en el tiempo.
La mayoría de las protestas
se originan del incumplimiento del Estado a las obligaciones laborales con sus
trabajadores y por la deficiencia de elementales servicios públicos. No es un
problema nuevo, pero el chavismo y la crisis los han agravado. Para tener una
transición democrática exitosa debe levantarse una institucionalidad sólida que
no solo se guíe por criterios políticos, sino también universalistas y
profesionales. Basta de clientelismo, ineficiencia y corrupción.
Fuente: http://www.abcdelasemana.com/2016/05/06/pensar-la-transicion/
19-07-16
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