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jueves, 14 de julio de 2016

Reflexiones en voz alta por @miglatouche


Por Miguel  Ángel  Latouche


Tuve la oportunidad de participar en la Semana de la Comunicación Social celebrada en la Universidad de Yacambú, Barquisimeto. Se trató de una buena oportunidad para conversar, desde la academia, acerca del país, su devenir, sus retos, sus problemas. Es genial que la institución académica nos brinde la oportunidad de conversar abierta y respetuosamente acerca de estos asuntos. Uno tendría que decir, y así lo planteamos, la situación de medios que confrontamos los venezolanos está profundamente distorsionada.

Por una parte las dificultades para acceder al papel que requieren los impresos ha limitado su capacidad para hacer presencia en el ámbito comunicacional, una cosa similar sucede con los medios audiovisuales vista las dificultades que enfrentan para obtener concesiones y, muchas más, para que éstas les sean renovadas. Se trata de presiones indebidas que afectan el derecho de las personas a estar informadas.


Por otra parte, es necesario reconocer que, en los últimos tiempos, y de manera creciente, se han ido imponiendo limitaciones en el trabajo de los periodistas, sometiéndoseles a presiones indebidas, a amenazas, sometiéndoles a largos interrogatorios en los servicios policiales del Estado, conminándoles a revelar sus fuentes. Todo esto genera una distorsión en el ámbito de funcionamiento de lo público, así como la posibilidad de la gente de informarse acerca de asuntos de su interés.

En el discurso público venezolano no parece quedar claro que la democracia es mucho más que simplemente un proceso electoral. En realidad la calidad de la democracia se define en razón de la convivencia democrática y de la existencia o no de un discurso que favorezca la construcción de valores democráticos y que favorezca o no la convivencia colectiva desde una lógica plural. Esto último implica el respeto por el otro, la validación de las diferencias, la posibilidad de que nos escuchemos, que nos toleremos, que nos comprendamos.

Es impresionante la manera como se han impuesto el impulso y la amenaza en nuestra lógica colectiva. Llama la atención la manera como se utiliza el poder para destruir moralmente al otro, para someterlo al escarnio público, para invalidarlo como interlocutor. Se trata de una serie de perversiones que implican la entronización del mal entre nosotros. La imposición de una manera de hacer política en la cual los actores se perciben como enemigos. Se trata de mecanismos que favorecen la confrontación.

La disposición al diálogo es un prerrequisito de la construcción de la democracia. Se trata de una manifestación de voluntad por medio de la cual se expresa la convicción de que las diferencias que pudieran existir entre partes en conflicto deben resolverse de manera pacífica. Para ello es necesario que las partes comprendan que son equivalentes desde una perspectiva moral, que tienen el derecho de expresar libremente sus ideas, que las mismas son válidas por principio. Cada uno de nosotros tiene el derecho de pensar como lo hace. Cada uno de nosotros es libre de creer en las cosas que cree, sin que eso justifique la descalificación o el ataque a las ideas que uno exprese.

El ejercicio del insulto implica la deshumanización del otro, lo convierte en objeto de ataque, lo define por contraposición, le resta capacidad para actuar públicamente. Lo mismo sucede con la acusación permanente cuando no existen pruebas o cuando no se procede judicialmente en contra de quien está siendo acusado. Se le limita su derecho a la defensa. Uno tendría que decir que, en el término de nuestras particulares circunstancias, vivimos una situación que difícilmente puede conceptualizarse como una democracia.

Acá lo que está en cuestionamiento es la naturaleza misma del Sistema Político Venezolano contemporáneo. Yo diría que se trata de un autoritarismo de nuevo tipo. Uno en el cual se utiliza el poder de manera abusiva para silenciar los espacios de funcionamiento de la sociedad. Uno en el cual se nos obliga a atrincherarnos dentro de nuestras casas para evitar la delincuencia. Uno en el cual se nos somete a realizar una serie de actividades ‘no- virtuosas’ mediante las cuales intentamos sobrevivir.

No se trata solamente de que ha habido un incremento de la pobreza, de que cada vez son más las personas que buscan entre la basura cosas que comer, sino que además son cada vez más largas las colas para comprar alimentos o medicinas. Son cada vez mayores las horas que tenemos que disponer para atender problemas básicos de la subsistencia. Si uno dice que el bienestar tiene que ver con la realización de las cosas que deseamos y que un país funciona mejor que otro cuando el rango de oportunidades de realización es mayor, pues nada más queda que preguntarnos cuantas de las cosas que deseamos son realizables y cuantas no. Multiplique usted por el volumen de población y obtendrá resultados que nos hablan de una situación bastante problemática.

13-07-16




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